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El ocaso de los ídolos

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Por José Mariano. 

El hombre es algo que debe ser superado.
Así habló Zaratustra.

Nietzsche escribió que la humanidad sería apenas un puente entre el animal y el superhombre. No habló de tecnología, ni de inteligencia artificial, ni de algoritmos, habló de un tránsito espiritual. Ese tránsito ha comenzado, aunque de una manera que ni siquiera él hubiera imaginado. Ya no se trata de la muerte de Dios, sino de algo más radical: la muerte del hombre que lo mató.

El siglo XX edificó sus ídolos en el altar del progreso. La ciencia se convirtió en religión, la política en redención, la educación en moral, el derecho en justicia laica. Fue el siglo que creyó que podía explicarlo todo: la vida, el alma, el tiempo. Creyó que la razón era suficiente para ordenar el caos, que la historia era una línea ascendente, que la técnica nos haría libres. Pero los dioses del siglo XX —la razón, el progreso, el conocimiento, el mercado— se han vuelto obsoletos. No murieron por ataque externo. Se devoraron a sí mismos.

Las democracias se diluyen en pantallas; la ley se dispersa en tecnicismos; el conocimiento se desangra en datos. El hombre, que durante siglos creyó ser el centro, ahora es apenas una interfaz.

El sujeto moderno -ese que se pensaba soberano- ha sido reemplazado por un usuario, alguien que ya no actúa, sino que interactúa. Y en esa sustitución comienza a insinuarse otra especie que todavia no tiene nombre, pero sin embargo sobrevive a la obsolescencia de sus propias categorías.

Las redes sociales son el nuevo Olimpo. Allí, entre algoritmos y pantallas, el ser humano se observa, se juzga y se inmola a sí mismo. No se construyen ideas, se fabrican ídolos efímeros.
Cada día nace un nuevo profeta del instante, un mártir del trending topic, un dios de 24 horas.
El escándalo es la nueva misa; la indignación, la forma más rápida de pertenencia. Ya no pensamos, solamente reaccionamos. Y en ese vértigo, el tiempo deja de tener dirección y se convierte en un espiral de estímulos.

Los medios tradicionales no escaparon a la mutación. Perdieron su papel de oráculos y se volvieron entretenimiento, coros del ruido general. Ya nadie los mira para informarse, sino para no pensar. El noticiero no ofrece saber lo que pasa en el mundo, ofrece distracción. La verdad, que alguna vez fue una conquista, hoy se mide por visibilidad. El pulso de lo real no surge del análisis, sino del algoritmo, es en el celular donde el mundo respira, se indigna, y se olvida.

El conocimiento, que durante siglos fue un camino, se ha vuelto un flujo continuo de información. Acumulamos sin comprender, aprendemos sin memoria, decidimos sin pausa. La inteligencia artificial replica nuestras pasiones y amplifica nuestras miserias. Hemos trasladado el alma a las máquinas, pero ellas nos devuelven solo una caricatura, eficiencia sin conciencia. La razón, ese orgullo de la modernidad, se ha transformado en cálculo. Y el cálculo, en poder. El saber ya no busca iluminar, busca administrar.

Creo que Nietzsche vio venir este tiempo. Anunció que, tras la muerte de Dios, vendría la era del último hombre, el ser satisfecho, cómodo, incapaz de crear valores nuevos. Hoy, ese último hombre somos nosotros, conectados, informados, entretenidos. No creemos en nada, aunque necesitamos creer en algo, en la novedad, en la visibilidad, en la promesa de una mejora constante. Hemos sustituido la trascendencia por la actualización. Ya no adoramos dioses, adoramos sistemas. El rebaño moderno no peregrina, actualiza su estado.

Y en ese acto repetido, el tiempo se acelera hasta volverse ruido.

Pero incluso en medio de este colapso, algo germina. Todo ocaso es también una forma de claridad, cuando los ídolos se derrumban, algo se revela. Quizás lo que está ocurriendo no sea el fin del mundo, sino el final de una versión del hombre. El posthumano no es un androide ni un dios digital, es el resto que queda cuando el sujeto moderno se disuelve. Un ser sin centro, pero con conciencia; sin certezas, pero con lucidez. Tal vez la tarea que se nos impone no sea resistir el cambio, sino aprender a existir sin ídolos.

