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Estado de cosas

Publicado el

por Pablo Donzelli.

La primera semana de febrero la editorial La papa, la librería Amauta y la comuna organizaron la segunda feria de libros de Amaicha del Valle.

Llegaron escritores de distintas partes de la provincia. También de Salta, Santiago del estero, Catamarca y Chaco. Hubo música y comidas comunitarias en una plaza iluminada para la ocasión.

Lo más importante, participaron los comuneros con sus coplas, contando sus historias en un fogón y recitando sus poemas y relatos.

Esos tres días me decía que aquí, en la feria, estaba la medida justa de la participación del estado; que no sea tan grande como para deglutir cualquier nuevo proyecto ni para hacernos perder en la burocracia kafkiana, ni tan chico para dejar que volvamos a la condición de esclavos ante la enfermedad de un poderoso.

Al fin y al cabo, qué es el estado sino la administración del bien común. Si adherimos y acordamos que un seleccionado de futbol nos represente para traer la copa a casa, estamos formando un estado. La discusión no es si tiene que desaparecer el estado, la discusión es cuál es la medida justa, cómo nos organizamos para iluminar la plaza (y no tirar papeles en la calle). ¿Qué hacemos con la educación y la salud? ¿Dejamos que sea un negocio?

Siempre me llamó la atención en Tucumán el poco (por no decir nulo) cuidado que se tiene con lo nuestro. O peor, ese vandalismo contra un banco de la plaza, los focos recién instalados, una parada de colectivos. Todos esos objetos son nuestros, y en el mejor de los casos se tienen que reponer con nuestros próximos impuestos. Si dejamos el banco sano, la plata para arreglarlo se puede utilizar para otra cosa, quizás para contratar la banda de música que te gusta.

Tengo una hipótesis, no se percibe como propio el espacio público ¿Por qué? ¿Cuándo se nos quitó ese imaginario o nunca lo tuvimos, el de que la plaza es de todos? Dejo estas preguntas para quien quiera aventurar respuestas o para mi yo del futuro que tal vez las encuentre. Por lo pronto, regresemos al estado.

Mi vecino llena la bolsa de basura y como le molesta que al sacarla los perros de la cuadra la desparramen se toma el trabajo de caminar unos metros y la deja frente a mi casa. No puedo evitar la mugre que causan los perros frente a mi casa, pero si disminuirla, llevando mi bolsa de basura al frente de la casa de mi vecino y dejarla ahí. Una vez nos encontramos levantando con escoba y pala pañales usados que no eran de ninguno de los dos y decidimos mejorar el estado de las cosas. Entre los dos, y el de los pañales descartables usados, podíamos pagar un canasto equidistante y con la altura suficiente para esperar el basurero. Y conformamos un estado que nos beneficiaba a todos. Y duró mucho, porque nos tuvimos confianza. La confianza es el combustible primordial para que las cosas funcionen. Si desconfío de mi vecino y creo que la plata que juntemos la va a destinar al casino, nunca se la daré y seguiremos levantando basura desparramada del suelo. Si recibo la plata y estoy seguro que el vecino serruchará el cesto de basura por la noche, me voy al casino, total, ¿para qué?

Se necesita confianza, pero en un estado que alberga mucha gente y son necesarias personas que administren el dinero para las obras, se necesita también controlar y exigir inteligencia para que el dinero de todos sea bien utilizado.

Volvamos a Amaicha del Valle con un ejemplo positivo para hacer un pequeño voto de confianza: entre la primera feria del año pasado y la de este año, pedimos diez tablones con sus caballetes para ser utilizados no solo por los libreros sino para cada una de las actividades que se realicen durante todo el año. La comuna ya no tiene que salir desesperada a conseguirlos, ahora dispone de ellos, y hasta podría alquilarlos para con ese dinero realizar más tablones, el año que viene seguramente necesitaremos quince. Y nosotros, con ese problema resuelto, ahorramos energías y neuronas para solucionar otros problemas y generar los nuevos que cada progreso conlleva.

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