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Mármol y olvido

Publicado el

Por Fabricio Falcucci.

La pasión tucumana por despreciar su memoria.

Cuando el patrimonio se convierte en estorbo

Tucumán se enorgullece de ser la cuna de la independencia, pero convive con una paradoja dolorosa: mientras se celebra como el lugar donde nació la patria, suele despreciar a sus próceres, destruye su patrimonio arquitectónico y deja caer en ruinas gran parte de su legado artístico y cultural. No se trata de hechos aislados, sino de una conducta persistente en el tiempo que convierte a la memoria en estorbo.

La demolición de casonas coloniales, el deterioro visible de la Casa Sucar, las intervenciones desprolijas en torno a la Casa Histórica de la Independencia y, en particular, la destrucción del Cabildo para levantar la Casa de Gobierno en 1908 son ejemplos contundentes. Aquel gesto no solo eliminó un edificio histórico, sino que dejó un mensaje: el progreso se concebía como ruptura con las raíces, como si la memoria colonial fuese incompatible con la “modernidad”; concepto que, sin embargo, se reveló efímero, pues destruyó un símbolo insustituible y consolidó una política urbana de corto plazo.

El Parque 9 de Julio, diseñado por el Francés Carlos Thays e inaugurado en 1916, ilustra otro modo de despojo. Concebido como pulmón verde y espacio de recreación ciudadana, fue reduciéndose con el avance de obras y emprendimientos que fragmentaron su estructura original. Lo que debía ser un ámbito de integración entre ciudad y naturaleza terminó convertido en escenario de tensiones constantes entre la urbanización apresurada y la preservación histórica.

Beatriz Sarlo advirtió que la modernización periférica en Argentina se construyó sobre la demolición de las huellas. Tucumán encarna esa sentencia: más que modernizarse, ha olvidado. Ese olvido no es inocente ni espontáneo; es resultado de una indiferencia cultivada, que explica por qué Dolores Candelaria Mora Vega, “Lola” Mora (1866-1936), una de las artistas más innovadoras del continente, permanece invisibilizada en la provincia que la vio nacer, pese a haber transformado el paisaje simbólico de la nación.

La tradición del olvido

Lola Mora debería figurar en el panteón cívico junto a Alberdi, Avellaneda y Roca, pero, como ellos, ha sido relegada. Apenas aparece en calles secundarias, menciones escolares o placas discretas. El caso de Alberdi resulta paradigmático: en el solar donde nació el autor de Las Bases, hoy funciona una pizzería. Ese contraste entre grandeza histórica y banalidad comercial constituye el paroxismo de la desidia. Tucumán parece haber desarrollado una tradición de olvido, que alcanza tanto a sus intelectuales como a sus símbolos materiales.

No es un fenómeno exclusivo de la provincia, pero aquí se vuelve especialmente hiriente. Mientras Córdoba protege su Manzana Jesuítica y Buenos Aires restaura teatros, cúpulas y palacios, en Tucumán se acumulan ausencias: la memoria demolida del Cabildo, los espacios verdes reducidos, las esculturas invisibles, los nombres que se pronuncian pero no se reivindican. Esta indiferencia erosiona no solo el paisaje urbano, sino la posibilidad de construir un relato colectivo sólido.

Un mundo en ebullición: el contexto de una pionera

La rebeldía de Lola Mora se comprende mejor en el escenario internacional que la rodeó. Su juventud coincidió con la Belle Époque, etapa de esplendor cultural europeo que convivía con la expansión imperialista sobre África y Asia. Mientras Lola se formaba en Roma, el mundo se encaminaba hacia la Primera Guerra Mundial y el discurso del progreso se asociaba al embellecimiento urbano y la importación de estilos europeos.

En Argentina, la Generación del 80 consolidaba un modelo agroexportador bajo el lema “gobernar es poblar”. Buenos Aires aspiraba a convertirse en la París del Plata, con bulevares, palacios y monumentos que reflejaban la ostentación de una élite conservadora. En Tucumán, la prosperidad del azúcar convivía con estructuras sociales rígidas. En ese contexto, una mujer que modelaba cuerpos desnudos y esculpía monumentos públicos era doblemente transgresora: por su arte y por su género.

Lola Mora impuso un estilo audaz, elegante y vitalista, capaz de dialogar con la tradición europea sin subordinarse a ella. Su vanguardia estética y simbólica anticipaba debates que la sociedad todavía no estaba preparada para recibir ¿Lo está hoy?

