InicioCulturaSerie Usted está aquí

Serie Usted está aquí

Publicado el

Cronomancia

Por Hugo Robles Lama.

Más que una línea cronológica, hay dos corrientes que se entrelazan. Y ambas provienen del mismo impulso: capturar lo intangible. El tiempo, ese flujo que no se ve pero se siente, que no se toca pero nos toca. La historia de los relojes no es una sucesión de inventos, sino una partitura escrita en engranajes, péndulos y cristales líquidos.

La obra, por supuesto, suena mecánica. Y hasta algunos pudieron imaginar allí un canto a la precisión, aunque no hay un solo elemento que remita a un folklore de exactitud. Hay, sí, una “arquitectura horológica”, por ejemplo en el formidable pasaje del reloj astronómico de Praga, donde figuras animadas desfilan como notas en un compás barroco.

Hay, todo el tiempo, el posible —e intangible— sonido de una rueda dentada girando en la penumbra de una torre medieval. Como si el tiempo mismo se escondiera en el eco de cada tic.

Los relojes de sol, primeros movimientos de esta sinfonía, no marcaban horas: sugerían sombras. Luego vinieron los relojes de agua, de fuego, de arena. Cada uno, una variación sobre el mismo tema: ¿cómo medir lo que se escapa?

Y entonces, el clavicémbalo se volvió péndulo. Galileo, Newton, Huygens: compositores de precisión. El reloj mecánico se afina, se encaja, se miniaturiza. Hay un pasaje en el siglo XVIII donde los relojes se vuelven joyas, y el tiempo, ornamento.

Pero la obra no termina. El siglo XX introduce el cuarzo, el pulso eléctrico, el silencio digital. Ya no hay tic-tac, sino una vibración inaudible, como si el tiempo se hubiera vuelto luz.

Y ahora, en la era de los relojes inteligentes, el tiempo ya no se mide: se interpreta. Se sincroniza con el cuerpo, con el mundo, con la nube. Hay una coda en la muñeca que vibra cuando llega un mensaje.

La historia de los relojes no es lineal. Es una fuga. Una fuga del tiempo que, sin embargo, siempre regresa. Como el eco de una barco fantasma emergiendo en un mar sin las anclas de números y segundero.

 Los relojes en Borges y Cortázar

Más que objetos, los relojes en la literatura de Borges y Cortázar son símbolos. No miden el tiempo: lo interrogan. Lo fragmentan. Lo multiplican. Lo condenan.

Julio Cortázar – “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”
Este texto, incluido en Historias de cronopios y de famas, no es un cuento en el sentido clásico, sino una pieza poética que disecciona el acto de recibir un reloj como un regalo.

“No te regalan un reloj, tú eres el regalado.”
Aquí el reloj no es un instrumento, sino una condena. Una atadura. Una obsesión. El tiempo se vuelve una cárcel con correa de cuero.

Jorge Luis Borges – “El milagro secreto”
En este cuento, el reloj no aparece como objeto físico, pero el tiempo es protagonista absoluto. Jaromir Hladík, condenado a muerte, recibe un “milagro”: el tiempo se detiene para que pueda terminar su obra.

“El tiempo de los hombres se detuvo para que él pudiera escribir.”
El reloj invisible que rige su destino es divino, metafísico. Borges convierte el tiempo en un acto de fe, en una pausa imposible.

Jorge Luis Borges – “El otro”
En este relato, Borges se encuentra con su yo más joven. El diálogo entre ambos ocurre en un tiempo que parece suspendido, donde los relojes no marcan horas sino identidades.

“El reloj marcaba una hora que no era la mía.”
El tiempo se desdobla, se confunde. El reloj es testigo de una paradoja ontológica.

 Julio Cortázar – “La autopista del sur”
Aunque no centrado en relojes, el cuento juega con la percepción del tiempo. En un embotellamiento interminable, los personajes pierden la noción de las horas.
El reloj, ausente, no se menciona, se siente.

Borges – “El Aleph”
El Aleph, ese punto que contiene todos los puntos, también contiene todos los tiempos.

“Vi el Aleph desde todos los puntos del universo.”
El reloj aquí no tiene manecillas: es el Aleph mismo que lo contiene todo.

Los relojes en Borges y Cortázar no dan la hora. Dan vértigo. Dan sentido. Dan miedo. Son el eco de una maquinaria invisible que nos recuerda que el tiempo: se vive, se teme, se escribe.

 

Dar la hora

La frase “dar la hora” tiene raíces en la tradición oral y en la evolución de los relojes mecánicos. En su acepción más literal, se refiere al acto de anunciar la hora mediante campanadas.

“El reloj dio las cinco” — se decía en textos como La Celestina o Lazarillo de Tormes, donde el verbo “dar” se usaba para indicar que el reloj había sonado.

Con el tiempo, “dar la hora” se volvió idiomática. En Chile, por ejemplo, puede significar “hacer el ridículo” o “no estar en sintonía con lo que ocurre”. En España, es simplemente anunciar el momento. En ambos casos, la expresión carga con el peso de lo inevitable: el tiempo se da, se impone, se deja oír.

