Mientras las cámaras siguen a los jugadores, las publicidades te siguen a vos.
Y no importa quién gane: alguien ya ganó.
Las casas de apuestas.
El Mundial de Clubes, ese evento creado para encarnar la “globalización” del fútbol, hoy es una vitrina del negocio de las apuestas. Un partido tras otro, una avalancha de logos, cuotas, multiplicadores, bonos de bienvenida y promesas de fortuna rápida. Todo esto mientras suena el himno FIFA y se habla de “valores”, “esfuerzo” y “fair play”.
La hipocresía es tan evidente como invisible: se naturaliza.
Como los sponsors en las camisetas, las cuotas en la pantalla, los influencers deportivos que ahora son embajadores de casas de juego.
Pero detrás de ese decorado brillante hay otra cosa.
Una estructura que no vive del juego, sino de que vos pierdas.
Las plataformas de apuestas deportivas funcionan bajo un principio simple: crear adicción.
Lo saben. Lo estudian. Lo aplican.
No solo ganan por cada error de cálculo. Ganan por cada impulso emocional.
El gol que no viste venir, el penal en tiempo extra, el VAR que lo cambia todo.
Todo está pensado para que sientas que “la próxima acertás”.
Y mientras tanto, dejás tu atención, tu dinero y, en muchos casos, tu salud mental.
Los medios no hablan de esto.
Porque están financiados por los mismos logos que interrumpen cada segundo de transmisión.
Porque el negocio es redondo: rating, emoción, algoritmo, apuesta.
Y si no apostás, igual jugás su juego: creés que sos libre porque elegís a qué equipo alentar, pero lo que se juega ya no es el partido. Es tu tiempo, tu deseo, tu fe.
El fútbol solía ser un ritual colectivo.
Hoy es una excusa para vender publicidad camuflada de entretenimiento.
Y el Mundial de Clubes es el escenario perfecto para esta ficción global.
No decimos que el fútbol esté muerto.
Decimos que lo están vaciando por dentro.
Por eso hay que hablar de esto.
Porque si el fútbol alguna vez fue el refugio de lo popular, hoy es campo de ensayo del capitalismo digital.
Y si no lo vemos, no porque no esté, sino porque lo cubren con luces, apuestas y slogans.
No estamos en contra del fútbol.
Estamos en contra de que lo conviertan en una trampa.
Y como diría Galeano, «el fútbol profesional condena lo que es inútil: el goce, la gratuidad, el abrazo, el juego por jugar.»
Fuga no apuesta.
Observa.
Analiza.
Y cuando algo huele raro, lo dice.