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La democracia frente al espejo: la paradoja de la tolerancia

Publicado el

por José Mariano.

Hay una línea delgada entre convivir y rendirse. A veces se cruza en nombre de la tolerancia.

Karl Popper formuló la paradoja hace casi 80 años:

La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia.”
No lo dijo en Twitter ni desde la comodidad de un panel de televisión. Lo escribió después de haber visto cómo una sociedad democrática, educada y culturalmente sofisticada, toleró demasiado… y fue arrasada por la intolerancia hecha régimen.

Pero el problema no terminó ahí. Hoy la paradoja vuelve —con otros disfraces—: se cuela por los micrófonos, los titulares, los memes. Ya no grita con uniforme. Opina en voz baja, se ríe, pregunta “¿y si no fuera tan así?”, se victimiza.
El discurso intolerante aprendió a vestirse de pluralismo.
Y mientras eso sucede, los tolerantes aplauden su propia impotencia, celebrando una idea de libertad que ha perdido todo contenido.

La paradoja de la tolerancia no es teórica: es estructural.

Zygmunt Bauman decía que la modernidad líquida se caracteriza por disolver los límites, incluso los necesarios. Todo debe ser flexible: los roles, los géneros, las creencias, las narrativas. Pero el problema es que la intolerancia no es líquida: es rígida, disciplinaria, vertical.
Y cuando entra en un ecosistema líquido, no se adapta: lo endurece o lo rompe.

La antropología del poder nos advierte que las estructuras simbólicas sostienen el orden social. Claude Lévi-Strauss hablaba de los mitos como estabilizadores culturales. En nuestra época, los mitos ya no estabilizan: entretienen.
Y el mito de la “libertad de expresión” se ha convertido en el caballo de Troya de lo intolerable.

¿Qué pasa cuando los que odian tienen el mismo micrófono que los que piensan?
¿Qué sucede cuando el negacionismo ocupa el mismo espacio que la memoria?
¿O cuando el racismo, el machismo o el autoritarismo se expresan sin consecuencias, amparados en el supuesto pluralismo?

La libertad de expresión no es libertad de agresión.
Y la democracia no es un buffet donde todos sirven su plato y ya.
La democracia, como dijo Norberto Bobbio, es una cultura del límite. Y eso incluye ponerle un freno a lo que niega la convivencia.

Hoy se confunde censura con criterio.
Se acusa de autoritarios a quienes se atreven a marcar un límite ético.
Y mientras tanto, los intolerantes avanzan, organizan, reclutan, editan contenido y compran medios.

No es casual: es sistema.

No vamos a tolerar lo que existe solo para destruir.
No vamos a disfrazar de “opinión” lo que es una amenaza colectiva.
No vamos a mirar para otro lado cuando el odio se normaliza en nombre del algoritmo, la provocación o la supuesta libertad.

FUGA no tolera lo intolerable.
Y no lo hace por heroísmo, sino por una razón más simple:
porque queremos seguir siendo libres.

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