InicioPensamiento ContemporáneoEl Mani Pulite que Argentina aún no se permitió

El Mani Pulite que Argentina aún no se permitió

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Por Fructuoso Rivera.

Hay momentos en la historia en los que un país tiene, por un fugaz instante, la posibilidad única de cambiarlo todo. Desde tal atalaya, son ciertamente curiosas las tristes anécdotas compartidas entre Argentina e Italia, ya que ambos países han tenido esta fugaz oportunidad al menos dos veces: Italia la tuvo primero en 1981, cuando salió a la luz la famosa lista de los 1720 miembros de la logia P2, involucrando desde cardenales a la Cosa Nostra. Once años después la volvió a tener en 1992, cuando estalló el mundialmente conocido caso Mani Pulite (llamado también “Tangentopoli,” o “Ciudad de las Coimas” –tangenti es coima-). Lamentablemente, Italia dejó pasar su primera chance en 1981 pero sí que aprovechó su segunda oportunidad y el mundo conoció así el caso —¿o el movimiento?—  Mani Pulite” (manos limpias). 

Argentina también tuvo su primer instante fugaz una tarde de noviembre de 2005, cuando Roberto Lavagna dijo en voz alta lo que todos murmuraban: fuerte cartelización en la obra pública vial y existen sobreprecios del 90% en obras viales que sería, para el colmo, financiada por el Banco Mundial (!!!). Sin embargo –salvo por el notable esfuerzo solitario de Elisa Carrió y su equipo–, la Justicia y la Política de Argentina dejó pasar aquélla primera gran oportunidad de frenar un sofisticado sistema de corrupción pública que ya era rampante. 

Ahora, veinte años después en 2025, inició el juicio de la causa conocida como “Cuadernos”, y se presenta entonces un segundo instante fugaz, capaz de cambiarlo todo, y de revisar en serio qué ocurrió durante más de una “década ganada” — ganada por la corrupción y la mafia ítalo-argentina.

Volvamos a Italia: era marzo de 1981 cuando un allanamiento terminó revelando algo explosivo. La Justicia encontró, en la casa de Licio Gelli un cuaderno mecanografiado con casi mil nombres: militares, espías, empresarios, banqueros, diputados, jueces y hasta Silvio Berlusconi(!!!). 

Notablemente, Gelli tenía ya en ese momento un muy fluido vínculo con Argentina: había sido muy amigo y funcionario de Juan Domingo Perón, a quien inició en la masonería, y cuyo retorno a la Argentina había personalmente gestado, viajando con el líder justicialista en el famoso vuelo de regreso del DC8 de Alitalia, que el mismo Gelli financió. Incluso fue condecorado por el propio Perón con la Orden del Libertador y designado agregado económico de la embajada argentina en Roma, un puesto que mantuvo aún tras el golpe de 1976. La lista que se encontró cuando lo allanaron incluía los nombres de varios argentinos, entre ellos, el almirante Emilio Eduardo Massera -que luego del golpe controló la Cancillería-, el general Carlos Guillermo Suárez Mason, José López Rega y el presidente de la Cámara de Diputados durante el gobierno de Isabel, Raúl Lastiri. El propio Gelli declaró en una oportunidad que su logia tenía 2.400 miembros, y fuentes muy autorizadas han dicho, también, que el verdadero jefe de P2 era Giulio Andreotti, ex primer ministro de Italia.

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La primera exhibición de poder de Gelli fue traerle en bandeja, desde Milán,
el cadáver de Eva Perón, un objetivo personal y político del viejo caudillo.
Su recurso preferido a la hora de eliminar a un adversario era el “suicidio”.
Fuente: https://inforafaela.com.ar/contenido/30270/juan-domingo-peron-y-licio-gelli

Era la lista completa de los miembros de la logia Propaganda Due que es una estructura masónica clandestina —desviada— que funciona como lubricante de poder y negocios turbios. En Argentina, la P2 tuvo una nefasta influencia durante el tercer gobierno de Perón (a través del Brujo López Rega que era o aspiraba ser de la partida). La lista descubierta en Italia era un mapa del Estado paralelo que financiaba, protegía y organizaba la corrupción de la Primera República italiana.

Si uno mira esa escena pero con gafas de Argentina, es como si apareciera hoy un  cuaderno que mezclara y expusiera, a la vez, a la SIDE, los veinte empresarios top, jueces y fiscales federales, contratistas de obra pública, medios de comunicación, presidentes de cámaras empresariales y medio gabinete de Gobierno. Tal fue el impacto de la lista de la P2 encontrada en Italia en 1982 y sin embargo, no pasó nada: la política lo minimizó, la justicia fragmentó las investigaciones y la ventana de oportunidad se cerró. Tras 17 meses de proceso y 13 años de investigaciones, los miembros de la logia fueron absueltos de la acusación de conspiración y el sistema siguió funcionando igual: con coimas generalizadas del 3 al 20 por ciento en cada contrato, canalizando el financiamiento ilegal de partidos a través  de tangenti o “coima” como el idioma universal de negocios con el Estado (en todos sus niveles).

