por Sergio Lizárraga.
Viel Temperley, Fijman, Bernárdez, Mujica, Solinas, Biagioni, Bustos, nombres valiosos en la poesía mística argentina, algunos excluidos aun del canon literario. Poetas que abrazan la fe por sobre la seductora ilustración, o que toman las estructuras de la poesía teresiana y sanjuanina, para huir de la fugacidad de la vida física, y sin abrazar doctrinas, vivir desde la palabra la manifestación de otra dimensión donde el ser se hace partícipe de otro Ser.
Estos poetas demuestran en sus versos la enorme amplitud de la temática: expresan las relaciones del cosmos, de todos los seres creados y especialmente del hombre con Dios.
Entre los poetas del NOA, merece especial atención Fernando Raúl Matiussi, (Tucumán, 1968) finalista en dos oportunidades, del Premio Mundial de Poesía Mística “Fernando Rielo”, destinado a “distinguir poemarios que expresan con destreza poética los diversos modos de la íntima experiencia personal, que en amor o dolor, el alma tiene de su unión con Dios”, característica relevante, según el propio Fernando Rielo, de la poesía mística contemporánea, ya que la misma no aborda una búsqueda o mero sentir, donde Dios es solo un concepto, sino que, por el contrario, toma al arte como elevación misma hacia el Absoluto.
En “En la tierra como en el cielo” (Edición del autor, 2014) Fernando Matiussi recurre a la profundidad de la experiencia unitiva con Dios y a la estética de la lengua para conjugar dos bellezas, la de la mística y la de la poesía.
En sus versos coloca al hombre frente al hombre, y lo muestra, al decir de Videla de Rivero (2011) inserto en un Cuerpo Místico que lo completa, del cual es una parte solidaria. (p.5)
Nos encontramos con un hombre que se reconoce criatura y recupera, de ese modo, la presencia de su Creador, con un poeta que nos comparte una profundidad en donde cada rincón del alma se ha desnudado de todo ruido para poder decir “lo que le fue soplado”.
Fernando Matiussi establece un enlace entre su poesía y su espíritu, y en cada verso demuestra, siguiendo las palabras de Cortázar, que su yo poético se entrega a aquello que contempla, “más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío”.
“Quiero que hoy la vida
Me entierre su músculo vibrante
Y no me quede esa tristeza fatigosa y lacónica
Que muerde los girones del alma y destroza
Con su mueca infame el paraíso
Que pueda abrir una huella en los ríos de esta salvación
Que no he podido ni he querido recordar el tiempo remoto y distante
y camine hacia esa barca que jamás se hunde
y puedan mis pies andar sobre las ruinas del mundo
en un remolino de imágenes circulares y profanadas”…
En este texto el hablante poético ansía vivir una experiencia liminar, invita al despojamiento de lo mundano, el camino del desierto y la experiencia del vacío.
Los poemas recorren los Evangelios, que marcan camino para la verdadera oración, se detienen en pasajes dejando fluir los acontecimientos desde la mirada de los personajes, recrean el clima que rodea la escena e incluyen al otro para hacerlo un próximo. Al recrear episodios bíblicos, hechos o etapas de la vida de Jesús o mostrar al hombre que clama a Él en medio de la duda, del dolor, de las pérdidas, de las decisiones difíciles, de la desorientación, de la culpa, de las crisis, de los claroscuros de la fe o de las más diversas situaciones existenciales, las que cobran sentidos más profundos a la luz de la fe; Matiussi por medio de su palabra poética, como lo diría Videla de Rivero (2011), profetiza, revela, contempla, esclarece su interioridad, define sus vivencias y realiza un proceso de catarsis, otorgándole al arte, una función de contemplación.
El uso de la primera persona desnuda al yo que suplica, y el de la tercera persona comulga con la necesidad universal de lo Trascendente. Hay un diálogo contemplativo con Jesús, sostenido en un lenguaje recreado, resignificado, porque el autor va haciendo suyos los pasos de Cristo y entendiendo que no hay mejor arado para la tierra que la propia cruz.
“Señor esta es mi vida,
te la presento, como si fuera yo un desconocido
Estoy resquebrajado, también andrajoso
tengo la ancianidad y las arrugas
circulando por la sangre
porque no encuentro sentido
a este dolor de la existencia diseminada por todas las células
de la memoria
como si hubiera muerto hace ya una eternidad
como si el deseo de seguir no contara
porque sólo la oscuridad parece cierta”
A decir de Cussen (2013) “en estos versos existe una constante intención por activar la percepción sensorial del lector, nos encontramos ante un perfecto ejemplo contemporáneo de poesía mística”. Porque el cuerpo del poeta se involucra por completo en la escritura, al mejor estilo teresiano, y la experiencia inefable se transmite por medio de un sin número de sensaciones que apelan a todos los sentidos.
“Y cuando vayas al mar y sólo veas el mar
y no puedas entender su profundidad,
La boca de una noche en la que te sumerges de a poco
la noche en que la vida parece detenerse,
y la eternidad te muestra sus contornos
en los pétalos del sol
que han quedado en tus retinas”
La angustia existencial constituye la expresión anímica y patética del drama interior del hombre, es decir, la manifestación de su carácter fronterizo, desequilibrado y limítrofe entre el ente y el ser, entre la temporalidad y la eternidad, entre la finitud y la infinitud. En La enfermedad mortal (1849), Kierkegaard había esbozado una antropología filosófica a partir del concepto de desesperación, de tensión bipolar. Según el pensador danés, el ser humano es, en sí mismo, una tensión bipolar entre finitud-infinitud, temporalidad-eternidad y necesidad-libertad.
