La coyuntura política de Tucumán y Argentina no es un fenómeno aislado ni una simple sucesión de eventos. Es la manifestación de estructuras de poder profundamente arraigadas que han definido el devenir del país. Para comprender lo que ocurre hoy, es necesario analizar cómo la Economía del Poder y la Cultura del Poder, conceptos desarrollados por el economista tucumano Manuel Figueroa, nos ofrecen una lectura estructural de los hechos.
Manuel Figueroa es un economista y contador público tucumano, con una extensa trayectoria en organismos internacionales y una mirada crítica sobre la historia económica y política de Argentina. Ha trabajado en la CEPAL y la FAO, además de haber desarrollado la «Tesis de las Tres Economías», un enfoque que busca alternativas a la crisis del empleo y la desigualdad social. En sus libros, como La Cultura del Poder y Argentina Entrampada, analiza la manera en que el poder económico y político han operado en el país para perpetuar una estructura que beneficia a unos pocos y limita las posibilidades de cambio real.
La Economía del Poder: Concentración y Dependencia
Figueroa plantea que el poder económico no se distribuye de manera equitativa, sino que se encuentra concentrado en grupos con la capacidad de definir las reglas del juego. En Argentina, esto se traduce en la preeminencia de sectores como el agroexportador, el sistema financiero y un empresariado con vínculos estrechos con el Estado.
El control de estos grupos no solo se manifiesta en sus capacidades económicas, sino en su influencia sobre las decisiones políticas. Los gobiernos, sin importar su signo ideológico, deben negociar con estas estructuras de poder, lo que limita la posibilidad de transformaciones reales. Las recientes medidas económicas del gobierno nacional, por ejemplo, pueden entenderse no como una respuesta soberana a la crisis, sino como la readecuación de los intereses de estos sectores dominantes.
En este contexto, la idea de Figueroa cobra relevancia: la política económica en Argentina no es neutral ni meramente técnica, sino que responde a la correlación de fuerzas entre quienes detentan el poder y quienes intentan disputarlo. Las reformas estructurales han seguido siempre el mismo patrón: concentrar aún más la riqueza y mantener el status quo a pesar de las crisis recurrentes.
La Cultura del Poder: Entre la Continuidad y la Adaptación
Si la Economía del Poder explica quiénes tienen el control material de los recursos, la Cultura del Poder permite entender cómo se naturaliza esta situación. Figueroa analiza cómo en Argentina, a lo largo de más de 200 años, se ha mantenido un modelo de dominación basado en la reproducción de elites políticas y económicas que perpetúan sus privilegios.
Este modelo no solo opera en la macroeconomía, sino también en la política cotidiana. La Cultura del Poder se expresa en la forma en que los ciudadanos son persuadidos para aceptar la desigualdad como un orden natural. Esto se logra mediante narrativas mediáticas que encuadran la realidad desde los intereses de las élites y un sistema educativo que, lejos de cuestionar estas estructuras, las reproduce. Los discursos oficiales presentan las crisis como fenómenos inevitables, instalando un sentido común que legitima las desigualdades y dificulta la posibilidad de imaginar alternativas reales.
En Tucumán, esta lógica se expresa a través del clientelismo, la centralización del poder en unos pocos grupos y una política que prioriza la lealtad sobre la gestión efectiva. Un caso concreto es la dependencia de la provincia del Estado nacional y la administración de planes sociales como mecanismo de control electoral. A pesar de los cambios de nombres y partidos, el modelo sigue intacto: un poder político que administra la pobreza y que se vincula con los sectores dominantes de la economía provincial para garantizar su estabilidad. En lugar de generar un desarrollo sostenible, este modelo perpetúa la dependencia del Estado y la subordinación de sectores sociales estratégicos.
Coyuntura Actual: ¿Cambio Real o Reciclaje del Poder?
El gobierno nacional actual se enfrenta a una crisis estructural que lo obliga a negociar con los actores tradicionales del poder económico. Las medidas de ajuste, la liberalización de ciertos sectores y el reordenamiento del gasto públicoresponden a una lógica que ya hemos visto antes: la de un Estado que debe disciplinarse bajo los mandatos del capital concentrado. En Tucumán, la situación no es distinta. La política provincial sigue funcionando con las mismas reglas de siempre, donde el acceso al poder depende más de las alianzas que de los proyectos de transformación real. En los últimos meses, hemos visto cómo sectores políticos antes enfrentados han comenzado a reacomodarse en función de garantizar su cuota de poder. Viejos antagonismos se diluyen cuando los actores políticos comprenden que su permanencia en el sistema depende de adaptarse a los intereses dominantes. Mientras tanto, las demandas sociales y económicas crecen, generando un desfasaje cada vez más evidente entre la clase política y la realidad de la población. La pregunta es si este modelo es sostenible o si las tensiones sociales generarán una crisis que obligue a su reformulación.
La clave de esta coyuntura no es solo quién gobierna, sino quién manda. La Cultura del Poder nos enseña que, incluso en momentos de crisis, las estructuras dominantes se reacomodan para preservar su influencia. La economía no colapsa, sino que se reorganiza en función de los intereses de quienes detentan el poder. Es por eso que, a pesar de los cambios de administración, los problemas de fondo persisten: desigualdad estructural, concentración de la riqueza y la perpetuación de privilegios históricos.
La Necesidad de una Mirada Crítica
En Fuga creemos que el análisis crítico no solo debe exponer los hechos, sino cuestionar los relatos que los sustentan. No es solo cuestión de saber quién gobierna, sino de entender quién manda. La Economía del Poder y la Cultura del Poder nos ayudan a ver más allá de la coyuntura inmediata y a comprender que los cambios reales solo son posibles cuando se modifican las estructuras profundas.
Porque el problema no es solo lo que ocurre, sino cómo nos lo cuentan. Nos hacen creer que ya lo sabemos todo, cuando en realidad nos dan solo las piezas que encajan en su relato. Fuga no solo busca contar lo que otros callan, sino también desarmar los discursos que nos quieren vender como verdad, devolviéndole al lector la capacidad de pensar más allá de lo que le ofrecen.