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La guerra de las imágenes: cómo las noticias se convierten en espectáculo

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En la era digital, la información ha sido desplazada por la imagen como el principal medio de transmisión de la realidad. Sin embargo, esta imagen no es un reflejo transparente del mundo, sino una construcción, una manipulación orientada a captar la atención y moldear el pensamiento. Harun Farocki lo advertía: debemos desconfiar de las imágenes, pues no muestran la verdad, sino que la encubren bajo la lógica de su propia espectacularización.

Harun Farocki y la crítica a la imagen como evidencia

El cineasta y teórico alemán Harun Farocki dedicó su obra a desmontar la aparente objetividad de las imágenes. En sus ensayos visuales, como Imágenes del mundo y epitafios de la guerra, analiza cómo la guerra y la vigilancia han modelado nuestra percepción de la realidad a través de la producción de imágenes diseñadas para controlar más que para informar. Su trabajo desentraña la relación entre la tecnología visual y el poder, mostrando que la imagen no es una representación neutra, sino un dispositivo que orienta la mirada de quien la consume.

Según Farocki, las imágenes de guerra no documentan la violencia, sino que la estetizan, convirtiéndola en un espectáculo digerible para la audiencia. Este fenómeno, que podemos ver en la cobertura mediática de los conflictos actuales, no solo anestesia la percepción del horror, sino que también lo normaliza, generando una especie de “consumo de la guerra” a través de pantallas. En este sentido, las imágenes no solo informan, sino que diseñan una coreografía donde las víctimas y los agresores se construyen según la conveniencia del discurso dominante.

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

La crítica de Farocki se encuentra con la visión de Guy Debord, quien en La sociedad del espectáculo señala que el mundo moderno ha reemplazado la experiencia directa por la imagen mediada. “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”, escribió Debord. La guerra, la política y la vida cotidiana no son ya acontecimientos, sino relatos construidos en función de su impacto visual y su capacidad de generar audiencia.

El periodismo de guerra, en este contexto, ya no se ocupa de informar, sino de producir imágenes memorables. La primacía del “en vivo” y del “impacto visual” ha reducido el análisis y la profundidad a un segundo plano, imponiendo una lógica donde lo que no se muestra, no existe. Las imágenes seleccionadas no solo construyen una versión parcial de la realidad, sino que determinan qué eventos son visibles y cuáles permanecen ocultos. Aquí, la guerra no es solo una disputa por el territorio físico, sino también por el territorio de la percepción: quien domina la imagen, domina la historia.

Jean Baudrillard y la simulación del acontecimiento

Jean Baudrillard llevó esta reflexión un paso más allá al plantear que en la era mediática no solo consumimos imágenes, sino que vivimos en una realidad completamente mediada por ellas. En La guerra del Golfo no ha tenido lugar, Baudrillard sostiene que la cobertura televisiva del conflicto convirtió la guerra en un simulacro: no veíamos la guerra, sino su representación diseñada para encajar en una narrativa cinematográfica.

Hoy, con el auge de redes sociales y la inmediatez de las plataformas digitales, esta simulación se ha radicalizado. La cobertura de la guerra en Ucrania, por ejemplo, ha convertido el conflicto en un relato interactivo donde se viralizan imágenes sin contexto, se fabrican héroes y villanos en tiempo real, y la opinión pública se construye en función de lo que se muestra y no de lo que realmente ocurre. En este escenario, la guerra deja de ser una confrontación militar para convertirse en una guerra de narrativas, donde la veracidad de las imágenes es irrelevante frente a su impacto emocional.

Hito Steyerl y la crisis de la imagen digital

Más recientemente, la teórica y artista Hito Steyerl ha analizado cómo la saturación de imágenes ha llevado a una crisis de significado. En su ensayo En caída libre: la imagen como cosa en sí, Steyerl argumenta que en la era digital las imágenes han perdido su capacidad de representar la realidad y han comenzado a operar de manera autónoma, descontextualizadas y manipuladas en función de los algoritmos de visibilidad.

Steyerl advierte que vivimos en un mundo donde las imágenes son generadas y distribuidas por sistemas automatizados, donde la verdad ya no es el criterio de validación de una imagen, sino su capacidad de viralización. La guerra mediática ya no es solo una disputa por la narrativa, sino una batalla de imágenes en un ecosistema donde la distorsión es la norma. En este sentido, el fenómeno del deepfake y la manipulación digital de imágenes refuerzan la idea de que no solo vivimos en una era de postverdad, sino en una era donde la imagen ya no es un documento, sino una herramienta de influencia masiva.

La posverdad y la imagen como arma política

Si la verdad ha sido desplazada por la imagen, entonces la política también ha sido absorbida por la lógica del espectáculo. Slavoj Žižek ha señalado que vivimos en un tiempo donde los discursos políticos se construyen más sobre la base de imágenes efectistas que sobre ideas concretas. En este contexto, los líderes políticos no necesitan hechos, sino imágenes impactantes que refuercen las emociones de sus audiencias. De este modo, la posverdad no es solo una crisis de la información, sino un síntoma de un sistema donde la política ha sido colonizada por la estética.

La imagen como campo de batalla

La transformación de las noticias en espectáculo es parte de un fenómeno más amplio donde la imagen ha reemplazado la verdad. Como advertían Farocki, Debord, Baudrillard, Steyerl y Žižek, la guerra de las imágenes no es solo una cuestión estética, sino una herramienta de poder que moldea la percepción de la realidad.

En este escenario, desconfiar de la imagen no es un acto de escepticismo vacío, sino una necesidad crítica para comprender el modo en que el mundo es construido, narrado y consumido. La pregunta ya no es si una imagen es real, sino quién la produce, con qué intención y bajo qué lógica de visibilidad. En la era del espectáculo, el desafío es recuperar la capacidad de ver más allá de lo que nos muestran y resistir la tentación de aceptar la imagen como verdad absoluta.

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