<<Lo que caracteriza al espíritu humano en su despertar es que para él un fenómeno posee sentido>>. LUDWING WITTGENSTEIN
<<Conocemos pues nuestro alcance: somos algo, pero no somos todo; lo que tenemos de ser nos priva del conocimiento de los primeros principios, que provienen de la nada; y lo poco que tenemos de ser nos oculta la visión del infinito>> BLAISE PASCAL
<<Deslícense, mortales, no se apoyen, el hielo es frágil bajo sus pasos>>. PIERRE-YVES NARVOR
<<Nada es seguro, podríamos estar subiendo, y no bajando>>. GÜNTER GRASS
Enlazar una significación consigo mismo y con el mundo resulta vital para no caer en el sin sentido, es decir, para devenir en ser racional. Todo ser humano viene entonces al mundo con una creencia de sentido, el de un mundo dado, que le confiere una significación a su existencia.
Antes de que hayamos podido decir <<yo>>, la ley ha hecho de nosotros un sujeto de derecho. Para ser libre el sujeto primero tiene que estar ligado (sub-jectum:”sujeto sometido”) por medio de las palabras que lo vinculan con los demás hombres.
Privado de todo vinculo con sus semejantes, el ser humano está destinado a la idiocia, en el sentido etimológico del término (del griego idos: “que está restringido a sí mismo”). También está amenazado de idiocia quien permanece encerrado en su propia visión del mundo y es incapaz de comprender que hay otras visiones posibles, es decir que es incapaz de acordar con sus semejantes una representación del mundo, en la que cada quien tenga su justo lugar. La aspiración a la justicia no es por lo tanto el vestigio de un pensamiento precientífico, sino que representa, para bien o para mal un dato antropológico fundamental. El hombre puede matar y morir por una causa que considera justa y, desde ese punto de vista, en cada uno de nosotros hay una bomba.
El hombre no nace racional, deviene racional al acceder a un sentido compartido con otros hombres. Cada sociedad intuye la razón a su modo. La trama que llamamos “sociedad” está formada por lazos de palabras que vinculan a los hombres unos con otros, motivo por el cual no es posible una sociedad animal.
La locura asecha cuando se niega una u otra de las dimensiones del ser humano, ya sea por tratarlo como un animal o como un espíritu puro, libre de todo limite, salvo lo que él mismo se impone. Pascal encontró las palabras más simples para expresarlo: el hombre no es ni ángel ni bestia. Pero esa idea simple sigue resultándonos difícil de entender, porque nuestras categorías de pensamiento oponen el cuerpo y el espíritu, el materialismo y el espiritualismo. Observar al hombre como un mero objeto o como un espíritu puro son las dos caras de un mismo delirio.
Una de las lecciones que Hanna Arendt extrajo de la experiencia del totalitarismo es que “el primer paso esencial en el camino que conduce a la dominación total del hombre consiste en suprimir a la persona jurídica en el hombre. Negar la función antropológica del derecho en nombre de un supuesto realismo biológico, político o económico es un punto en común de todos los proyectos totalitarios.
Tal reducción del hombre va acompañada por la dinámica del cálculo que trajeron el capitalismo y la ciencia moderna. De modo que tiende a interpretarse hoy, por ejemplo, el principio jurídico de la igualdad. La igualdad algebraica autoriza la no diferenciación: si digo <a=b>, se deduce que siempre que encuentre “a” podré poner indistintamente” b”, y que por ende <a+b=a+a=b+b>. aplicando a la igualdad entre los sexos, querría decir que un varón es una mujer y viceversa. Pero la igualdad entre varones y mujeres no significa que los varones sean mujeres, aunque a veces puedan soñar con serlo. Este principio de igualdad es una de las conquistas más apreciables y frágiles en occidente. No podrá echar raíces profundas si se la entiende de modo matemático, es decir, si se trata al ser humano de un modo puramente cuantitativo. Toda la dificultad de las sociedades modernas estriba en tener que pensar y vivir la igualdad sin negar las diferencias.
El sello propio del capitalismo no es la persecución de la riqueza material, sino el dominio de de la cantidad que hace reinar sobre la diversidad de los hombres y las cosas. La igualdad resulta objeto de interpretaciones insensatas cuando, bajo el dominio de la cantidad, se nos lleva a creer en la abstracción del numero más allá de la cualidad de los seres enumerados (Guénon, 1945).
Calcular no es pensar, y la racionalización del cálculo que trajo el capitalismo deviene delirante cuando conduce a considerar lo incalculable como nada.
Sapere aude! “¡Atrévete a usar tu propio entendimiento! (Kant, 1985: 209ss.) Está famosa frase de Kant nos recuerda el acto de fe en el que se basa la ilustración: la fe en el hombre como ser de razón. La fidelidad a la ilustración consiste en creer que el hombre es capaz de pensar en libertad. Dicho acto de fe no impide preguntarse sobre las condiciones en las cueles el hombre puede acceder a la razón, pero en cambio impide que se lo asimile al animal o a la maquina o que se lo pretenda explicar íntegramente a través del juego de determinaciones externas. Las ciencias humanas cuando imitan a las ciencias duras y se esfuerzan por reducir lo humano a un objeto explicable y programable, ya no son a su vez más que residuos de la dogmatica occidental, penosos vestigios de un pensamiento científico en vías de descomposición, que se dedica a hacer que desaparezcan las preguntas que debería esclarecer. Porque es inútil que se pugnen por hacer ingresar a las sociedades humanas dentro de modelos tomados de la mecánica o de la biología. Según Georges Canguilhem, “se trata de uno de los problemas capitales de la existencia humana y uno de los problemas fundamentales que se plantea la razón”. Quiere decir que el sentido de la vida no yace en nuestros órganos, sino que proviene necesariamente de una referencia exterior a nosotros. Negarse a entenderlo, identificar la razón con la explicación biológica o el derecho con la regulación biológica, no puede más que abrir en par las puertas de la locura y del asesinato, puesto que una vez que estemos ciegos frente a la cuestión de la instauración de la razón, nos vemos llevados a considerar la sociedad como un cumulo de partículas elementales movidas por el cálculo de sus utilidades individuales o por su complexión físico-química. Todos los seres humanos son entonces conminados a comportarse como seres autosuficientes, cuando cada uno de ellos no puede prescindir de los demás. A falta de una referencia común que le garantice a cada cual un sentido y un lugar, se cae en la trampa de la autoreferencia y no hay más opción que escoger entre la soledad y la violencia. El hombre se vuelve entonces el lobo para el hombre y es víctima de lo que Vico llamaba la “enfermedead civil” de los pueblos en descomposición.