El desafío es inmenso, mirar el abismo sin miedo a caer, y, aun así, decidir crear. Aceptar que no hay verdad última, pero sí mundos posibles. Entender que la humanidad no es una esencia, sino una transición. El siglo XX creyó haber alcanzado la cima de la historia; el XXI, en cambio, nos enfrenta con lo desconocido. Ya no somos el fin de la evolución, somos su intermedio.

Vivimos el ocaso de los ídolos, pero también el nacimiento de algo que aún no sabemos nombrar.

Quizás, por primera vez, lo humano empiece a comprenderse desde su límite —y no desde su soberbia. Quizás, por primera vez, el hombre empiece a intuir que sobrevivir no basta, que hay que volver a inventarse.

 

Bienvenidos a la Edición 34. 

Esto es Fuga.

12 COMENTARIOS

  1. El dia en que la soberbia no maneje este mundo sera el dia en que el hombre muestre su esencia y pueda trascender….y como vos dices jose estamos viviendo el proceso del cambio

  2. La transformación tecnológica actual abre la posibilidad de una nueva forma de humanidad. Si bien la tecnología puede diluir al individuo en algoritmos y sobrecarga de información, también habilita capacidades inéditas: ampliación intelectual, acceso ilimitado al conocimiento y una eficiencia mental jamás vista. Las próximas generaciones, formadas en este entorno híbrido, podrían trascender las limitaciones del ser humano moderno si no se conforman con reproducir valores heredados y son capaces de crear otros nuevos. Su tarea será convertir la potencia técnica en voluntad creadora; no ser simples usuarios, sino fundadores de sentido. Así, lejos de quedar reducidos al “último hombre”, estos nuevos intelectuales podrían encarnar un salto cualitativo: individuos capaces de pensar más allá del ruido, integrar filosofía y tecnología, y transformar el mundo a partir de valores propios.

  3. Como siempre impresionante reflexión que nos deja para pensar en lo que hacemos, como vivimos y como queremos vivir.
    Excelente artículo , leerte es un placer!

  4. Hay dos frases que recupero de tu comentario. Las tomo como síntesis y creo representan el verdadero desafío «su tarea será convertir su potencia técnica en voluntad creadora; no ser simples usuarios sino fundadores de sentido».
    En el último parrafo …» individuos capaces de pensar más allá del ruido. Capaces integrar tecnología y filosofia». Una interesante versión para salir nuevamente de la.orda que propone la época .

  5. Muy bueno, José, este párrafo me parece una descripción tan actual: «La verdad, que alguna vez fue una conquista, hoy se mide por visibilidad. El pulso de lo real no surge del análisis, sino del algoritmo, es en el celular donde el mundo respira, se indigna, y se olvida.»
    Gracias por resistir escribiendo!!

  6. Maravillosa reflexion sin dudas un proceso, creo que conviven varias conciencias y varios estadios evolutivos, no solo cabe la palabra soberbia, sino egoismo, materialismo, palabras llenas de contenidos miserables y escasos…. el individualismo mal entendido, o sea egoismo(que es una resta) y no el aporte de nuestra diferencia (que es una suma) confunde , la humanidad es una con la naturaleza la tierra y Dios y cual el titanic se hundio para todos…
    El camino es el otro, es el amor, es compartir y dejar de repartir… crecer juntos.y en armonia en la busqueda del bien comun construido en la riqueza de la diferencia , no en la carcel de la masicacion…ya paso el tiempo de la dominacion… es el tiempo del consenso el respeto y el amor al otro…. funciona! Hay sociedades que lo lograron y otras que construyeron bpsques a partir de desiertos en 10 años, hay amar hasta que duela y trabajar lado a lado, callarse un poco la boca y Hacer lo demas sera la añadidura….

  7. Al respecto de tu última frase, es muy interesante la película de Guillermo Del Toro «Frankestein». Como damos vidas a creaciones que después no podemos manejar, ni terminar.
    La noción de ídolo, concebida como ejemplo, mutó. Es importante crear crítica de aquello en los que necesitan alguien a seguir.

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