por IAN TUROWSKI.
Vivimos en una gran parodia global. Una obra de teatro sin guion donde todos jugamos un papel impuesto. Una estafa piramidal a escala planetaria, disfrazada de democracia, progreso y derechos humanos. Palabras vacías que se repiten como mantras de una religión extinta: libertad, identidad, voluntad, verdad. Pero nombrarlas no las hace reales.
No hay libertad. Hay obediencia. Hay simulacro. Hay un espejismo colectivo en el que nadie cuestiona nada, donde decimos cosas que suenan importantes pero que no significan nada. Vivimos como usuarios, no como personas. No somos libres: somos funcionales. Somos engranajes operativos de un sistema que no nos quiere despiertos, sino disponibles, dóciles, adaptados.
Y lo peor de todo: lo aceptamos con entusiasmo. Porque estamos “ready”. Porque nos enseñaron que estar “yendo” es mejor que llegar. Porque nos vendieron la libertad como un videojuego, y ahora solo sabemos insertar fichas.
INSERT COIN: LA LIBERTAD COMO TRANSACCIÓN
La libertad no es un derecho: es un producto. Y como todo producto, se compra. ¿Querés libertad? Pagá con productividad, silencio, omisión y consumo. No se trata de dignidad, se trata de eficiencia. De encajar en la maquinaria sin rechinar. De obedecer sin hacer preguntas. De elegir entre versiones distintas del mismo engaño.
No existe autonomía cuando todo está condicionado por lo que producís, lo que mostrás, lo que valés en números. La gente ha cambiado su voluntad por comodidad, por distracción, por un poco de validación momentánea. Y lo trágico es que esa renuncia al yo auténtico se celebra como libertad.
LA FALSEDAD COMO ESTÁNDAR DE VIDA
El sistema no existe sin cómplices. No es una entidad abstracta: es la sociedad misma. Somos todos los que lo sostenemos con nuestras elecciones cómodas, nuestras opiniones tibias, nuestras quejas estériles. Todos queremos que el mundo cambie, pero nadie quiere perder su pequeña cuota de confort. Nadie está dispuesto a perder para encontrarse. A rendirse para ganar.
Preferimos el rol antes que el yo. La pertenencia antes que la verdad. La justificación antes que el conflicto. El sistema no reprime, seduce. Y la sociedad no resiste: se entrega.
IDENTIDAD EN LIQUIDACIÓN: 20% OFF
Hoy ser uno mismo no vende. Lo auténtico no cotiza. Lo que importa es lo que se puede mostrar, monetizar, etiquetar. La intimidad y la identidad se subastan al mejor postor. La subjetividad se ha convertido en una marca, en un perfil, en un feed editado para generar aprobación.
El pensamiento crítico es descartable. El sentir es molesto. La duda es ruido. Solo queda actuar, producir, reaccionar, seguir la corriente, no romper nada. Vivimos con miedo a hacernos la única pregunta que importa: ¿quién soy realmente? Porque sabemos, en el fondo, que la respuesta nos haría pedazos.
ELEGIRME: UN ACTO RADICAL
En el silencio, en la soledad real, aparece eso que evitamos mirar: el yo abandonado, la mentira, la máscara, el miedo. Ahí empieza la verdadera libertad: en el desgarro. En elegir ver la verdad aunque duela. En dejar de escapar y bancarse el vacío, la desesperación, la caída. Porque solo desde el fondo se puede volver a subir.
Yo estuve ahí. No lo leí en ningún libro. No me lo contó ningún gurú. Estuve en la mierda. Traicioné todo lo que era. Me convertí en una caricatura de mí mismo. Y no me salvó ningún sistema, ningún discurso, ninguna bandera. Me salvó el quiebre. La rendición.
Hoy elijo. No porque me dejaron, sino porque me lo arranqué. Elijo con la conciencia de que este mundo está diseñado para que no elijas nada. Para que seas una fotocopia obediente. Y por eso elegir es un acto revolucionario.
RESIGNIFICAR EL YO: UN ACTO DE GUERRA
Recuperar la soberanía del alma es un gesto violento en este mundo anestesiado. No se trata de espiritualidad “instagrammeable”, sino de tener el coraje de cortar los hilos de la farsa. De arriesgarlo todo por ser real.
La libertad, si existe, se conquista a mano limpia. No se pide: se toma. No se predica: se encarna. Y en un mundo que aplaude la mentira y premia la máscara, ser uno mismo es un acto radical.