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Invertir es hacer patria: entre oportunidad y contradicción

Publicado el

por Nicolás Gómez Anfuso. 

En el mundo desarrollado, el vínculo entre ciudadanía e inversión nacional forma parte de una cultura económica extendida. En países como Estados Unidos o Alemania, millones de personas eligen invertir en bonos del Tesoro o acciones de empresas locales no solo por rentabilidad, sino también como un gesto de confianza en su nación. Argentina, por décadas, estuvo excluida de esa lógica. La volatilidad macroeconómica, el populismo fiscal y los recurrentes defaults destruyeron el lazo entre el Estado y el ciudadano inversor.

Hoy, sin embargo, asistimos a una coyuntura distinta. Desde la asunción del presidente Javier Milei, la política económica argentina ha virado con decisión hacia una agenda de estabilización: superávit fiscal, contención de la emisión, liberalización del tipo de cambio y reordenamiento de precios relativos. El resultado inmediato es visible en el frente financiero: los bonos soberanos, que cotizaban a valores de default hace un año, muestran ahora su mayor repunte desde su emisión.

Pero más allá del dato bursátil, lo que aparece en el horizonte es una pregunta más compleja: ¿puede la inversión ser un gesto patriótico en un país con heridas sociales abiertas? ¿Puede el mercado de capitales convertirse en un canal de reconstrucción nacional sin ignorar sus propios límites?

Desde Wall Street, bancos como Morgan Stanley, Barclays, JP Morgan y Bank of America han catalogado la deuda argentina como un “activo de oportunidad”. El capital extranjero observa con atención. Pero el mercado interno aún duda. Y con razón: décadas de promesas rotas no se borran con un repunte técnico.

Lo cierto es que el Estado argentino, al menos en su faceta financiera, comienza a enviar señales de previsibilidad. Honrar compromisos, equilibrar cuentas y ordenar variables macro es una condición necesaria. Pero no suficiente.

Porque invertir en bonos no es sólo una decisión económica: también es una decisión política. En un país con más del 50% de pobreza infantil, apostar al Tesoro Nacional exige preguntarse a quién se rescata cuando se rescata al Estado, y qué modelo de país se está financiando.

Invertir puede ser un acto de confianza. También puede ser una trinchera. Dependerá de cómo se distribuyan los frutos de esa estabilización: si son absorbidos por los sectores financieros o devueltos, de alguna manera, a la sociedad que soportó el ajuste.

Tal vez el gesto patriótico no consista únicamente en poner dinero donde antes hubo cinismo. Tal vez consista también en exigir que esa inversión no sirva sólo para sanear balances, sino para reconstruir un lazo entre economía y comunidad.

Invertir puede ser hacer patria. Pero sólo si primero discutimos qué patria queremos hacer.

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