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Del Samhain al día de los muertos

Publicado el

Por María José Mazzocato.

de la filosofía al ritual.

Cada 31 de octubre, el mundo entero parece entrar en una zona liminal, donde los niños se disfrazan, las calles se iluminan con calabazas, las casas se llenan de símbolos de lo macabro. Pero detrás del gesto festivo y la estética contemporánea, Halloween conserva un eco antiguo, casi sagrado. Lo que hoy reconocemos como una celebración popular y global fue alguna vez un ritual pagano de transición, un puente entre el ciclo vital de la naturaleza y el misterio de la muerte.

El origen de Halloween se remonta al Samhain, una festividad celta celebrada hace más de dos mil años en las islas británicas. Los celtas, pueblos profundamente vinculados al ritmo de la tierra, marcaban con esta fecha el final de la cosecha y el comienzo del invierno, el tiempo oscuro del año. No se trataba simplemente de un cambio de estación, sino de un pasaje espiritual, donde se crea una frontera, un ‘portal” entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y los espíritus podían cruzarla.

El Samhain no era una fiesta del miedo, sino de reconocimiento del ciclo vital. La muerte, lejos de ser negada, era entendida como parte de un movimiento natural de transformación. Los hogares encendían hogueras para guiar a los ancestros y protegerse de los espíritus malignos, mientras las comunidades celebraban el fin de un ciclo agrícola y el renacer que traería la primavera. Era un ritual de memoria, purificación y renovación.

Con la expansión del cristianismo en Europa, estas prácticas paganas fueron absorbidas y resignificadas. En el siglo VIII, la Iglesia instituyó el Día de Todos los Santos el 1 de noviembre, seguido del Día de los Difuntos. Así, la antigua noche celta – “All HallowsEve”, víspera de Todos los Santos -se transformó en lo que hoy llamamos Halloween. Pero bajo la nueva terminología cristiana, el sentido ancestral de conexión con los muertos persiste, silencioso, en las costumbres populares.

En su raíz más profunda, Halloween es una filosofía ritual. Es la expresión de una pregunta universal ¿qué hacemos con la muerte? Desde los tiempos antiguos hasta la modernidad, las sociedades han intentado domesticar lo inevitable, dotarlo de sentido. Para los celtas, la muerte no era ruptura sino continuidad. Para los cristianos, era tránsito hacia la vida eterna, pero en ambos casos, la humanidad buscaba dialogar con lo que escapa a su comprensión.

El filósofo Martin Heidegger decía que la muerte es “ aquello que no puede ser delegado”, que nos revela nuestra finitud. En ese sentido, las fiestas de los muertos – ya sea el Samhain, el Día de los Muertos mexicano o el Obon japonés – funcionan como espacios simbólicos donde lo humano se enfrenta a su límite. Halloween, con sus máscaras y su teatralidad, actualiza esta experiencia que permite representar la muerte sin sucumbir a ella e invocarla en forma de juego, de risa, de sombra, sin perder su sentido mas profundo.

Lo que alguna vez fue un rito agrario se ha transformado en un rito existencial. Cada disfraz, cada vela encendida, es un recordatorio de que la vida se define por su finitud. La noche del 31 de octubre no celebra el terror, sino la conciencia de lo que somos, aquellos seres transitorios que necesitan narrar la muerte para sostener la vida.

El paso del tiempo convirtió Halloween en una fiesta transnacional, reinterpretada en contextos culturales diversos. En Estados Unidos, adquirió su carácter festivo y popular gracias a los inmigrantes irlandeses del siglo XIX, que llevaron consigo las leyendas y costumbres del Samhain. Desde allí, la globalización cultural la extendió hacia el resto del mundo, convirtiéndola en un fenómeno compartido, una suerte de lenguaje común para hablar de lo oscuro y lo misterioso.

Pero más allá de su expansión comercial, lo que resulta fascinante es cómo cada cultura reinterpreta el símbolo de la muerte desde su propio imaginario, en México, Halloween convive con el Día de los Muertos, donde los altares y las calaveras de azúcar expresan una relación íntima y colorida con la memoria. En Japón, la celebración se fusiona con el Obon, un festival de bienvenida a los espíritus ancestrales. En Europa, resurge como una práctica urbana de nostalgia pagana. Y en América Latina, aún despierta debates entre la adopción cultural y la reivindicación de lo propio.

Esa pluralidad no es contradicción, sino prueba de que el rito sobrevive transformándose. Halloween se ha convertido en un espejo de la contemporaneidad global,  una fecha en la que los símbolos viajan, se mezclan y se resignifican sin perder del todo su raíz. En un mundo fragmentado, es quizás uno de los pocos rituales que sigue hablando un idioma universal, aquel que expresa la vida frente a la muerte

Las máscaras de Halloween – herederas de los rostros pintados del Samhain, demostrando el peso histórico que posee dicha festividad- cumplen una función simbólica profunda, aquella de mirar a la muerte sin quedar paralizados. Al cubrir el rostro, revelan algo esencial, que toda identidad es transitoria, que detrás del disfraz hay una multiplicidad posible. El filósofo italiano Giorgio Agamben decía que “el rito es una forma de hacer visible lo invisible”; en Halloween, esa visibilidad adopta la forma del juego, del simulacro, de la risa ante el abismo.

La máscara, entonces, no oculta, sino que protege y revela a la vez. En un mundo que tiende a negar el dolor y a invisibilizar la muerte, esta noche global nos recuerda que la oscuridad no se elimina, se atraviesa. Tal vez por eso Halloween persiste, como festividad global, porque responde a una necesidad arcaica de reconciliarnos con lo que tememos, de dar forma a lo inasible.

En el fondo, Halloween no celebra a los muertos, celebra la conciencia de estar vivos. Es la noche en que la humanidad recuerda su fragilidad y la transforma en rito, en símbolo, en danza, aquello que comenzó como un festival de fuego y cosechas hoy se despliega en pantallas, calles y continentes, pero conserva un hilo invisible con su origen, el del deseo de entender que la muerte no es el fin, sino parte del relato.

En un mundo hiperconectado, donde los ritos se diluyen y los símbolos se globalizan, Halloween sobrevive como un gesto de resistencia poética, la de una forma de seguir encendiendo velas en la oscuridad, enfrentando el miedo más grande como humanidad, la muerte.

 

4 COMENTARIOS

  1. Espectacular Majo, muy interesante tu redacción y el análisis que realizaste, destaco por excelencia lo que escribiste acá: “En el fondo, Halloween no celebra a los muertos, celebra la conciencia de estar vivos.”
    Muchas gracias 🙌🏻

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