por Ian Turowski.
Los monos están enfrentados. Gritan, se insultan, se rompen la cara a piñas para demostrar quién tiene la razón, quién defiende mejor «el proyecto», «la patria», «el pueblo». Se creen distintos, pero son todos iguales: gorilas, mandriles… monos al fin. Militen lo que militen, todos bailan por la misma música: la del que les paga. Mientras tanto, el líder los observa desde arriba del árbol, saltando de rama en rama, tranquilo, intacto. Los deja pelearse abajo, que pongan el cuerpo, porque sabe que ese es el plan: usarlos, exprimirlos, mandarlos a hacer el laburo sucio, a patear la calle, a tragar mierda por una causa que nunca fue suya. Porque, al final, por la plata baila el mono. Y estos bailan con orgullo, sin darse cuenta de que el zoológico se encuentra hecho de jaulas y no de ideas y propósitos liberadores.
Acá no se discuten propuestas sólidas y concretas. Acá se banca, se alienta, se canta, se insulta. Se defiende lo indefendible con la pasión de un imbécil que ni siquiera se detuvo a pensar qué carajo está diciendo.
La futbolización tribunera de las ideas en Argentina conlleva una ceguera que siempre termina envolviendo a los jóvenes en fanatismos religiosos, quienes creen haber encontrado al mesías. Jóvenes que salen a defender a políticos mitológicos, dotados de cualidades casi divinas, listos para ser canonizados apenas mueren. Pero, en el fondo, son los mismos soretes de siempre. Tipos que conocen el juego, que saben que en esa juventud está el desatino, la falta de experiencia… pero también la convicción, la entrega, el hambre de creer y sentirse parte de algo.
En las últimas décadas lo vimos de todos los bandos. Del lado del kirchnerismo, con La Cámpora y sus mil agrupaciones de jóvenes militantes dispuestos a repetir lo que sea por un poco de pertenencia. Hoy lo mismo, pero con los fanáticos libertarios, que creen haber encontrado en Milei al mesías profetizado. Dos caras iguales en la misma moneda. Enfrentados, sí, pero iguales en vehemencia, en ceguera, en falta de visión crítica. Presos de la inexperiencia, pero también de las mismas promesas eternas que nunca se cumplen y que siempre quedan flotando como pedos en el aire.
Es tan ridículo, que si les preguntás, te dicen que los pedos de estos hijos de puta que están ahora en el poder son más ricos que los del gobierno anterior. Porque sí, así de bajo caímos. Se discute quién caga mejor, quién caga con más o menos olor.
La verdad es que siempre te están cagando. Y si todos comen mierda, debe ser que está bien, ¿no? Esa es la lógica del militante promedio: comerse la mierda con ganas y sentirse orgulloso de eso. Porque dudar es traición, y pensar por cuenta propia es de soberbio.
Vivimos obsesionados con conseguirnos un padre para la patria. Un San Martín, un Belgrano, un Perón, alguien que venga a decirnos qué hacer, cómo hacerlo y cuándo. Nos sentimos huérfanos, perdidos, como chicos abandonados. Vamos de decepción en decepción, esperando al papá salvador que nunca llega.
Pero no. No hay salvadores. No hay nueva reencarnación de Cristo. No hay refundación nacional en marcha. Hay tipos que entendieron cómo manipular a los jóvenes con convicciones y energías que luego serán usadas como papel higiénico. Miles siguen y seguirán cayendo como moscas al olor nauseabundo de promesas podridas.