Pero 10 años más tarde, el 17 febrero de 1992, estalló en Milán un caso que en otro momento hubiera sido solo una nota de color policial: el socialista Mario Chiesa, presidente de un hogar geriátrico municipal, fue detenido por pedir y aceptar una coima por una adjudicación de un contrato de limpieza. El empresario Luca Magni, cansado de pagar coimas para poder operar, decidió denunciar y colaborar con la Justicia. Pero a diferencia de lo ocurrido 10 años atrás, esta vez un equipo de cinco valientes fiscales liderados por Antonio Di Pietro y Franceso Borrelli no estaban dispuestos a dejarlo pasar: tiraron del hilo, y el hilo resultó ser una soga enorme. 

En un comienzo, Chiesa se negó a declarar, pero la habilidad de investigador de Di Pietro le había permitido encontrar dos cuentas que el socialista tenía en Suiza, bajo los nombres en clave de “Levissima” y Fiuggi”, dos populares marcas de agua mineral. El fiscal llamó por teléfono al abogado del detenido y le dijo: “Avísele a su cliente que se acabó el agua mineral”. 

Chiesa confesó, y abrió una caja de Pandora. Declaró que el “sistema” de las coimas o tangenti (luego bautizado Tangentopoli) era, en realidad, una especie de impuesto” que los políticos en el gobierno, de cualquier orientación, exigían a cambio de otorgar las licitaciones. Ese dinero financiaba el funcionamiento de los partidos. Y luego los empresarios confesaron y los arrepentidos se multiplicaron, las pruebas se reunieron y en poco tiempo, todo el edificio político italiano comenzó a temblar. En poco tiempo, más de la mitad del Parlamento italiano estaba bajo investigación (!!) y los dos principales partidos —la Democracia Cristiana y el Partido Socialista— colapsaron. Bettino Craxi, símbolo del poder socialista, terminó prófugo en Túnez. Uno de sus asesores más cercano, Sergio Moroni, se suicidó y dejó una carta en la que admitía haber recaudado muchas tangenti, pero aclaraba que no eran para su uso personal, sino para las actividades políticas, es decir, que se trataba de un “robo para la corona”. En el Mani Pulite, cientos de empresarios confesaron el pago de coimas sistemáticas. 

Como se ve, el Mani Pulite italiano no fue solo un operativo judicial: fue un terremoto político, un reinicio institucional que liquidó una era entera de la historia política italiana. Aun con sus excesos, mostró algo fundamental: cuando la justicia quiere investigar, lo hace, y cuando no quiere, nada sucede. Y esto es algo que, desde el Oriente, se nota que conocen muy bien los argentinos…

La escala e impacto del Mani Pulite italiano se puede ver también en más de 30 suicidios además del de Moroni, vinculados todos directa o indirectamente a la investigación. Eran figuras del establishment económico italiano que, enfrentadas a un escrutinio inédito, no resistieron la presión. Aquellos suicidios sirven para recordar que las purgas institucionales, cuando son realmente profundas, no pasan sin consecuencias personales devastadoras para los involucrados.

Durante los diez años que duró el Mani Pulite italiano —entre 1992 y 2002— se investigó aproximadamente a 4.500 personas, se dictaron más de 1.200 condenas y derivó en decenas de procesos por corrupción, financiamiento ilegal, coimas, tráfico de influencias y asociación ilícita. El Mani Pulite italiano fue una verdadera investigación masiva y sistémica, que cambió para siempre el sistema de partidos, las leyes electorales y hasta los hábitos políticos. El dato más relevante: todo empezó con una pequeña coima de un contrato de limpieza en un geriátrico de Milán, un pequeño caso que, en otro contexto, hubiera sido normalmente archivado.

Volvamos ahora a Argentina. El 23 de noviembre de 2005, Roberto Lavagna dijo en la convención anual de la Cámara Argentina de la Construcción que había detectado “cartelización” en obras viales. Y lo decía el ministro de Economía, no un opositor marginal. Y además lo decía apoyado en advertencias del Banco Mundial, por lo cual impulsó la apertura de un expediente de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia por bid rigging. ¿Eran acaso esos dichos la versión criolla de lo ocurrido en 1981 con el descubrimiento de la red de influencia de la P2?

Se impone la pregunta inevitable: ¿Será que —cómo presa eterna de un determinismo histórico pre-Socrático—, con el esperado inicio ocho años después de la esperada “Causa Cuadernos” se iniciará también un muy esperado y necesario proceso de destrucción/implosión/creación política como ocurrió en la Italia del Mani Pulite?

¿Fue Lavagna en 2005 quien denunció y describió un mapa preliminar de cómo se distribuía la obra pública entre contratistas selectos, cómo se direccionaban licitaciones y cómo funcionaban retornos encubiertos? Todo parece indicar que no, pero, sin dudas, sí fue Centeno con sus Cuadernos en 2018 quien se ocupó de, literalmente, completar varios Cuadernos que pueden ser vistos como documentos equivalentes a la lista de Gelli de la P2. En 2005, en Argentina, la reacción a los dichos de Lavagna fue exactamente la misma que en Italia en 1982 al encontrarse la lista de Gelli: no pasó nada, pero se comenzó a gestar la reacción que sacudiría a la política italiana 10 años después. 

