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“Hommes-livres”

Por Hugo Robles Lama.

Dedicado a Justo (el) Pastor Mellado

«Las personas diseccionan la naturaleza según los lineamientos establecidos por sus lenguas maternas; los hablantes de diferentes lenguas conceptualizan nociones como el color, el tiempo y el espacio de maneras únicas».
—Sapir-Whorf

Apuntes sobre un régimen verbal: el subjuntivo como desplazamiento del archivo

El lenguaje nunca fue un mero rótulo de la realidad, un catálogo de nombres. Es una matriz cognitiva que articula y deforma nuestra experiencia del mundo. Dentro de esta máquina compleja hay piezas, estructuras gramaticales menores —esos restos a los que uno no presta atención— que encierran una densidad filosófica inaudita. Pienso en el modo subjuntivo. Estudiarlo no es solo revisar una regla sintáctica: es indagar en la filosofía que la lengua oculta en sus engranajes. El subjuntivo es el manuscrito secreto de la gramática.

La partición del mundo: el indicativo y la ficción de la certeza

La gramática opera a través de una partición radical: el indicativo y su reverso. El indicativo es el modo del aserto, la voz que afirma que algo es. Se presenta como el modo de la objetividad aceptada, el lugar donde se archiva lo fáctico (el sol sale). Es la ficción de la certeza, el contrato que la comunidad de hablantes firma para poder nombrar una realidad compartida. Es el modo de la historia oficial.

Pero está el otro: el subjuntivo. Su dominio no es lo fáctico, sino lo no fáctico. Es el reino de la potencialidad, de la duda, del deseo. No afirma: suspende.

La subordinación como escape: verbos del deseo y la duda

El subjuntivo se activa casi siempre en la subordinación, impulsado por verbos que denotan voluntad, emoción o negación. Son verbos que actúan como pivotes, sacando la acción de la cláusula subordinada del ámbito del lugar común y de lo empírico.

El subjuntivo como máquina de pensar

La existencia de un modo verbal dedicado a las posibilidades interroga la relación entre la lengua y lo real.

La hipótesis de Sapir-Whorf, en su versión más matizada, cobra aquí una densidad singular. El lenguaje es un mapa, y este mapa nos fuerza a hacer ciertas distinciones. El subjuntivo obliga al hablante a interrogar el estatus de realidad de lo que enuncia su cartografía.

Desde la teoría de los actos de habla, el subjuntivo es un indicador de la fuerza ilocucionaria. No se trata solo de lo que se dice, sino de lo que se hace al decirlo: una orden, un deseo. El modo verbal es el dispositivo gramatical que confiere la potencia performativa al enunciado. Es la prueba de que el lenguaje, más que representar, actúa.

La gramática es la filosofía oculta del idioma: nos obliga a elegir entre lo afirmado y lo proyectado. El idioma establece una estructura que moldea el pensamiento, la transcripción de un sesgo cognitivo, la manera particular en que una comunidad ha decidido organizar el caos de la experiencia.

La trama de lo posible: notas sobre el “Subjuntivo” de Juan Sasturain

Buscamos en los márgenes de la literatura las grandes declaraciones filosóficas. No en el gran ensayo, sino en el experimento narrativo, en el rigor de la forma. El cuento “Subjuntivo”, de Juan Sasturain —ese objeto extraño rescatado de La mujer ducha o Zenitram—, funciona precisamente como eso: una declaración ontológica disfrazada de desafío formal. Es la prueba de que la gramática no es un conjunto de reglas para la corrección, sino una matriz de pensamiento.

Sasturain, con esa lucidez de quien trabaja con la forma hasta el agotamiento, lo ha dicho: el subjuntivo es el modo de lo “humano”, la voz que modula el deseo y el temor, esa oscilación perpetua que nos define. Frente al indicativo (la palabra que es, la ley de la naturaleza) y el imperativo (la palabra que ordena, la voz divina o la autoridad), el subjuntivo es el modo de lo pendiente, de lo que apenas alcanza a ser una proyección mental. El experimento es llevar este modo al extremo, construir todo el edificio de la ficción sobre un terreno movedizo.

La gramática de la amnesia

El narrador no nos cuenta una historia: nos invita a imaginarla, nos toma de la mano y nos dice: “Supongamos que te despiertes desnudo en una habitación vacía…”. Y ahí estamos, sin saber cómo llegamos, sin saber quiénes somos. Cada verbo es una grieta por donde se filtra la duda. No hay hechos, hay posibilidades; no hay memoria, solo conjeturas.

El personaje ha perdido su pasado, y con él, el indicativo. Vive en subjuntivo, en esa zona donde todo es hipotético. Incluso la muerte —ese disparo que podría ocurrir— se presenta como una intención, no como un hecho. El lenguaje no mata: imagina matar. Y eso es más inquietante.

El cuento Subjuntivo, de Juan Sasturain, es uno de esos susurros. No es la voz de Dios ni la ley de la naturaleza: es la voz del deseo, del miedo, de lo que aún no ha ocurrido pero podría. Es el modo de lo humano. No es una regla gramatical: es el rumor de lo posible, la respiración del deseo en el tejido de la lengua.

