por Fernando Ayala.
No se puede poseer nada mientras uno no se posea a sí mismo.
Emil Cioran.
Vivimos en un mundo que se precipita hacia todas partes a la vez. Basta un instante para que todo cambie, una llamada que interrumpe la calma, una noticia que trastoca los planes, una mirada que desbarata las certezas. También basta un instante para decidir cómo respondemos.
Ese instante —tan breve como un parpadeo, tan largo como una noche sin sueño— es el único territorio que realmente nos pertenece. Afuera, las cosas se derrumban o se levantan sin pedirnos permiso. Adentro, podemos elegir si nos dejamos arrastrar o si, aunque tiemble el mundo, plantamos los pies y respiramos.
La vida no nos ahorra dramas, pérdidas, traiciones, enfermedades, miedos que se instalan como huéspedes permanentes. No hay pacto que nos salve de ellos. Pero entre esas ruinas se abre siempre una pequeña puerta, la de seguir viviendo con sentido, incluso cuando duele.
No hablo de negar la realidad ni de fingir indiferencia. Hablo de esa paz que no es decorado, sino cimiento, un centro que no depende de los titulares, ni del precio del dólar, ni del humor ajeno. Un eje que nace de la decisión consciente de habitarse.
Y sí, no es fácil. Se aprende como se aprende a andar en bicicleta, cayendo, raspándose, volviendo a subirse. Pero cuando uno se convence de que siempre es posible atravesar cualquier drama, esa certeza comienza a mover engranajes invisibles.
Cada vez que elegimos respirar en lugar de explotar.
Cada vez que respondemos con calma, incluso cuando el orgullo pide venganza.
Cada vez que recordamos nuestro propósito en medio del ruido.
En esos gestos —tan pequeños que nadie les sacaría una foto— se juega la verdadera victoria. Ahí dejamos de ser rehenes de lo que pasa y empezamos a ser dueños del instante.
Porque el mundo seguirá decidiendo por nosotros… hasta que un día decidamos nosotros cómo queremos estar en él.
Ahora pregunto:
¿Qué te mantiene firme cuando todo alrededor se derrumba y la sociedad parece acostumbrarse al derrumbe?
¿Qué actitud elegís cuando la vida —o la política— te empuja contra la pared?
¿Cuántas veces reaccionás por inercia y cuántas veces decidís desde tu propio centro?
¿Qué instante aprendiste a dominar y, desde entonces, ya no volvió a dominarte… y cuántos otros seguís entregando sin darte cuenta?