por José Mariano.
El poder más eficaz es aquel que no se siente como poder. Michel Foucault.
Nadie nos obliga a mostrar lo que desayunamos, a correr hacia un trabajo que nos desgasta o a exhibir una opinión urgente sobre cada tema del día. Lo hacemos solos. Orgullosos, incluso. Como si la exposición fuera la señal más clara de nuestra libertad.
Pero ¿qué pasa cuando la libertad se convierte en una jaula invisible, tejida con los hilos de nuestro propio deseo?
Vivimos en la era de la psicopolítica: ya no se gobierna mediante la represión evidente, sino cultivando emociones, modelando deseos, diseñando sueños. No hace falta prohibir. Basta con hacer que creamos que elegimos.
El celular vibra. Un like. Un comentario. Un recordatorio de que existimos para otros. No lo ignoramos: respondemos, participamos, nos medimos.
Cada interacción deja un rastro. Cada deseo expuesto es un dato. Cada emoción compartida es un producto. Y así, sin látigos ni censura, nos domesticamos.
Nos vigilamos a nosotros mismos.
Nos explotamos a nosotros mismos.
Nos disciplinamos a nosotros mismos.
Con alegría. Con entusiasmo. Con ansiedad.
El poder ya no ordena. Sugiere.
El control ya no prohíbe. Seduce.
La modernidad soñó con liberar al individuo de la opresión externa.
La posmodernidad perfeccionó el truco: trasladó la opresión al interior de cada uno.
Hoy somos nuestros propios jefes, nuestros propios vigilantes, nuestros propios verdugos.
Trabajamos fuera de horario «por vocación». Nos autoexigimos «para superarnos». Nos exhibimos «para construir nuestra marca personal».
La paradoja es brutal: mientras más libres nos sentimos, más obedientes somos.
Byung-Chul Han lo advirtió: el neoliberalismo emocional no necesita coerción. Basta con multiplicar las oportunidades de elección para crear esclavos felices.
Pero hay algo que todavía no pudieron arrebatarnos: la posibilidad de preguntarnos.
¿Quién decide qué deseamos? ¿Quién se beneficia de nuestros miedos, de nuestras urgencias, de nuestras inseguridades?
Preguntar no es un gesto romántico. Es un acto de ruptura.
En un mundo donde todos corren, detenerse a pensar es un acto de rebelión.
La libertad no es hacer lo que queremos.
Es saber de dónde vienen nuestros deseos.
Bienvenidos a la edición 07.
Esto es FUGA.