En un mundo donde lo real está sobreexpuesto, clasificado, verificado y normalizado, hay una forma de existencia que escapa a todos los filtros del sentido común. La realrealidad no se puede probar ni demostrar, pero se siente con una intensidad que desarma todo lo establecido. No es una hipérrealidad. Es algo más visceral, más grotesco y más espontáneo. Es la verdad que aparece cuando todo lo demás se calla. La verdad que no necesita permiso para irrumpir.
La realrealidad es un epifenómeno, una centella, una grieta en lo previsible. No se deja atrapar por la razón, ni se somete al juicio de la experiencia. Es la ruptura de toda forma establecida y al mismo tiempo, la aparición de un sentido nuevo, inesperado, pero ineludible. Llega cuando lo real fracasa. Cuando las palabras se agotan. Cuando lo ordinario se derrumba. Se manifiesta como intuición pura, como una suspensión del tiempo. Como si el universo quedara en pausa para mostrarte algo que hasta entonces no podías ver.
Guy de Maupassant escribió: «Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos sin mirarlo, todo lo que rezamos sin conocerlo… ¿tendrá efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables?» Esa es la pista. La realrealidad está hecha de lo que no miramos pero nos afecta. De lo que callamos pero nos transforma.
Frente a los otros: romper con la obediencia
La realrealidad aparece cuando lo que los otros esperan de nosotros ya no tiene sentido. Cuando algún cuerpo parlante de inducida razonabilidad intenta darnos un consejo o una orden en la que ni siquiera cree. Ahí, lo real que intenta imponerse no puede alcanzarnos. No nos sirve para nada. Nace una rebelión vital, egoísta si se quiere, pero necesaria: romper con la obediencia para preservar lo que somos. Es una forma de supervivencia. De dignidad.
En ese instante, la realrealidad es ineludible: se impone como lo único necesario. Se burla de los discursos, se desentiende de los saberes establecidos, desarma a los expertos. Puede ser cruel, pero nunca estéril. Todo lo que pretenda frenarla será derribado: es la urgencia hecha acción. Es ese momento en que lo que haga falta, sin importar qué, se vuelve indispensable. Insobornable. Urgente.
Frente a uno mismo: el abismo del yo
Pero también hay una realrealidad más difícil de alcanzar: la que nos enfrenta con nosotros mismos. Esa es la más cruel. No hay testigos ni refugios. Solo estamos nosotros, con nuestro propio silencio. Sin chance de escapar hacia los otros, sin excusas que ofrecer. Se trata de ser más uno mismo que nunca, sin adornos, sin ficciones. Lo que queda es lo que realmente somos. Y eso suele doler.
Es una experiencia de metamorfosis. No hay vuelta atrás. No hay forma de fingir. La realrealidad en esta instancia no negocia: exige una confrontación radical. Todo lo que creemos de nosotros se tambalea. Lo que éramos ya no es. Y lo que somos, apenas está empezando a nacer.
Frente a lo divino: lo que está más allá de lo posible
La realrealidad tiene un costado místico, pero no religioso. Revela que hay algo que escapa a la maquinaria de la época, algo que no se deja nombrar pero se hace sentir. Es una experiencia de fe en lo inverificable. Nos conecta con la posibilidad de otro mundo, con la certeza de que lo que se nos impone como real no es más que una construcción frágil.
Cuando aparece, se callan todos los ídolos, se apagan los aparatos de control, y algo verdaderamente humano se impone: lo humano como centro de lo humano. No hay religión que la capture, ni ciencia que la explique. Pero cuando sucede, algo se revela. Algo que estaba escondido y que ahora insiste y se impone como inevitabilidad.
Es ese momento clave donde todo parece derrumbarse, pero en realidad se está revelando la única manera en la que puede ser.
No es necesario que salgas de casa. Quédate en tu casa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate solo y en silencio. La realrealidad llegará a ti para hacerte desenmascarar. No puede dejar de hacerlo, se prosternará extática a tus pies.