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Mentiras útiles

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Por Fabricio Falcucci.

Gobernar, disciplinar, moralizar y silenciar.

“Si inundas el mundo con información, la verdad se hundirá en el fondo”.

Yuval Noah Harari.

La Verdad como mentira eficiente.

Según Harari la sobreabundancia de información no esclarece, sino que confunde. En este contexto, “La Verdad” deja de ser una revelación para convertirse en una estrategia de poder. A lo largo de la historia, en su nombre se levantaron hogueras, se organizaron cruzadas, se libraron guerras “justas” y se legitimaron imperios. Hoy se invoca con hashtags y campañas virales. Pero detrás de esa fachada de pureza objetiva, “La Verdad” funciona como una fábrica: no descubre, produce; no ilumina, disciplina; no libera, moraliza.

Michel Foucault nos enseñó que no existe la verdad, sino regímenes de verdad: entramados de reglas históricas que determinan qué enunciados circulan como verdaderos y cuáles son relegados al basurero de lo falso. No se revela en un laboratorio, se fabrica en instituciones concretas: la escuela, el hospital, el tribunal, el manicomio, el medio de comunicación y ahora, con más eficacia que nunca, la plataforma digital.

La fábrica digital de lo real

El auge de las redes tercerizó la producción: el nuevo sistema de verdad es el régimen viral. Ya no basta una sotana o un diploma universitario; alcanza con la bendición del algoritmo, con la magia del scroll infinito y la métrica del share. En la proliferación de verdades virales, lo que seduce o emociona siempre supera a lo que es exacto pero monótono.

Así circulan, bajo la forma de reels y tiktoks, verdades instantáneas que se consumen como snacks intelectuales. Se multiplican dietas milagro que demonizan macronutrientes y ocultan la complejidad metabólica y cultural de la alimentación; remedios caseros presentados como curativos mientras se desalienta la atención profesional; fórmulas educativas que reducen el desarrollo infantil a recetas estandarizadas y estigmatizan realidades diversas; rutinas deportivas que universalizan sin reparar en edad, lesiones o contexto; autodiagnósticos psicológicos que trivializan el sufrimiento y mercantilizan la vulnerabilidad; e incluso diagnósticos médicos improvisados que generan pánico o retrasan tratamientos. Y en un extremo aún más oscuro, emergen en Estados Unidos casos de adolescentes que, siguiendo consejos de la inteligencia artificial o contenidos algorítmicamente sugeridos, han llegado incluso al suicidio.

Lo que se normaliza son medias verdades que erosionan la confianza en especialistas acreditados, mientras los algoritmos privilegian aquello que genera reacción, no aquello que resulta objetivo, según ciertos criterios.

Moral de bajo costo

Aquí es donde la mentira se viste de eficiencia. Friedrich Nietzsche ya lo había señalado: la verdad no es más que “un ejército de metáforas” olvidadas. Lo que en otro tiempo fue una invención útil, hoy se convierte en axioma incuestionable. La mentira eficiente es esa ficción que, repetida hasta el cansancio, sancionada por voces autorizadas y amplificada por emociones viscerales, se vuelve inmune a la verificación de hechos.

La industria de la corrección política, las campañas publicitarias de “autenticidad” y la propaganda estatal no son otra cosa que distintas líneas de elaboración de esta misma fábrica. El producto final no es información: es obediencia moral.

Porque lo que se vende, en última instancia, es una moral lista para usar. En su nombre se nos indica qué debemos consumir para ser ecológicos, qué consignas debemos repetir para ser inclusivos, qué debemos desear para ser exitosos y a quién debemos odiar para sentirnos parte del club de los “justos”.

Se trata de una moral low-cost, empaquetada y lista para la distribución masiva que exime al individuo del esfuerzo de pensar por sí mismo. Saramago lo dijo con toda precisión: “He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”. Y la verdad oficial se presenta como la colonizadora más amable. Entra en nuestras conciencias bajo el disfraz de pureza y lo hace siempre con un tono paternal de superioridad moral.

Los autoproclamados dueños de la verdad son los nuevos predicadores del algoritmo. Se exhiben como custodios de lo correcto, guardianes de lo decente y lo hacen con el aplomo del que no admite disenso. En realidad, son emprendedores de virtud que trafican certezas como mercancías, obediencia envuelta, con moño y etiqueta.

