Por Nicolás Anfuzo.
La libertad económica es la base de la prosperidad.
Una moneda estable es el primer paso para alcanzarla.
Milton Friedman.
La libertad de elegir una moneda estable es
el primer paso para liberar a los ciudadanos del yugo del Estado inflacionario.
Friedrich Hayek.
Argentina lleva décadas atrapada en un laberinto económico: inflación galopante, devaluaciones constantes y una moneda que parece desvanecerse en los bolsillos. Sin embargo, algo está cambiando. La inflación, que llegó al 25,5% mensual en diciembre de 2023, ha caído a menos del 5% en agosto de este año, un logro que pocos creían posible. En este contexto de transformación, la propuesta de dolarizar la economía, impulsada por Javier Milei, aparece como una luz al final del túnel. ¿Y si la dolarización no es solo una idea radical, sino el primer paso hacia una Argentina próspera y estable?
Dolarizar significa dejar atrás el peso, cerrar el Banco Central y adoptar el dólar como moneda oficial. Para muchos argentinos, cansados de ver cómo sus ahorros se evaporan, esta idea suena como un sueño. Imaginemos un país donde los precios no suben cada semana, donde ahorrar es posible y donde los inversores confían en traer sus capitales. Países como Ecuador, que dolarizaron hace más de dos décadas, lograron frenar la inflación y atraer estabilidad. En Argentina, donde la inflación acumulada en 20 años supera el 10.000%, la dolarización podría ser el ancla que necesitamos para salir del caos. Claro que no es un camino sin desafíos. Las reservas del Banco Central están en terreno frágil, y medidas como la eliminación de retenciones a exportaciones, que podría costar US$ 1.600 millones al año, deben ir acompañadas de un plan sólido para acumular dólares. Pero aquí es donde radica la esperanza: el gobierno de Milei está sentando las bases para un cambio estructural. La quita de regulaciones y el superávit fiscal, aunque imperfectos, demuestran que es posible ordenar las cuentas públicas y atraer inversión. Dolarizar no es solo cambiar de moneda; es una señal al mundo de que Argentina está lista para jugar en serio.
¿Qué significa esto para nosotros, los argentinos de a pie? En un país dolarizado, el salario de un maestro o el ingreso de un comerciante podrían recuperar su valor. Las pymes, hoy asfixiadas por impuestos y tasas altas, podrían encontrar un entorno más predecible para crecer. Incluso el campo, nuestro motor exportador, podría beneficiarse si se complementa la dolarización con políticas que mantengan su competitividad. No se trata de un milagro instantáneo, pero sí de un horizonte claro: una economía donde planificar a largo plazo no sea una utopía. Por supuesto, hay riesgos. Sin reservas suficientes o una transición bien planificada, la dolarización podría tropezar. Pero en lugar de temer a los obstáculos, veamos la oportunidad. Este gobierno ha demostrado que puede romper con décadas de inercia: el ajuste fiscal, la baja de la inflación y la apertura al mundo son pruebas de que el cambio es posible. La dolarización podría ser el catalizador que, junto con reformas tributarias y laborales, nos saque del estancamiento y nos devuelva la confianza en nuestro futuro. Argentina merece dejar de ser sinónimo de crisis. La dolarización, bien ejecutada, puede ser el primer paso hacia una economía que premie el esfuerzo, fomente el trabajo y devuelva a los argentinos la esperanza de un mañana mejor. ¿Estamos listos para dar ese salto? La respuesta está en nuestras manos, y por primera vez en mucho tiempo, parece que el futuro puede ser nuestro aliado.