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La guerra de los sesgos: cuando el enemigo es el guión, no el otro

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En la Argentina actual —y en buena parte del mundo— pareciera que ya no discutimos ideas, sino relatos. Nos indignamos por titulares, compartimos indignaciones que nos llegan ya digeridas, defendemos causas que a veces no comprendemos del todo, pero que sentimos como propias porque refuerzan nuestra identidad de grupo. Las discusiones políticas se transformaron en peleas entre equipos rivales, no por convicciones profundas, sino por lealtades emocionales alimentadas por un sistema que necesita del enfrentamiento para funcionar. Basta con asomarse a cualquier red social o escuchar una charla familiar para notarlo: el desacuerdo no construye, solo divide.

Pero ¿qué estamos enfrentando realmente? ¿Al adversario político? ¿A una ideología opuesta? ¿O a una versión prearmada del otro que nos fue servida, cuidadosamente editada, desde los medios y redes?

El guión detrás de la información

Los medios de comunicación, lejos de ser solo vehículos de información, se han convertido en los principales guionistas del debate público. Cada canal, cada portal, cada cuenta de red social con alcance, construye su propia narrativa del país. Y nosotros, espectadores convertidos en protagonistas, repetimos esas líneas como si fueran propias.

No es novedad: las noticias ya no se informan, se editorializan. Se recortan, se ordenan y se titulan para que encajen en una trama de buenos y malos. Lo que importa no es la complejidad del hecho, sino cómo se alinea con la identidad de la audiencia.

Así se alimenta una dinámica peligrosa: la de los sesgos de confirmación. Vemos lo que queremos ver. Creemos lo que nos confirma lo que ya creemos. Y desconfiamos automáticamente de todo lo que provenga del “otro lado”.

La hemiplejía moral: ver sólo una mitad

José Ortega y Gasset advertía sobre los peligros de la «hemiplejía moral»: esa incapacidad de aplicar el mismo juicio ético a situaciones similares, dependiendo de quién sea el protagonista. En La rebelión de las masas, denunciaba este fenómeno como una de las principales formas de empobrecimiento del pensamiento colectivo. Lo que condenamos en el adversario, lo justificamos en los propios. Lo que criticamos ayer, lo defendemos hoy con otro color partidario.

Esta patología del pensamiento no nace de la maldad, sino de un sistema que premia la lealtad tribal por sobre la coherencia. Y ese sistema es reforzado a diario por medios que presentan la política como un espectáculo de enfrentamientos, donde lo importante no es la solución a los problemas sino la permanencia del conflicto.

El acuerdo invisible: cuando los políticos se cuidan entre ellos

Mientras tanto, tras bambalinas, la política real sucede con menos épica y más cálculo. Discursos encendidos en televisión, acuerdos silenciosos en el Congreso. Batallas tuiteras, pero guiños mutuos en los salones cerrados.

Porque si algo une a los protagonistas de esta supuesta guerra es el pacto tácito de que el sistema no se toca. Cambian los nombres, las caras y los slogans, pero las reglas del juego se mantienen.

Y en ese juego, el ciudadano común no es más que una ficha movida al ritmo de los titulares. La indignación se recicla, la polarización se regenera y el statu quo permanece intacto.

El verdadero enemigo: la narrativa que nos enfrenta

La guerra de los sesgos no es una guerra ideológica, sino una batalla por el control del sentido común. Nos enfrentan con discursos que simplifican, que dividen, que convierten a la política en un ejercicio de fidelidades ciegas.

El resultado es una sociedad cada vez más fracturada, donde la posibilidad de construir consensos básicos parece lejana. Donde la idea de un proyecto común es desplazada por la necesidad de ganar la discusión, aunque sea a gritos.

¿Y si rompemos el guión?

Quizás el mayor acto de rebeldía hoy sea dejar de repetir lo que nos dicen que pensemos. Dejar de consumir información como si fueran eslóganes publicitarios. Recuperar la capacidad de pensar por cuenta propia, de sospechar incluso de aquello con lo que estamos de acuerdo.

Porque mientras sigamos atrapados en esta guerra de sesgos, los únicos que pierden son los que todavía creen que la política puede servir para transformar la realidad.

Y los que ganan… ya sabemos quiénes son.

Bienvenidos a la Edición 02.

Esto es Fuga.

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