La ironía es que la verdad oficial siempre necesita de la mentira para sobrevivir, se alimenta de mitos fundacionales, de enemigos inventados, de promesas incumplibles. Es una máquina que funciona con el consentimiento entusiasta del consumidor, que compra el producto convencido de que es libre cuando, en realidad, está repitiendo consignas ajenas.

Justicia y regímenes de verdad

Decir que “no existen hechos sino interpretaciones” es abrevar en una tradición filosófica que cuestiona la idea de una realidad neutra y accesible sin mediación. Nietzsche introdujo un perspectivismo radical: lo que tomamos por hecho está siempre visto desde intereses, deseos y marcos conceptuales humanos. La hermenéutica mostró cómo comprendemos desde presupuestos que se transforman con cada interpretación. La filosofía de la ciencia enseñó que los datos no hablan por sí solos: se hacen legibles dentro de teorías y prácticas metodológicas.

En el derecho, la relación con la verdad también ha mutado: de la verdad material, entendida como aspiración a reconstruir “lo que realmente ocurrió”; a la verdad objetiva, apoyada en criterios de neutralidad y en pruebas contrastables; hasta la verdad procesal, que no busca la certeza absoluta, sino la suficiente dentro de un marco de reglas probatorias, estándares de convicción y plazos determinados.

Esto muestra que la justicia nunca accede a una verdad absoluta, sino a un constructo limitado. En los tribunales, la “verdad procesal” puede no coincidir con la histórica ni con la mediática y menos aún con la viral. Las redes, con su lógica de inmediatez, imponen climas de opinión que distorsionan procesos judiciales, pervierten la presunción de inocencia y condicionan decisiones.

La epistemic injustice se suma como riesgo: ciertos testimonios son desacreditados por prejuicios sociales, negándoles capacidad epistémica. Para que la justicia cumpla su función emancipadora requiere transparencia en la producción de pruebas, pluralidad de peritajes, independencia de jueces y una esfera pública capaz de distinguir evidencia de performatividad.

La tarea consiste en sospechar 

La historia muestra que nunca fue una categoría monolítica, sino un dispositivo mutable al servicio de proyectos culturales y normativos. En la tradición griega, la verdad era aletheia: desocultamiento. Platón la ubicó en el mundo de las Formas, Aristóteles la definió como correspondencia entre lo dicho y lo real. En Roma se la vinculó con la rectitud moral. Agustín la inscribió en lo divino.

La fábrica de lo real produce certezas como electrodomésticos: con manual de instrucciones, garantía y fecha de vencimiento. Harari advierte que en el siglo XXI las redes sociales ya no solo median la circulación de información, sino que se transforman en una maquinaria de dominación: un poder que modela emociones, opiniones y conductas a escala global, controlando la atención como si fuera el recurso más escaso de la política contemporánea. Frente a esto, la tarea ética no consiste en encontrar una verdad más pura, sino en sospechar de quienes dicen poseerla.

Defender la justicia exige cultivar la duda como virtud cívica, proteger la pluralidad interpretativa y resistir las verdades empaquetadas que reducen la complejidad a consignas consumibles.

La libertad no está en poseer La Verdad, sino en negarse a ser su instrumento. Implica reconocer que cada certeza es un dispositivo de poder, que cada moral prefabricada oculta un interés y que cada verdad viral es más estrategia que descubrimiento.

La verdadera tarea crítica no es acumular respuestas, sino sostener preguntas: ¿qué verdad me quieren vender, a quién sirve, a quién excluye, qué silencio produce? Se trata, en definitiva, de descubrir —como advertía Sui Generis— al fabricante de mentiras que se esconde detrás de cada certeza prefabricada. Solo así la verdad y la justicia pueden encontrarse como tareas compartidas y no como productos de consumo, y solo así podemos aspirar a construir nuestras propias verdades en común, conscientes, libres y responsables.

En este sentido, la filosofía revela su valor como ciencia que no entrega respuestas definitivas, sino que sustenta nuestras preguntas y guía la reflexión crítica, recordándonos que dudar es siempre una forma —y tal vez la más auténtica— de libertad.

