por Enrico Colombres & José Mariano.
A veces uno cree que ya lo vio todo. Pero no. Siempre puede aparecer un juez con delirio de estrella de cine que te demuestra que la estupidez institucional no tiene fondo, ya lo hemos visto antes. No se trata solo de corrupción, ineficiencia o burocracia. No. Esta vez se trata de puro y liso narcisismo judicial. Y de una ególatra con poder judicial que decidió usar el juicio por la muerte del argentino más famoso de la historia… para filmarse un documental sobre ella misma.
Sí, leíste bien. La jueza Julieta Makintach, hasta hace poco una ilustre desconocida para el pueblo y una semi-diosa en los pasillos judiciales, creyó que la mejor forma de ejercer su rol era ser protagonista de una obra de ficción autobiográfica. Y no eligió cualquier contexto, eligió el juicio por la muerte de Diego Armando Maradona, el ídolo más grande, el hombre símbolo más popular por excelencia, el tipo que generaba devoción en barrios enteros y respeto en cada rincón del planeta. Y mientras su familia buscaba justicia, esta señora grababa planos largos y daba entrevistas como si estuviera filmando El juicio según Julieta.
¿Hasta dónde puede llegar el ego de una persona? ¿Cuánto poder hay que tener, y cuán podrida tenés que tener la cabeza y el alma, para pensar que la muerte de Maradona es una excusa para tu videíto narcisista?
No es solo falta de criterio. Es una muestra obscena de la decadencia profesional de una clase judicial que se cree intocable, impune, y sobre todo, dueña del show. Porque eso creen que es la justicia, un escenario donde ellos son los protagonistas. El expediente es el libreto, el tribunal la locación, y las víctimas son decorado. Mientras tanto, la Constitución, el código procesal y el penal en la dulce espera, de una justicia que todavía no nació.
Makintach hizo historia, sí. Pero no como jurista. Como la primera jueza en arruinar un proceso judicial entero para alimentar su ego. Y no es solo un error administrativo. Es una falta ética brutal. Es una cachetada a la presunción de inocencia, una patada en la cara al debido proceso, y una burla gigante a toda la sociedad. Porque mientras los imputados estaban siendo juzgados, ella los filmaba, los opinaba, los editaba. Como si estuviera produciendo una serie para Netflix.
¿Dónde quedó la imparcialidad? ¿Dónde está la responsabilidad de quien tiene que juzgar sin prejuicios? Esta mujer usó recursos del Estado, tus impuestos y los míos, para grabar su show personal, para figuretear, para dejar su nombre en algún rincón de la historia judicial argentina. Y lo logró, será recordada como el emblema de la decadencia institucional. Como la jueza que creyó que filmarse era más importante que dictar justicia.
Pero el problema no es solo ella. Makintach es solo el síntoma de un cáncer que corroe los tribunales desde hace décadas, una aristocracia judicial desconectada de la realidad, convencida de que sus cargos les dan licencia para todo. Para aplazar causas, cajonear expedientes, favorecer amigos, perseguir enemigos y, ahora también, filmarse mientras todo se hunde. Es el colmo del privilegio disfrazado de autoridad.
Y como si esto fuera poco, el juicio fue anulado. Se tiró todo a la basura. Años de espera, peritajes, declaraciones, expectativas. Todo hecho cenizas por una jueza con hambre de cámara y cerebro en pausa. Y todavía hay gente que se pregunta por qué el pueblo descree de la justicia.
Este circo es tan triste como grotesco. Porque no estamos hablando de un juicio menor. Estamos hablando de la muerte de Diego Maradona, carajo. El tipo que nos hizo llorar, gritar, soñar. El que le dio sentido a la palabra «ídolo» en un país que se cae a pedazos pero sigue creyendo en la magia. El juicio por su muerte merecía respeto, seriedad, temple. Pero fue arruinado por una señora que se creyó divina. Literalmente.
Y ahí está el título de su “obra” Justicia Divina. Casi una provocación. Una ironía tan torpe como ofensiva. Porque si hay algo que no tuvo este juicio fue justicia. Y si hay algo que sí tuvo fue una jueza que jugó a ser Dios con la causa más sensible de la historia reciente.
¿Sabés qué es lo más grave? Que nadie la frenó. Que la dejaron hacer. Que la corporación judicial, esa casta de trajes y cargos eternos, miró para otro lado como hace siempre, porque entre ellos se cubren, se protegen, se bendicen las miserias. ¿Y el pueblo? El pueblo, otra vez, se queda sin respuestas. Como siempre.
Julieta Makintach no solo arruinó un juicio. Profanó la memoria de Maradona, deshonró su cargo y expuso la podredumbre moral de un poder que se cree sagrado. Lo que hizo no es solo ridículo. Es gravísimo. Y lo peor es que no es un caso aislado. Es el espejo de una justicia que ya no juzga, sino que actúa. Que no busca verdad, sino fama. Que ya ni se disfraza de dignidad.
Esta historia no terminó en una sentencia. Terminó en una burla. Una vergüenza que quedará marcada en la historia judicial argentina como lo que fue, un escándalo de vanidad, torpeza y miseria ética.
Y todo esto ocurrió, nada más y nada menos, que con la muerte de Diego en juego. El jugador más grande. El hombre que nos dio alegría cuando todo lo demás era dolor. El que dijo “la pelota no se mancha”. Y al que la justicia, hoy más que nunca, le dio la espalda.
Y para coronar este delirio institucional con la cereza más cínica de la torta, otra jueza designada en el juicio, con cara de circunstancia y tono solemne, dio su primera declaración ante la prensa, “La justicia no se mancha”. ¿En serio? ¿Ósea en serio dijo eso con la cara seria?
¿Saben que pasa?… Que se nos siguen cagando de risa en la cara.