De Trancas a Roma: el inicio de la rebeldía

Nacida en Trancas, Lola tuvo como primer maestro al pintor italiano Santiago Falcucci (1857-1922), radicado en Tucumán, quien detectó su talento precoz y alentó su formación. Su influencia fue más profunda que la mera técnica ya que Falcucci concebía el arte como la llave de la memoria colectiva. En una conferencia dictada en la Sociedad Sarmiento en 1889, titulada “El arte nos enseñó la historia”, afirmaba que sin los monumentos sería imposible conocer a civilizaciones como los egipcios, babilonios, griegos, etruscos o celtas, pues ni las tradiciones orales —siempre frágiles— ni las letras —tardías y fragmentarias— transmitieron con tanta fuerza la vida de esos pueblos como lo hicieron sus obras grabadas en piedra. Para él, esas ruinas y símbolos habían logrado sofocar el egoísmo individual y reunir a las comunidades, dejando en la memoria un testimonio civilizador. Esa visión, rescatada por Carlos Páez de la Torre en un artículo de La Gaceta del 25 de abril de 2017, seguramente marcó a la joven escultora, que más tarde llevaría al bronce y al mármol los ideales de la Justicia, la Libertad, el Progreso y la Paz. Su posterior viaje a Roma le permitió estudiar con Giulio Monteverde, sumergiéndose en la tradición clásica y alcanzando un reconocimiento internacional inédito para una mujer argentina del siglo XIX. Pero sus esculturas no fueron solo ejercicios técnicos: cada obra transmitía un mensaje cívico y convertía ideales abstractos en símbolos tangibles que contribuían a la construcción de una identidad nacional. Su estilo vitalista y expresivo proponía un modelo de país más inclusivo y progresista.

Algunas de sus obras, polémicas y grandeza

  • Fuente de las Nereidas (Buenos Aires, 1903): pensada para Plaza de Mayo, fue desplazada a la Costanera por el escándalo de sus desnudos.
  • Alegorías de la Justicia, la Libertad, el Progreso y la Paz: encargadas para el Congreso, nunca colocadas allí, finalmente trasladadas a Jujuy.
  • Bajorrelieves de la Casa Histórica (Tucumán): piezas deterioradas y poco valoradas en la propia cuna de la independencia.
  • Monumento a la Independencia (Jujuy): síntesis de geografía, historia y nación.
  • Estatua de la Libertad (Tucumán, 1900): sobria, erguida, ignorada en la Plaza Independencia. Su mirada se orienta a la magnificencia de los cerros.
  • Estatua de Alberdi (Tucumán): emplazada en la plaza que lleva su nombre, sobrevive al descuido urbano y a la indiferencia hacia quien pensó la Nación desde la palabra y el derecho.

Cada obra expone la tensión entre innovación y rechazo, entre la voz femenina en espacios masculinos y la construcción de símbolos nacionales.

La vida de Lola estuvo atravesada por rumores de todo tipo: se la vinculó con Roca y, tras su gobierno, muchas de sus obras fueron arrumbadas. Pero lo más revelador es su gesto cotidiano de trabajar con pantalones, desafío frontal a las normas de género. Esa decisión, aparentemente menor, sintetiza su audacia: afirmaba su derecho a ocupar el espacio público y laboral reservado originalmente a masculinos con plena autonomía y libertad.

En los fastos del Centenario, Argentina celebraba el progreso pero castigaba la originalidad. Hoy, más de un siglo después, la marginalidad de Lola Mora sigue reflejando el modo en que se construye la memoria colectiva. Su invisibilización no es excepción: Mercedes Sosa, Alberdi o Avellaneda comparten el mismo destino de ser nombres en calles secundarias o placas desgastadas.

Eduardo Galeano decía que “la memoria del pueblo es un acto de rebeldía contra el poder del olvido”. En Tucumán, esa rebeldía aún no se ejerce. Cada demolición, cada abandono patrimonial, reproduce una política de invisibilización que atraviesa generaciones.

Esa falta de cuidado conecta con otra deuda: la ambiental. Habitamos las Yungas, uno de los ecosistemas más vitales del continente y sin embargo actuamos como si su destino fuera ajeno al nuestro. Preservar el patrimonio cultural y el natural no es una opción decorativa, es condición de nuestra supervivencia. Cuidar lo que nos constituye, ya sea piedra, bronce o selva, es indispensable para una convivencia sostenible

La deuda de ayer y de hoy

Reivindicar a Lola Mora es un acto de justicia. La verdadera modernidad se mide por la capacidad de una sociedad de honrar sus raíces y preservarlas. Mientras en Europa se restauran plazas y esculturas como patrimonio vivo, Tucumán insiste en reducir su memoria a placas intrascendentes y calles sin relieve.

Recuperar su legado -como el de su maestro- es traer la historia como fuerza viva, no como estorbo. Su figura nos recuerda que la innovación y la diversidad son pilares de identidad y que un país más justo requiere memoria activa. No hay neutralidad posible. Debemos decidir si nos convertimos en herederos de la demolición o defendemos una memoria digna, plural y sostenible que nos trascienda.

 

15 COMENTARIOS

  1. El desprecio por el pasado no es fenómeno que se de únicamente en el ambito de la cultura. Lo veo a diario con mis alumnos más jóvenes que piensan que lo viejo no sirve más. Excelente punto de vista nos regalaste Fabricio!

