El mundo financiero se encuentra en un punto de inflexión. Voces en la economía global advierten sobre una transformación profunda que podría redefinir la relación entre el dinero, el Estado y la sociedad. No se trata de una crisis pasajera ni de un simple ajuste de tasas, sino de un reordenamiento estructural impulsado por la digitalización del dinero, la fragilidad de los sistemas financieros tradicionales y la recomposición de los bloques de poder en la economía global. Algunos lo llaman «el mayor reinicio financiero de la historia». Pero ¿realmente estamos ante un quiebre sin precedentes o simplemente frente a una nueva mutación del sistema que se adapta, como tantas veces antes, a los cambios del contexto global?
Los motores del cambio financiero
Uno de los factores clave en este posible «reinicio» es la digitalización de la moneda. Desde hace años, las criptomonedas como Bitcoin y Ethereum han desafiado la lógica de los bancos centrales, ofreciendo un sistema financiero descentralizado que escapa al control estatal. Sin embargo, el verdadero punto de inflexión podría llegar con la consolidación de las monedas digitales de bancos centrales (CBDC). China lleva la delantera con su yuan digital, la Unión Europea avanza en la exploración de un euro digital y Estados Unidos analiza la implementación de su propio dólar digital. En un mundo donde la velocidad y el control son esenciales para las economías globalizadas, la digitalización del dinero podría implicar la desaparición del efectivo en favor de un sistema donde cada transacción quede registrada y pueda ser monitoreada en tiempo real.
Este cambio tiene implicancias profundas. Si bien una economía digitalizada podría mejorar la eficiencia de los mercados y facilitar la inclusión financiera de sectores hoy marginados, también podría consolidar un modelo de vigilancia masiva sin precedentes. Un sistema basado en CBDC permitiría a los gobiernos regular, restringir o incluso bloquear transacciones individuales con una precisión quirúrgica. En un escenario donde el control sobre el dinero equivale al control sobre la vida económica de las personas, la pregunta clave es: ¿hasta qué punto la centralización del sistema financiero digital reforzará las capacidades del Estado y limitará la autonomía del individuo?
En paralelo, la estructura financiera tradicional tambalea. La deuda global alcanzó los 300 billones de dólares en 2024, según el Instituto de Finanzas Internacionales, mientras la inflación y las interrupciones en las cadenas de suministro siguen erosionando la confianza en las monedas tradicionales. En este contexto, el dólar—pilar del orden financiero global desde Bretton Woods—se enfrenta a un creciente cuestionamiento. La competencia por un nuevo orden financiero ya está en marcha.
El ascenso de bloques económicos como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) desafía la supremacía occidental, promoviendo sistemas de pago que buscan esquivar el dominio de Estados Unidos sobre el comercio internacional. Los intentos de Rusia y China de avanzar en la desdolarización han llevado a que se adopten otras monedas en acuerdos bilaterales y que se refuercen mecanismos financieros alternativos, como los sistemas de pago interbancarios que buscan reemplazar el SWIFT. Si esta tendencia se profundiza, podríamos ver una fragmentación del sistema financiero global en esferas de influencia con monedas propias y mecanismos de intercambio alternativos.
Pero la pregunta sigue abierta: ¿se trata realmente de un reinicio, o es solo una evolución más del capitalismo financiero? ¿Estamos ante un colapso de lo viejo o una sofisticación de las herramientas de control y acumulación de poder financiero?
Argentina como laboratorio financiero: El experimento Milei
En este contexto de cambios estructurales, Argentina emerge como un caso de estudio. Bajo la administración de Javier Milei, el país ha emprendido un ajuste radical que busca desmantelar décadas de intervención estatal y redefinir su modelo económico desde los cimientos.
En menos de un año, el gobierno eliminó el déficit fiscal con un ajuste de 15 puntos del PIB, redujo subsidios en un 64% y desmontó los mecanismos de emisión monetaria que habían mantenido un modelo inflacionario crónico. Según datos del Ministerio de Economía, esta política permitió una reducción drástica de la inflación, que pasó del 25,5% mensual en diciembre de 2023 a niveles proyectados del 2,2% en marzo de 2025.
Pero la estabilización ha tenido un costo social enorme. La pobreza aumentó al 52,9% en 2024, el consumo interno se desplomó y los salarios reales cayeron un 3%, según cifras del INDEC. El «déficit cero» se logró con una reducción drástica del gasto público: la obra pública cayó un 86%, las jubilaciones se redujeron un 38% en términos reales y el Estado dejó de ser el principal actor en la economía. Mientras el gobierno sostiene que estos cambios sentarán las bases para un crecimiento sostenido, la oposición y distintos sectores sociales advierten que la caída en la capacidad de consumo y el impacto en la calidad de vida podrían generar una crisis de confianza que ponga en duda la viabilidad del plan.
Uno de los aspectos más intrigantes de este proceso es la posible transformación del sistema financiero argentino. Aunque Milei ha expresado afinidad con el modelo de dolarización y la libertad monetaria, el Banco Central ha mantenido un esquema de “crawling peg” con una devaluación controlada del 2% mensual. Sin embargo, con reservas que alcanzaron los 30.000 millones de dólares en 2024, Argentina podría estar preparando un cambio más profundo en su sistema financiero, con un mayor protagonismo de las criptomonedas y una menor dependencia del peso.
A nivel geopolítico, Milei busca alinear a Argentina con Estados Unidos y alejarse del Mercosur y de la influencia china. Esta estrategia, junto con la apertura económica y la desregulación, podría atraer inversión extranjera, pero también expone al país a una mayor volatilidad frente a las fluctuaciones de los mercados financieros globales. Si el modelo de Milei funciona, Argentina podría convertirse en un referente global de estabilidad macroeconómica tras años de inflación descontrolada. Pero si el ajuste fracasa, el costo social podría ser tan alto que desestabilice no solo el gobierno, sino la viabilidad misma del experimento.
¿Hacia dónde vamos?
El escenario global sugiere que el sistema financiero está en transformación, pero el desenlace sigue abierto. ¿Estamos presenciando un cambio de era, con un rediseño de las reglas del juego, o simplemente viendo una nueva adaptación del sistema financiero a un contexto más digitalizado y fragmentado?
Las oportunidades y los riesgos son evidentes. La digitalización del dinero podría democratizar el acceso al sistema financiero, pero también abrir la puerta a una vigilancia sin precedentes. Los reacomodos geopolíticos podrían desafiar la hegemonía del dólar, pero también generar una fragmentación económica con tensiones aún mayores.
En Argentina, el ajuste de Milei es una apuesta que va más allá de su gobierno: es un test sobre la capacidad de una economía en crisis para reinventarse sin la mediación del Estado. Su éxito o fracaso marcará el debate económico en los próximos años.
Lo que parece claro es que el mundo financiero no será el mismo en la próxima década. Pero la pregunta que queda abierta es: ¿quién definirá las nuevas reglas del juego? ¿Será este «reinicio» una redistribución real del poder financiero global o una nueva etapa del mismo modelo con otros protagonistas?
El dinero deja de ser una herramienta de intercambio y se convierte en un instrumento de control. En esta nueva arquitectura digital, lo que está en juego ya no es solo la economía, sino el sentido mismo de la libertad.
por Catalina Cervantes