por Rodrigo Fernando Soriano.
El mundo se encuentra transitando momentos de mucha consternación por el fallecimiento de quien fue el Santo Padre Papa Francisco. Una persona que trascendió las fronteras de la religión para convertirse en un líder que pregonó la inclusión social en todo ámbito.
Atravesados por la Inteligencia Artificial el Papa Francisco se alzó como una de las voces más lúcidas y valientes para advertir que el problema no es la tecnología, sino el corazón humano que la guía. Lejos de un rechazo al progreso, su mirada abrazó la innovación, pero exigió que esta esté al servicio de la dignidad y no del descarte.
Francisco ha sido claro: ninguna máquina, por poderosa que sea, puede decidir sobre la vida o la libertad de una persona. Lo dijo ante los líderes del G7, lo reafirmó en la Rome Call for AI Ethics y lo gritó simbólicamente desde Hiroshima, donde pidió a las religiones del mundo unirse para evitar que los algoritmos se usen para oprimir, desinformar o matar.
Para el Papa, el gran desafío nunca estuvo en el código, sino en la conciencia. La IA puede ser una herramienta maravillosa si sirve al bien común, si no agranda la brecha entre los que tienen y los que no, si ayuda a curar, educar y unir. Pero si solo responde al lucro o a la eficiencia sin alma, corre el riesgo de reproducir una lógica fría, despersonalizada, en la que el otro se vuelve dato y no rostro.
Fue en este año, en Davos en 2025 donde reflexionó sobre la IA “como herramienta no solo para la cooperación, sino también para unir a los pueblos”. Afirmó que la inteligencia es un don de Dios y que la Iglesia siempre ha apoyado el avance científico y tecnológico cuando sirve al desarrollo humano. Pero advirtió que la IA plantea “preguntas y desafíos únicos”, al emular la creatividad y decisiones humanas a gran velocidad, lo que genera inquietudes sobre el papel de la humanidad, la crisis de la verdad en la esfera pública y la responsabilidad ética ante decisiones autónomas de las máquinas: “la IA… realiza una elección técnica… El ser humano, en cambio, no solo elige, sino que en su corazón es capaz de decidir”.
En un tiempo donde muchos se deslumbran con la potencia de los modelos, Francisco insistió en la sabiduría del corazón. Porque solo ese corazón, el mismo que siente compasión y busca la justicia, puede recordar que el verdadero progreso no es técnico sino humano. Y que por más que la IA aprenda a escribir, diagnosticar o incluso “pensar”, solo nosotros –con nuestra fragilidad y libertad– podemos decidir qué futuro queremos construir.