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El jardín del relato argentino

Publicado el

por José Mariano.

Todo fluye, pero algunos prefieren no mirar el río.

Si hay algo que no hemos aprendido en este país es a relacionarnos con lo inevitable, aquello que no deja de pasar aunque parezca que no está pasando. Nos cuesta aceptarlo, incorporarlo, convivir en sus límites. Preferimos negarlo, resistirlo, dramatizarlo o sublimarlo en relatos. Y en ese esfuerzo nos alejamos cada vez más de una vida práctica, concreta, posible.

Lo inevitable es que las historias se repiten, los sistemas se deterioran, los ciclos se cierran. Pero aquí insistimos en vivir cada episodio como si fuera único o definitivo. Así vamos: atrapados en ficciones, desatendiendo la vida concreta que sí podríamos construir.

Nuestra política es un ejemplo de esta disociación. Cualquier hecho, desde la condena a un expresidente hasta el precio de un alimento, se convierte en campo de batalla simbólico. Se discute más el significado de los hechos que sus consecuencias prácticas. Se agotan las palabras, se postergan las soluciones. Esta semana, la condena a Cristina Fernández vuelve a mostrarnos ese espiral: el país girando sobre su propio eje, atrapado en narrativas que nos impiden ver la escena completa.

La economía no escapa a esta lógica. Nos pasamos décadas discutiendo modelos abstractos mientras el bolsillo de los ciudadanos se vacía. El dólar como tótem nacional es la prueba más clara: más que un valor económico, es un objeto de fe colectiva. Se habla de “expectativas”, de “sensaciones de mercado”, de “clima político”, y se posterga lo básico: construir un sistema confiable que no dependa de rituales defensivos.

Ni la vida cotidiana se salva. Los servicios públicos, la educación, la salud: todo se convierte en escenario de batallas ideológicas, mientras lo práctico —hacer que las cosas funcionen— queda relegado. Tucumán, el supuesto “jardín de la república”, lo muestra desgarrándose las vestiduras: calles rotas, hospitales precarios y colapsados, escuelas en estado crítico. Pero el relato sigue: basta una nueva efeméride, una nueva consigna, y volvemos al panel central del cuadro.

Porque esta cultura de la negación práctica tiene su imagen perfecta en un viejo cuadro que nos representa más de lo que creemos: El Jardín de las Delicias de Hieronymus Bosch. Pocas obras ilustran mejor el destino argentino. Un tríptico que va del paraíso al infierno pasando por el exceso del goce.

En el panel central de ese cuadro estamos nosotros: corriendo detrás de imágenes, de ficciones políticas, de relatos identitarios. Y cada tanto —como esta semana—, despertamos en el infierno de la repetición histórica.
La condena a Cristina Fernández es solo un episodio más en esta deriva. No importa cuál sea el veredicto personal de cada quien: lo que importa es que volvemos a estar atrapados en la misma escena. Un loop que ya hemos visto, y que veremos si somos capaces de interrumpir su lógica.

Lo hemos dicho en Fuga: en Argentina la historia se repite. Y quizás —sólo quizás— de tanto repetirla estemos empezando a entender el precio de no aprender. La pregunta es si seremos capaces, esta vez, de mirar el cuadro completo y no solo el fragmento que más nos conviene.

Heráclito decía que la estupidez y la codicia son las fuerzas que arrastran a los hombres a su ruina. Nosotros agregamos: la incapacidad de vivir lo inevitable con madurez es la fuerza que nos condena a repetir la ruina.

Hay ejemplos sobrados. La discusión sobre la reforma judicial, eternamente postergada porque nadie quiere perder sus ventajas en el juego actual. Las leyes que se votan sin implementación real, como rituales vacíos. Las crisis económicas que siempre nos sorprenden “inesperadamente”, aunque repiten patrones conocidos. El propio funcionamiento de la dirigencia, donde el personalismo reemplaza a la construcción institucional. Todo esto nos muestra un país que no asume su temporalidad, que se resiste a las leyes simples del tiempo: todo fluye, nada permanece; lo que no se reforma, se pudre.

Mientras no aprendamos a habitar el tiempo, a convivir con los límites, a construir sobre lo concreto y no sobre ficciones, el jardín seguirá siendo un espejismo.

El desafío no es menor. Requiere una transformación cultural profunda. Requiere que abandonemos el mito de que la historia nos absolverá. No lo hará. La historia advierte, enseña o condena.

En Fuga vamos a seguir insistiendo: el país necesita menos relato y más acción, menos consigna y más convivencia práctica. Hay que aprender a cruzar el jardín sin quedar atrapados en sus delicias.

Esta semana vimos una vez más el precio de la negación. El desafío no es evitar el infierno. Es dejar de prepararle el camino. Y mientras sigamos discutiendo el relato, la historia seguirá castigando la falta de coraje para cambiar lo que importa.  

El río seguirá fluyendo. La pregunta es si esta vez decidiremos mirarlo de frente.

 

Bienvenido a la Edición 13.

Esto es FUGA.

 

3 COMENTARIOS

  1. Excelente texto, José. Con gran lucidez señalás una de las patologías centrales de nuestra cultura política: la negación de lo inevitable y la preferencia por el relato antes que por la acción concreta. La metáfora del río y el jardín es tan precisa como poderosa. Ojalá podamos, como planteás, empezar a mirar el cuadro completo.

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