En la Argentina de 2005, a diferencia de Italia en 1992, en lugar de valientes fiscales lanzados como leones a investigar los dichos públicos de un muy respetado Ministro, tuvimos fiscales federales que optaron por guardar silencio y eligieron mirar para el costado. En vez de un estallido institucional, sólo hubo un desplazamiento político: Lavagna fue eyectado del gobierno de Kirchner y ninguno de los doce fiscales federales con competencia en Comodoro Py inició una actuación de oficio, pese a que la ley los habilitaba —y los obligaba— a hacerlo. La Procuración no movió un dedo. La Comisión de Defensa de la Competencia abrió un expediente y lo terminó archivando tres años después, sin consecuencias penales. En 2005 la oportunidad de un Mani Pulite a la criolla se perdió ahí mismo, por inacción judicial. ¿Cuánto les ha costado a nuestros hermanos argentinos que los fiscales de Comodoro Py no hayan iniciado de oficio investigaciones sobre los dichos de Lavagna?¿Quizás la tragedia de Once se hubiera evitado?

Entre 2005 y 2015 –y probablemente hasta la aparición de los Cuadernos de Centeno–, el sistema de coimas criollo siguió funcionando sin obstáculos. Si bien hubo otra advertencia temprana, el caso Skanska, que pudo haber sido la segunda puerta de entrada a una investigación sistémica, también quedó diluido en tecnicismos, cambios de jueces y sobreseimientos. El juicio oral de este caso inició 20 años después, en 2024. ¿Fue el pueblo argentino el que eligió en 2005 la inacción, o fueron las partes corruptas de la Política y de la Justicia que eligieron ser cómplices?

Recién en 2018, con los cuadernos de Centeno, apareció la primera reconstrucción explícita del mecanismo de recaudación ilegal vigente entre 2003 y 2015: viajes, bolsos, fechas, montos, empresarios arrepentidos. El mapa ahora sí coincidía con lo que Lavagna había insinuado trece años antes (!!). Pero la diferencia temporal fue decisiva: 13 años después, la política argentina ya había aprendido a blindarse contra escándalos. Y a diferencia de Italia con el Mani Pulite, en Argentina ningún partido colapsó cuando se conocieron los Cuadernos, ningún sistema electoral se reconfiguró, y salvo por CFK y varios de sus Ministros, ningún liderazgo nacional de ninguna otra fuerza política relevante fue desplazado por causa de un proceso judicial anticorrupción, como fue en Italia el Mani Pulite. Sin dudas que al menos hasta ahora la versión criolla del Mani Pulite —la causa Cuadernos— fue  muy impactante pero no ha sido transformadora. Quizás el juicio que acaba de iniciar nos dé noticias más adelante que hagan variar ésta última opinión. 

Si uno compara ambos países, la diferencia no está en la magnitud de la corrupción —que aparentemente fue similar y se estiman perdidos entre 20.000 y 30.000 millones de Dólares/Euros durante más de una década de coimas generalizadas— sino en la reacción institucional. 

Italia tuvo una década de fuerte ceguera institucional (1982-1992), pero luego tuvo fiscales y jueces dispuestos a romper el sistema desde dentro (incluso convirtiéndose en mártires, como Falcone y Borsellino en su cruzada contra la Cosa Nostra, organización criminal por cierto muy vinculada a la P2). Argentina, en cambio, tuvo la advertencia en 2005, pero no tuvo a ningún Di Pietro. Al contrario, tuvo doce fiscalías federales que prefirieron mirar para otro lado. Y ese detalle cambió el destino de las dos naciones.

La pregunta incómoda es esta: ¿Tenemos, hoy, veinte años después de los dichos de Lavagna, la capacidad institucional para impulsar un Mani Pulite criollo? ¿O estamos condenados a que cada intento de reforma y justicia quede atrapado en la telaraña de intereses que ya impidió actuar en 2005, que incluso “amortiguó” Cuadernos en 2018 y que también frenó llamativamente el avance de la causa Oderbrecht en Argentina?¿Será que existe una P2 criolla?

Italia  muestra que las instituciones sí que pueden despertar de golpe. Argentina, en cambio, por ahora solo muestra que las instituciones también pueden dormir con los ojos abiertos. El Mani Pulite fue posible porque un equipo fiscal comprometido creyó que una coima mínima podía ser la llave de entrada para derrotar a un sistema completo. Argentina nunca tuvo —o nunca dejó actuar— a esa clase de fiscales y jueces. Y mientras esa diferencia persista, los argentinos seguirán escribiendo la misma historia que los italianos, pero en diferido, con distintas fechas y, para peor, sin poder aprender de las valiosas y valientes experiencias italianas en la lucha contra la corrupción sistémica y la infiltración del Estado por parte de las mafias más sofisticadas y globales del mundo, la siciliana Costa Nostra y la calabresa Ndrangheta, ambas viejas conocidas por las australes latitudes… 

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