Según Von Balthasar el lugar de la angustia en el espíritu queda señalado por la relación recíproca de la trascendencia y la contingencia. Trascendencia quiere decir que el espíritu, para poder reconocer un ente como tal, tiene que superar todo ente individual y finito y llegar a darse cuenta del ser. Pero el ser no es finito ni es un ente, sino aquello por lo cual un ente está siendo.
El teólogo suizo afirma que “El hombre existe como un ser limitado en un mundo limitado, pero su razón está abierta a lo ilimitado, a todo ser; la prueba consiste en el conocimiento de su finitud, de su contingencia: yo soy, pero podría no ser. Y muchas cosas que no existen podrían ser. Las esencias son limitadas mientras que el ser lo es todo”.
Saca la fe que cargas en tus entrañas
despréndete de todo esta piel teñida de apariencias
de los dobleces cotidianos, de las ataduras,
de las máscaras, con las que te obligas a estar en medio de otros hombres
eres el soplido de la santidad, de la primavera circular que siempre retorna
de ese sepulcro que quedó vacío en el día tercero
Eres el cuerpo que envejece, la carne que se contrae,
en sus más íntimos dolores
pero también
eres el joven espíritu de una Creación Divina
Saca el privilegio de haber creído
el orgullo de cargar la cruz, aún con la apatía
y el odio que te pertenecen
de seres que pasan sin saber porqué
y en el final,
tómate una bocanada de vida, de vida verdadera
el Cristo que llevas en tu esencia… ya te ha salvado
En los versos compartidos, que forman parte del poema Saca el Cristo y llévalos a los confines, Matiussi expresa esa angustia de una existencia humana ubicada entre dos polos, angustia del espíritu no ante el vacío de su interior sino ante el vacío que se abre entre la proximidad de Dios y su concreción como ser humano. Lo que no trasciende es lo que duele, en lo eterno está el camino para llenar cualquier hueco. Proclama que el fundamento de la angustia de la cruz es, precisamente el amor de Dios, que asume en sí toda esta angustia del mundo, para superarla padeciendo.
La esperanza es una virtud esencial en la vida de todo cristiano. A lo largo de la existencia, en distintas etapas, es posible reconocer muchas “esperanzas”. Por ejemplo, el verdadero amor, la prosperidad económica, la seguridad laboral, etc. Pero llegado el momento en que se cumplen dichos sueños se llega a la conclusión que esas realidades que en sí mismas son buenas, no llenan del todo el corazón, este siempre “pide” algo más.
Aunque la modernidad ha tratado de hacer creer que la felicidad es alcanzada por lo finito y meramente humano y se centra en simplemente tener un mundo mejor, el corazón humano no queda satisfecho puesto que todo cristiano sabe que la verdadera felicidad está en Dios.
Mar adentro
El agua me toca
Como una pincelada
Como una mano fría, sedosa y amigable
Apenas perceptible como un susurro
Voy penetrando en este sueño y esta noche
Dolorido en esta orfandad que me has dejado
Con los huesos húmedos y la tristeza devenida en el recuerdo
de mi primer amor
Mar adentro,
Navego en tu barca echando las redes
sin saber acaso adónde van los hombres
ni siquiera te vieron
caminar por las aguas,
acallar la tempestad
virulenta y enojada.
Tocar el viento helado
con tus manos que pueden entibiar todos
los colores de todos los arcoiris
Curar a los leprosos y sacar a los demonios
de los cuerpos y las conciencias
Soy como un escriba o un fariseo
Duro el cuerpo y el alma como una roca
No ha llegado tu silencio hasta mi casa
Hacia este mar, el mar profundo e intrincado
Donde me fui quedando un día para nacer
y resucitar en la confianza plena
de un amanecer en tu interior más hondo
El hombre no inventa su esperanza, la recibe de Dios. En la figura de María, la virtud teologal se explaya en un único verbo: Hágase. Tal vez por eso el libro cierra con palabras que invitan a la entrega confiada de todo al Todo.
“Él te habló en el desierto de Nazareth,
te bendijo entre todos los hombres
Puso sus ojos en su humilde servidora, entregaste tu existencia, te vaciaste
Para que pusiera la Salvación en tu vientre
Llénanos con esa dulzura de Madre
con la que consolaste al Cristo agonizante,
llámanos en la hora que oscurece
Que tu misericordia se vierta por entre los confines de las almas que hoy te ruegan
Y que su oración se eleve, que todos los Ave María que los corazones profieren
Hagan un rosario que abrace el mundo”
Como sostiene Barthes el texto no se paraliza, más bien oscila, atraviesa obras, establece una travesía. “En la tierra como en el cielo”, es un poemario que se prolongará a partir de las interpretaciones y representaciones que se construyan desde el lector o a partir de los significantes. La poesía mística ofrece esa posibilidad, porque más allá de toda postura escéptica, lo divino sigue siendo una de las preguntas más recurrentes, por lo que el hombre, sigue indagando en su existencia para encontrar caminos que le permitan acercarse a lo trascendente.
En la poesía de Fernando Raúl Matiussi confluyen los elementos típicos de la gran tradición mística occidental y los debates, las urgencias de este vertiginoso siglo XXI, en un caleidoscopio tan intenso como original. Hay en sus versos una profusa simbología cuyo código se aparta tanto del hermetismo como del formalismo, su inalienable conexión con el cotidiano vivir con sus dolores y esperanzas, genera la sensación de estar situado ante textos de raigambre social. Una poesía que da testimonio de la constatación de la herida, del anhelo y de la búsqueda, que en la intuición de su irrealización gesta esa versión especial del sentido que llamamos belleza.
Matiussi habita en su interior, pero se sale de sí mismo a una piel repleta de letras y allí conjuga, con sabor místico, las mismas búsquedas que todo hombre inicia en sus vigilias.