por Catalina Cervantes.
Cómo el nacionalismo fanático y la incompetencia técnica destruyen países —y por qué Argentina no es la excepción
El chauvinismo, como forma extrema de patriotismo y nacionalismo, ha sido históricamente un motor de orgullo nacional, pero también un factor de autodestrucción en naciones que descuidaron sus fundamentos económicos. La clave es entender cómo la desconexión entre la exaltación nacionalista y las políticas económicas sustentables puede llevar a una crisis política y social.
En la historia de las naciones, hay dos fuerzas tan seductoras como letales: el chauvinismo —ese patriotismo desbordado que roza la ceguera ideológica— y la ignorancia económica, esa forma de analfabetismo funcional que transforma a cualquier gobierno en un tren fuera de control.
las naciones no se destruyen por falta de patriotismo, sino por un exceso de orgullo mal administrado y políticas económicas delirantes.
El culto a la bandera, sin cerebro económico, es pólvora
¿Quién fue Nicolas Chauvin? Un soldado fanático de Napoleón, tan devoto de la patria que se convirtió en símbolo del nacionalismo irracional. De ahí el término chauvinismo, hoy sinónimo de una forma de patriotismo estúpido y autodestructivo, que glorifica al país incluso cuando se está cayendo a pedazos.
Cuando ese chauvinismo se combina con la incompetencia económica, el resultado es siempre el mismo: colapso. No es una opinión, es historia pura.
Casos extremos de Estados suicidas
- Alemania del Kaiser (1914–1918): obsesión militarista, desprecio por la economía. Resultado: derrota, hiperinflación y caos social.
- URSS (1917–1991): chauvinismo estatal y planificación económica delirante. Resultado: estancamiento, corrupción estructural y colapso final.
- Japón imperial (1930s–1945): expansión militar fanática ignorando la economía interna. Resultado: bomba atómica y rendición incondicional.
En todos los casos: orgullo desmedido + decisiones económicas desconectadas = catástrofe nacional.
Chauvinismo el nuevo opio de los pueblos
Hoy, muchos países —incluyendo la Argentina— siguen repitiendo el mismo patrón:
- Patriotismo infantilizado: creer que todo el mundo nos envidia, mientras el país se hunde.
- Desprecio por el saber técnico: se elige relato sobre datos, emociones sobre análisis, slogans sobre presupuestos.
- Aislamiento económico autoinfligido: guerras comerciales, controles absurdos, sustitución de importaciones a los tiros.
El chauvinismo moderno no necesita uniformes militares, basta con discursos vacíos, apelaciones emocionales y políticas anti-mercado disfrazadas de “soberanía”.
Argentina: un caso de estudio en tiempo real
Argentina ha sido laboratorio de todos los errores posibles: controles de precios, expropiaciones ideológicas, default por orgullo, planes “patrióticos” que dinamitan la moneda, el crédito y la inversión. Todo esto, vendido como «modelo nacional».
Mientras tanto:
- Más del 50% de la población es pobre.
- La inflación pulveriza los ingresos.
- El sistema educativo forma más fanáticos que técnicos.
El chauvinismo argentino —esa convicción irracional de que somos especiales— ha sido arma de destrucción masiva. Y lo sigue siendo.
La patria no se salva con cánticos, sino con inteligencia
El futuro exige algo muy simple pero doloroso: menos relato, más cálculo.
Basta de adorar la bandera mientras se destruye la infraestructura. Basta de «soberanía» mientras se subsidia la miseria. Basta de repetir la palabra “nación” mientras se dinamita su economía.
El verdadero amor a la patria se mide en resultados, no en discursos.
Hasta que no entendamos que no hay grandeza sin solvencia, no hay soberanía sin moneda fuerte, y no hay justicia sin eficiencia, seguiremos viviendo bajo el imperio de la mentira patriótica.