 

8 COMENTARIOS

  1. Me gustó del texto, nos invita a cultivar la duda como virtud cívica. La verdad no tiene que ser un dogma que se nos impone, sino una herramienta para reflexionar y entender mejor la realidad.
    A lo largo de la historia hemos visto cómo muchas veces se usaron verdades a medias o mentiras disfrazadas para adoctrinar a la gente. Pasó en religiones institucionalizadas, en guerras que se justificaron con causas “justas” o incluso en campañas políticas. Hoy en día sigue ocurriendo: los discursos políticos rara vez nos muestran toda la verdad, sino lo que conviene a ciertos intereses.
    Por eso nuestra tarea es no aceptar respuestas prefabricadas y aprender a cuestionar. Como dijo Nietzsche, “no existen hechos, solo interpretaciones”, y justamente ahí está nuestra responsabilidad: no quedarnos con una interpretación impuesta, sino buscar nuestras propias reflexiones.
    En definitiva, la libertad no está en “tener la verdad” sino en no dejarnos dominar por ella como si fuera absoluta, sino usarla para pensar y mantenernos abiertos al diálogo crítico

  2. Muy bueno 👏👏 me encantó cómo se logró conectar autores como Harari, Foucault, Nietzsche y Saramago con la realidad contemporánea de las redes y la “fábrica de verdades”. La forma en que desarrollás la idea de la verdad como construcción de poder es clara, profunda y muy reflexiva. Se nota un gran trabajo de análisis y una escritura atrapante, que invita a seguir pensando más allá de lo evidente.

  3. Cada dia más, fabricio, te acercas a la Verdad
    Si, a ésa que todos queremos poseer en nuestra vida personal y social.
    A ésa que nos revela al final , la filosofía de nuestro existir, la que nos da el poder que necesitamos para aliviar la conciencia y darle un piso a nuestra razón.
    Uff querido discípulo, hoy ya superando esa categoría, camino a ser maestro,que buen artículo!!!
    Sigo leyéndote…

  4. En el día a día vivimos rodeados de información lo que vemos en la tele, lo que nos llega por WhatsApp, lo que aparece en Facebook, Instagram o TikTok. Mucho de eso se presenta como “la verdad”, pero en realidad son mensajes diseñados para influirnos, vendernos algo o imponer una manera de pensar. no tenemos que tragarnos todo sin cuestionar.
    Lo importante no es repetir lo que todos dicen, sino aprender a pensar con criterio propio.
    La verdadera libertad está en dudar, en no aceptar una verdad empaquetada, sino en construir la nuestra desde la reflexión, la experiencia y el diálogo con otros.
    No hay una sola verdad absoluta; cada mensaje encierra un interés, y nuestra tarea es no ser consumidores pasivos de esas verdades, sino personas críticas y libres.
    Amé este artículo ,me viene de 10 ( diez) para que mis hijos reflexionen de algo que lo vivimos hablo sobre » La Verdad»

  5. Este artículo profe analiza como » la verdad » , lejos de ser neutral , funciona como estrategia de poder. Retomando esos autores Harari y Foucault,advierte que en la era digital los algoritmos y la viralidad producen verdades prefabricadas que disciplinan y moralizan , debilitando nuestro pensamiento crítico. Incluso «la justicia» se ve condicionada por climas de opinión y verdades virales . La propuesta final es cultivar la sospecha ,sostener la duda y construir colectivamente interpretaciones libres , concientes y responsables .

  6. Considero justa la idea de no soltar los libros físicos de antaño y los de escritores reales actuales ,esos que te llevan al cuestionamiento. No pseudo guionistas dadores de verdades a medías o falaces. Lo que falta socialmente es el discernimiento. Estamos ante una generacion que lo que ven creen sin presentar refutación ni evidencia para corroborar dichos.
    Aprendí de muy pequeña a diferenciar libertad de libertinaje y doy fe que leer y no adoctrinarse hace libre a la mente, te deja lugar a perspectivas, aún así fui catalogada de hacer preguntas de niño. El dichoso ¿Por qué? La duda ante todo lo que veo siento,presenció.
    El escepticismo dice que en la duda la dirección del espíritu es inestable o doble y que etimológicamente contiene esa duplicidad. Que la razón de la verdad de un juicio y la razón de su falsedad se nos aparece como igualmente insuficiente.
    Una mente que cuestiona más allá de ser catalogada de infantil es una mente que no se deja adoctrinar y mantiene la curiosidad joven a pesar de los años. . Romano, Daniela

  7. Muy buen texto Fabri. La idea de las mentiras útiles está trabajada con claridad, no se trata de la mentira como simple ocultamiento, sino como herramienta que organiza el consenso, que fabrica realidades y acomoda el sentido común a medida de quien tiene el poder de narrar. Esa lectura es necesaria, porque nos obliga a pensar que lo que aceptamos sin cuestionar puede ser más peligroso que una falsedad explícita.

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