 Reloj no marques las horas: un bolero contra el tiempo

La canción “El reloj”, conocida por su verso icónico “Reloj no marques las horas”, fue compuesta en 1956 por el mexicano Roberto Cantoral. La inspiración surgió en Washington D.C., frente al río Potomac, durante una gira con su grupo Los Tres Caballeros. Allí vivió un romance fugaz que debía terminar al amanecer. Un reloj de salón marcaba la cuenta regresiva del adiós.

“Porque voy a enloquecer / ella se irá para siempre / cuando amanezca otra vez…”

La canción fue estrenada en 1957 y se convirtió en un clásico del bolero. Desde entonces, ha sido interpretada por una constelación de voces.

Cada versión da la hora con un tono distinto. Algunas la ralentizan, otras la aceleran. Pero todas comparten el mismo ruego: que el tiempo se detenga, aunque sea por amor.

El reloj da la hora, pero el bolero la niega

Así, “dar la hora” y “no marcarla” se convierten en dos movimientos de una misma sinfonía. El reloj, ese testigo implacable, puede sonar como sentencia o como súplica. Puede dar la hora en una plaza pública o negarla en un rincón del alma.

Y tú, ¿prefieres que el reloj dé la hora… o que la guarde en silencio?

El clímax: Solo ante el peligro “A la hora señalada”

La cámara se desliza como un susurro por las calles vacías. El montaje alterna entre relojes que marcan las 11:50, 11:55, 11:58… y los rostros de los que se esconden. El sheriff camina solo, como un héroe trágico. El montaje es nervioso, casi musical. Cada corte es un latido. Cada plano del reloj, una cuenta regresiva.

Y entonces, el tren silba. El polvo se levanta. El duelo comienza.

Frank Miller y su pandilla aparecen como sombras. El sheriff dispara. Cae uno. Luego otro. El pueblo sigue en silencio. Grace Kelly, la esposa, irrumpe en el combate: mata para salvar. El reloj marca las 12:05. El peligro ha pasado.

Will Kane lanza su estrella de sheriff al suelo. No dice nada. El reloj ha dado la hora. La justicia ha hablado. Pero el pueblo ha callado.

Historia de dos relojes 

Más que dos películas, High Noon (1952) y Touch of Evil (1958) son dos relojes narrativos. Uno da la hora con solemnidad, el otro la esconde en una bomba. Ambos laten con la misma urgencia: el tiempo como amenaza, como juicio, como clímax inevitable.

En A la hora señalada, el reloj es visible, omnipresente. Cada plano lo muestra, cada personaje lo teme. El sheriff Will Kane camina solo hacia el mediodía, mientras el pueblo se encierra en su silencio. El reloj de la estación marca las 12:00 como una sentencia. El duelo no es solo entre hombres: es entre el deber y el miedo.

Pero en Touch of Evil, Orson Welles cambia el juego. El tiempo ya no se anuncia: se oculta. El plano secuencia inicial —una joya de tres minutos y veinte segundos— comienza con una mano que coloca una bomba en el maletero de un auto. Dentro, un reloj marca la cuenta regresiva. Nadie lo ve. Nadie lo oye. Pero el espectador lo sabe. La cámara se eleva, se desliza, sigue a los personajes mientras el coche avanza por la frontera entre México y Estados Unidos.

El reloj de la bomba no da la hora: la roba.

Mientras en High Noon el tiempo es un juez público, en Touch of Evil es un asesino silencioso. El montaje de Zinnemann es vertical, moral. El de Welles, horizontal, ambiguo. Uno muestra el reloj como símbolo de justicia; el otro lo esconde como instrumento de caos.

Y sin embargo, ambos convergen. En el momento en que el reloj marca su hora —ya sea en la torre del pueblo o en el maletero del coche— el mundo se detiene. El disparo suena. La explosión ocurre. El tiempo ha hablado.

Usted está aquí.
Entre el tic visible y el tac oculto. Entre el sheriff que enfrenta su destino y el espectador que lo sigue sin saber cuándo estallará. Entre la hora señalada y la hora secreta.
El reloj sigue marcando. ¿Lo escucha?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

últimas noticas

La rebelión de las masas

Por José Mariano.  El hecho característico del momento es que las masas han ingresado a...

La república de los desencantados

Por Tomás Anchorena.  No hay justicia donde el poder se vuelve su propio fin. Cicerón. Cicerón imaginó...

El silencio de la justicia

Por Fernando M. Crivelli Posse.  Donde la ley se detiene ante el poder, la República...

La Ideología de desinformar y sus consecuencias

Por Enrico Colombres. Vivimos inmersos en una época que confunde información con conocimiento y saturación...

Más noticias

La rebelión de las masas

Por José Mariano.  El hecho característico del momento es que las masas han ingresado a...

La república de los desencantados

Por Tomás Anchorena.  No hay justicia donde el poder se vuelve su propio fin. Cicerón. Cicerón imaginó...

El silencio de la justicia

Por Fernando M. Crivelli Posse.  Donde la ley se detiene ante el poder, la República...