  2. Para sacarse el sombrero y aplaudir de pie 👏🏻👏🏻👏🏻el texto de Fabricio Falcucci me hizo pensar en la contradicción que vive Tucumán: ser cuna de la independencia, pero al mismo tiempo mostrarse indiferente con su memoria histórica, cultural y artística. Lo que debería ser motivo de orgullo se transforma en abandono, como si los símbolos del pasado fuesen un obstáculo para el progreso.
    preservar la memoria —ya sea en piedra, bronce ,oro ,en fin…— no es un lujo, sino una condición de justicia y de supervivencia colectiva. Una sociedad que honra su pasado, que visibiliza a sus referentes y que protege sus símbolos, se fortalece y proyecta con mayor solidez hacia el futuro.
    Entendí que la verdadera modernidad no consiste en borrar las huellas, sino en preservarlas y darles nuevo sentido. Cada demolición o descuido no solo destruye un edificio o una escultura, también borra parte de la identidad de quienes vivimos en esta tierra. Esa “tradición del olvido” no es inocente: refleja la falta de una política cultural y de un compromiso social con nuestra propia historia.
    Creo que la enseñanza más fuerte que deja este artículo es que la memoria no es un estorbo, sino una herramienta para construir un futuro más justo, inclusivo y sostenible. El olvido debilita, mientras que la memoria fortalece y une.
    En lo personal, me deja la inquietud de preguntarme: ¿qué legado estamos cuidando y cuál estamos dejando caer en el olvido?

  3. Aplausos para éste artículo tan humano, gracias Fabricio por ese equilibrio entre crítica y tristeza por los olvidos. Excelente!! Amor por Tucumán!

  4. La sociedad tucumana no es afecta a la historia, su cultura y sus personajes
    Sus gobernantes, directores de museos y municipalidad tampoco.
    Toda un rejunte sin argumentos justificativos para ellos y una urgente investigación sociológica con sus dictámenes a los poderes del estado pvcial, lo pida o no.
    Debiera hacerlo necesariamente nuestra universidad y nuestras cátedras de sociologia de la facultad de Derecho.
    Vos Fabricio, ya empezaste.
    Sigo leyéndote .

  5. Muy buen artículo y punto de vista. Es una constante el desprecio por nuestra historia, condena al olvido todos los monumentos y a los hombres y mujeres que hicieron historia.
    Como ciudadanos con nuestros pequeños actos y buenos ejemplos tenemos el deber de ayudar a mejorar nuestra sociedad. Cuidemos “el metro cuadrado” donde diariamente nos desenvolvemos.
    No debería ser tan difícil, pero cada día que pasa se transforma en una utopía!

  6. Hola fabricio , Lola Mora nacio en salta. En EL TALA… el 17 de noviembre de 1866.. figura en el censo de 1895 ella y sus hermanos oriundos de salta. Finca el Dátil..
    Fue bautizada en trancas .. un abrazo

  7. Hay algo profundamente verdadero en Mármol y olvido. No tan solo por lo que dice, sino por el modo en que lo dice, con una serenidad que deja espacio al silencio y a la memoria. Logra escribir desde esa zona donde la historia no se repite, sino que se escucha. El texto tiene una madurez que se siente en su respiración, no busca efectos, busca sentido. Esa es la diferencia entre narrar y comprender. Entre mirar el pasado y dejar que el pasado nos mire. Excelente trabajo Fabri. Hay una voz que crece y se afirma con cada nueva entrega.

  8. Es muy bueno en artículo y cuánta razón, los que vivimos en Tucumán, por razones laborales debíamos salir a buscar nuestro futuro, al volver de vacaciones daba gusto llegar a la Provincia donde éramos considerados el Jardín de la República, flores por todos lados, accesos limpios y bien cuidados era una belleza, hoy volver a Tucumán me da profunda pena, el deterioro es evidente en todos los espacios verdes, incluido el Parque 9 julio, yo pregunto? No nos vergüenza o somos muy poco elocuentes, o quizás confirmistas, el texto esta muy elaborado, aquellos que somos grandes sabemos de las épocas de Gloria del Jardín de la República hoy parece el Basurero de la República…

  9. *📚 Mármol y el olvido📚*

    Me parece que el autor hace una crítica muy válida sobre cómo se maneja el patrimonio cultural y histórico en Tucumán. La forma en que se ha tratado a figuras como Lola Mora, Alberdi y otros próceres es un ejemplo de cómo se prioriza el «progreso» sobre la preservación de la memoria.

    La obra de Lola Mora y su contexto histórico. Su arte y su figura es un claro ejemplo de cómo la innovación y la diversidad pueden ser pilares de la identidad cultural, y cómo la sociedad puede ser injusta con aquellos que se atreven a desafiar las normas establecidas.
    La comparación entre la forma en que se trata el patrimonio cultural en Tucumán y en otras partes de Argentina y Europa es también muy ilustrativa. Mientras que en otros lugares se preservan y restauran los monumentos y la arquitectura histórica, en Tucumán se permite que se deterioren, destruyan, y olviden una parte de la historia,la memoria,y hasta el respeto por los que nos procedieron e hicieron algo por nosotros.
    Es así como lamentablemente y como dice el dicho un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla,y eso significa que hay sufrir consecuencias perdiendo identidad y memoria colectiva.

  10. En el texto podemos apreciar el patrinomio artístico, cultural e histórico de Tucumán, aunque las contradicciones son bastante notables ya que decimos que nuestra provincia es la «cuna de la independencia», pero a la vez miramos con tanta indiferencia a su memoria.

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