No fue un error. No fue automático. Fue a mano alzada.
Mientras se recortan jubilaciones, se ajustan universidades y se vacían comedores, el Senado decidió descongelarse a sí mismo. Hasta $9 millones por mes. En plena crisis. Sin registro de votos.
La política no se equivocó. Funcionó como siempre.
Una decisión que nadie firmó, pero todos permitieron
El 28 de marzo, en una sesión sin debate y sin nombres, los senadores votaron a mano alzada el descongelamiento de sus dietas. La medida fue tratada por fuera del orden del día y aprobada sin registrar quiénes la acompañaron. En mayo, si no se revierte, cada legislador cobrará $9.000.000 brutos, con ingresos netos cercanos a los $4.500.000.
El esquema fue aprobado por el propio Senado en agosto de 2023. Desde entonces, las dietas quedaron atadas a la paritaria del personal legislativo: 3 sueldos de la categoría más alta, $1.800.000 por gastos de representación, y un plus por desarraigo para quienes residen fuera de la Capital.
El congelamiento venció. La política no.
En diciembre de 2023, la vicepresidenta Victoria Villarruel prorrogó el congelamiento hasta el 31 de marzo de 2024. Cumplido ese plazo, y sin consenso para extenderlo, el aumento se activó automáticamente.
La discusión ahora vuelve a la mesa. Villarruel intentará sostener el congelamiento y desvincular las dietas del esquema paritario, pero la negociación está abierta. El tema será tratado en la reunión de Labor Parlamentaria, antes de una sesión clave que definirá los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla para la Corte Suprema.
Si no hay una resolución antes de la tercera semana de abril, los sueldos millonarios se liquidarán.
El contexto que no se puede ignorar
Todo esto sucede mientras:
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El salario mínimo es de $296.832
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La jubilación mínima, sin bono, ronda los $285.792
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Se profundiza el ajuste: despidos en el Estado, desfinanciamiento en salud y educación, y suspensión de programas sociales
Un senador cobrará en un mes lo que un jubilado cobra en dos años. Lo que un docente cobra en tres.
No es una cifra. Es una señal.
La política de la impunidad y el privilegio
Esto no fue un exceso. Fue un síntoma.
Una estructura que se protege a sí misma mientras exige sacrificios al resto.
Una política que premia a quienes la ejercen, no a quienes la padecen.
Porque el problema no es solo cuánto cobra un senador.
Es cuándo lo cobra.
Cómo lo cobra.
Y en qué país decide hacerlo.
El gesto no es nuevo. Lo que indigna no es solo la cifra, sino su repetición.
La naturalidad con la que el poder se concede privilegios sin rendir cuentas.
Esa es la verdadera cultura del poder:
una maquinaria que funciona en silencio,
sin firma, sin nombres,
pero con beneficios asegurados.
Y mientras tanto, la mayoría espera.
Otra vez.