Para Sapir-Whorf las lenguas modelan el pensamiento; el subjuntivo es nuestra manera de concederle un pasaporte a lo imaginario. Sin él, el mundo sería una superficie plana y bidimensional.

El narrador respira en un tiempo suspendido, como si la memoria hubiera sido arrancada del presente. Hasta la muerte misma entra en el juego de la duda: “Supongamos que yo solo haya querido…”.

Bradbury habría dicho que el subjuntivo es el lugar donde los sueños aprenden gramática.

En su novela Fahrenheit 451, los pensamientos y deseos de los personajes, así como la atmósfera de posibilidad y duda, lo impregnan todo con un acelerante que espera su chispa complementaria:

«Y, a cada lado del río, había un árbol de la vida, con doce clases distintas de frutas, y cada mes entregaban su cosecha; y las hojas de los árboles servían para curar a las naciones.
“Sí —pensó Montag—, eso es lo que guardaré para mediodía. Para mediodía…”
“Cuando alcancemos la ciudad.”»

“Si en esta leyenda no hay algo que pueda aplicarse a nosotros, hoy, en esta ciudad, entonces es que estoy completamente loco.”
(Faber reflexiona sobre la utilidad de los libros, dudando y abriendo la puerta a lo posible).

“No puedo cambiar de bando y que solo se me diga lo que debo hacer. En tal caso, no habría razón para el cambio.”
(Aquí el subjuntivo expresa una condición no realizada, una duda sobre el futuro).

“No pida garantías. Y no espere ser salvado por alguna cosa, persona, máquina o biblioteca. Realice su propia labor salvadora y, si se ahoga, muera, por lo menos, sabiendo que se dirigía hacia la playa.”
(Faber insta a Montag a actuar, exponiendo un futuro incierto lleno de hipótesis).

“Quizá podamos transmitirlo a alguien…”
(Montag desea que el acto de leer y comprender libros tenga un impacto, aunque solo sea una posibilidad incierta).

Estos ejemplos evidencian cómo la novela está marcada por la duda, el anhelo y la apertura a lo posible: la atmósfera del subjuntivo como modo para pensar, sentir y resistir en un mundo opresivo.

En el capítulo final de Fahrenheit 451, tanto en la novela de Ray Bradbury como en la película de François Truffaut, los hommes-livres (hombres-libro) representan el último vestigio de la esperanza y la posibilidad en una sociedad que ha intentado destruir el pensamiento libre.

En la novela, Montag encuentra a este grupo de exiliados, cada uno convertido en un libro viviente: han memorizado novelas enteras, ensayos y poemas, en espera de que llegue el momento —si la humanidad sobrevive, si la guerra termina— en que sea posible reconstruir la cultura y entregar su legado. El subjuntivo se percibe justamente en esa espera, en el condicional, en el “cuando se pueda”:

“Cada hombre tenía un libro que quería recordar, y así lo hizo. […] Nos reunimos, viajamos, nos reconocimos por citas, por frases, y nos ayudamos unos a otros. […] Esperamos el momento en que podamos usar lo que sabemos.”

En la película de Truffaut, el final muestra a los hombres-libro recitando sus textos bajo la nieve, transmitiendo lo memorizado de uno a otro, en una comunidad frágil pero resiliente. El subjuntivo late en el futuro incierto:

“Cuando termine la guerra, tal vez alguien quiera escuchar nuestros libros. Hasta entonces, debemos continuar…”

La película marca el encuentro de Montag con Clarisse entre los hombres-libro, intensificando ese ambiente de expectativa y potencialidad: la cultura sobrevive en ellos, si algún día puede ser compartida.

El subjuntivo aquí es existencial y narrativo: los hombres-libro son guardianes de la “gramática de la posibilidad”. Viven y actúan esperando que llegue la oportunidad, que la humanidad desee saber, que el futuro permita reconstruir lo perdido. Todo su gesto está marcado por la esperanza y la duda, nunca la certeza.

La comparación entre el uso del subjuntivo en el cuento “Subjuntivo”, de Juan Sasturain, y el final de Fahrenheit 451 revela matices filosóficos y literarios distintos, aunque ambas obras emplean el modo para explorar la posibilidad, la duda y la subjetividad.

Sasturain explora el subjuntivo como modo de la incertidumbre íntima, donde el mundo solo existe en la potencialidad y la vacilación mental del personaje.

Bradbury, en cambio, usa el subjuntivo como una promesa comunitaria y post-apocalíptica: lo que podría ser, si… La duda se dirige más al porvenir compartido que al tormento interior.

Ambos muestran que el subjuntivo, más que un fenómeno gramatical, es una verdadera “gramática de la posibilidad”: en Sasturain, la de la conciencia solitaria; en Bradbury, la de la esperanza colectiva. La misma de El Eternauta, de Oesterheld.

1 COMENTARIO

  1. La comparación entre libros: la duda de un monje copista de la edad media antes de cometer un palimpsesto. El papel era escaso y la nueva escritura se vería intervenida por lo borrado a duras penas por el atribulado monje. La gramatica de lo posible, lo potencial que ya ocurrió. Lo ominoso del olvido.

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