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Alberdi en el espejo: génesis de una ficción cinematográfica

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Por Fabián Soberón.

Dos historias

La película Alberdi en el espejo surgió de la contraposición de dos formas de vida: la existencia ligada al cuerpo y la vida que se recluye en las ideas. La historia de Mario –joven artista del siglo XXI– representa el elogio esteticista de un titiritero que vive para su cuerpo y que progresivamente ingresa en un pliegue –no buscado, acaso metafísico– que lo lleva a una transformación radical.
La vida del Alberdi histórico disparó la composición de la historia de un individuo dedicado a las ideas que, en el fragor de la vejez decadente, sueña que puede ser otro, acaso su opuesto: el titiritero del futuro.

Alberdi tenía al capitalismo como una utopía. En cambio, en el siglo XXI, vemos al capitalismo como la única realidad y, quizás, como el origen de una distopía.

Alberdi fue un intelectual, quizás el mayor intelectual del siglo XIX en Argentina. ¿Por qué no quiso darle a su cuerpo el lugar que merecía? ¿Qué tensión había –y hay– entre el deseo y el capitalismo? 

Alberdi y el deseo 

Alberdi fue músico y demiurgo: fue alguien que vio en las ideas el material para crear un mundo político. Alberdi fue un demiurgo que imaginó la realidad que no existía. Fue un intelectual que obró como un artista. En su juventud compuso obras musicales y creó un método para tocar el piano. Como un filósofo de la música, como un pensador, en la madurez pensó un régimen para organizar el país. Fue un intelectual que inventó –como un músico– las reglas del país futuro. Tenía el modelo del liberalismo asociado al progreso. Vio al capitalismo como un sistema de mejoría. Lo extraño fue que él como persona no viviera una vida epicúrea o ligada a los placeres mundanos, el erotismo, el hedonismo capitalista. Su deseo fue un deseo de ideas. Su eros fue racionalista. Por eso se apartó, como Kafka, de la vida mundana, de las mujeres y del matrimonio. ¿Por qué depositó el deseo en el mercado y negó su eros personal? 

Hipótesis para una invención

¿Qué pensaría Alberdi si viviera en el siglo XXI? ¿Qué haría con su cuerpo y con el deseo?

Una de las hipótesis que escribí –y que después deseché– fue componer un Alberdi mujer que se viste como hombre y que cruza las calles de un Buenos Aires antiguo, de noche, y que se oculta detrás de una pared. Alberdi piensa su futuro, el futuro político, como una mujer disfrazada de hombre o como un hombre disfrazado de mujer. 

Otra idea que barajé fue que Alberdi y su amigo Gutierrez se encuentran en un salón secreto y conversan sobre la identidad sexual. Alberdi es un hombre que imita a una mujer. Es solo la representación de un rol en un teatro improvisado con sus amigos en el salón del 37. Alberdi se pregunta si será más efectivo el ataque a la política rosista desde la perspectiva de la República pensada como una mujer.

El guión

En el guión de la película aparecen las escenas de Alberdi en la juventud: en su viaje de regreso a Tucumán –mientras visita la Yerba Buena– y en un sueño en el que se encuentra con un Rosas payasesco. Hablan del pueblo, Alberdi está encantado con el caudillo.

En otras escenas, Alberdi está en el salón con Mariquita Sánchez de Thompson y con Echeverría. Dialogan sobre el valor del pensamiento, las mujeres y la patria. En otro tramo del relato audiovisual está sentado en un barco, en un cuarto solitario, en una plaza de París y anota palabras. Son las palabras de un ausente.

El guión presenta el reencuentro con Rosas en la vejez. Alberdi es un hombre mayor, Rosas es un anciano. Están en la casa de Mr. Dickson, en Londres. Ambos conversan  como dos caballeros. Alberdi sabe que Rosas tiene cerca la muerte. Rosas ve en Alberdi una persona que lo comprende. Uno de ellos toma un pañuelo rojo –es la cinta punzó– y se lo entrega al otro. Encuentran en ese pasaje el código de una reconciliación.

En tres escenas de la película –ubicada una en cada acto–, Alberdi toma su almanaque horóscopo y escribe sus sueños. Hacia el final, piensa en la muerte y, desquiciado, grita y pide por su madre, esa mujer que ha muerto demasiado pronto. El grito es desgarrador, tal vez es el agujero negro que lo ha perseguido toda la vida.

¿Dos historias?

La película cuenta dos historias aparentemente opuestas. Mario –con su novia Juana, pianista, y el amigo historiador– emprende una existencia ligada a la metamorfosis y a la idea del doble. Alberdi es él mismo, es fiel a sí mismo, pero en la vejez –y en el sueño– desea ser otro. ¿Mario y Alberdi pueden ser vistos como dos exergos de la misma moneda?

“¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía?”

Estos versos de Borges –del poema “Ajedrez”– ayudan a pensar en la construcción de la trama. ¿Quién mueve los hilos que manejan al titiritero y al Alberdi hecho de ficción?  

Alberdi se mira en el espejo de Mario. El titiritero –quién sabe por qué lo hace– se encuentra en el reflejo decimonónico. Ambos tienen elementos en común y notorias diferencias. El espectador dirá quién ha inventado a quién. 

 

 

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