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El cuidado también se toma

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Por Milagros Santillán.

Cuando hablo de prevención del VIH, la mayoría piensa automáticamente en el preservativo. Y sí, el forro sigue siendo una herramienta fundamental. Pero no es la única. Hoy existen pastillas que, tomadas a diario, pueden reducir hasta en un 99% el riesgo de adquirir VIH. Se llaman PrEP (profilaxis pre-exposición) y, aunque no son nuevas en el mundo, en Argentina todavía son un secreto a voces.

¿Por qué? Porque seguimos arrastrando tabúes, prejuicios y desinformación. Se escucha: “eso es solo para gays promiscuos”. Y no. La PrEP es para cualquier persona que tenga prácticas de riesgo y quiera protegerse: heterosexuales, personas trans, trabajadores sexuales, parejas serodiscordantes (cuando uno vive con VIH y el otro no). El VIH no discrimina, y la prevención tampoco debería hacerlo.

No se puede hablar de PrEP sin recordar la historia del VIH. En los años 80 y 90, la palabra “sida” estaba asociada a muerte, secreto y condena social. Muchas vidas se perdieron no solo por el virus, sino por la ignorancia y el estigma. Familias enteras ocultaban diagnósticos, médicos se negaban a atender pacientes, y los medios reproducían un discurso que mezclaba moralismo con miedo.

Con los años, la investigación científica transformó ese panorama: aparecieron los antirretrovirales, que convirtieron al VIH en una infección crónica controlable. La esperanza de vida aumentó, la mortalidad bajó. Pero el estigma no desapareció. Todavía hoy escucho frases como “eso ya no existe” o “es cosa de otros tiempos”. Esa ilusión de que “ya pasó” es peligrosa, porque invisibiliza los riesgos actuales.

En este contexto, la PrEP es una herramienta revolucionaria. No sustituye al preservativo, no borra el pasado, pero ofrece algo que antes parecía imposible: elegir activamente cuidarse con un método simple, efectivo y que da tranquilidad.

He visto cómo la información transforma vidas. Jóvenes que llegan a la consulta con miedo, con culpa, con la idea de que su deseo siempre será un riesgo. Y cuando se enteran de que existe una pastilla que los protege, algo cambia: respiran distinto. No es magia, no es una solución para todo, pero abre la posibilidad de vivir la sexualidad con menos temor y más autonomía.

En países como Estados Unidos, Brasil o Sudáfrica, la PrEP ya es parte de las políticas públicas. Se prescribe en hospitales, se distribuye en centros comunitarios, se recomienda en campañas masivas. No elimina la necesidad de preservativo, pero complementa: lo que llamamos prevención combinada. En Argentina, en cambio, el acceso todavía es limitado, burocrático y, en muchos casos, desconocido incluso por profesionales de la salud.

La resistencia a la PrEP no es científica: es cultural. Escucho colegas que dicen “si promocionamos eso, la gente va a dejar de usar preservativo”. Como si la sexualidad fuera un terreno que necesita vigilancia constante. La realidad es otra: las personas no dejan de cuidarse por tener opciones, sino por no tener información. El problema no es la pastilla: son los prejuicios que la rodean.

¿Por qué pensamos que dar herramientas es peligroso? ¿Por qué seguimos asociando el VIH con determinados cuerpos, identidades o prácticas? ¿Por qué creemos que hablar de placer y cuidado al mismo tiempo es un escándalo?

La salud sexual no puede ser privilegio de unos pocos. Si la PrEP existe, si es efectiva, debería estar disponible en todo el sistema de salud. No como un favor, sino como un derecho. Porque prevenir no es solo una decisión individual: es una responsabilidad colectiva.

Cada nueva infección que podría evitarse con información y acceso es un fracaso político. No basta con que las pastillas estén en un depósito de hospital: hay que garantizar que lleguen a quienes las necesitan, sin trabas, sin juicios morales, sin diagnósticos tardíos.

Hablar de PrEP es hablar de justicia social. Es reconocer que el cuidado no puede depender del bolsillo, del código postal ni de la orientación sexual.

Desde la Educación Sexual Integral repetimos algo que parece obvio, pero que todavía cuesta asumir: la salud sexual no es solamente evitar enfermedades. Es poder vivir la sexualidad con placer, libertad y conciencia. La PrEP abre esa puerta. Menos miedo, menos estigma, más autonomía. Y también más preguntas:

—¿Por qué no está disponible en todas las provincias?
—¿Por qué hay médicos que todavía no la ofrecen?
—¿Por qué tenemos que enterarnos por redes sociales y no en una salita de salud?

La ESI insiste en que el cuidado no es control ni vigilancia, sino acompañamiento. Y eso incluye reconocer que existen múltiples formas de cuidarse.

El VIH no desapareció, aunque muchos lo crean. Cada año sigue habiendo nuevas infecciones, y la mayoría se podrían evitar con acceso real a estas pastillas. El desafío ya no es solo científico: es cultural y político. Democratizar la información y el acceso es también una forma de justicia.

Por eso es urgente hablar. Porque callar la PrEP es prolongar la desigualdad. Porque esconder la información bajo la alfombra es repetir la historia de silencios que tanto daño hizo.

Al final del día, el sexo más seguro no es el que se esconde ni el que se vive con culpa. Es el que se elige con deseo, con conciencia y con todas las herramientas disponibles.

El cuidado también se toma. Y callarlo también cuesta vidas.

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