por Milagros Tamara Santillán “Moli”.
La sexualidad no se mide en conquistas, sino en la capacidad de habitarnos de forma genuina.
De niños, jugar era una manera natural de explorar el mundo. Nos disfrazábamos, imaginábamos, transformábamos cualquier objeto en una extensión de nuestro ser. A través del juego aprendimos a relacionarnos, a expresar deseos, a reconocer límites.
Pero en la adultez, muchas veces, relegamos ese espacio lúdico bajo la presión de la productividad, la prisa y las expectativas externas. Sin embargo, la necesidad de explorar, de sentir, de descubrir, sigue viva. Solo cambian los escenarios… y también los juguetes.
La sexualidad como un espacio de exploración consciente
La sexualidad no debería vivirse como una obligación ni como un mandato de rendimiento. Debería ser un espacio íntimo de descubrimiento, de disfrute genuino, de conexión real con uno mismo y con el otro.
Los juguetes sexuales, bien utilizados, pueden ser herramientas valiosas para este camino. No para «rendir» mejor, ni para acumular experiencias como trofeos, sino para conocernos, reconocer qué nos gusta, qué deseamos, y cómo queremos compartirlo.
Cuidarnos sigue siendo esencial: usar preservativo, higienizar correctamente los juguetes, elegir espacios y momentos seguros. No por miedo, sino por respeto propio. Porque el cuidado es también una forma de deseo.
Hacerlo divertido y sin apuro
Explorar el placer no debería ser una carrera ni una competencia. Cada cuerpo, cada historia, cada deseo tiene sus propios tiempos.
No hay apuro en el camino del autoconocimiento.
Y hacerlo divertido es parte del proceso: animarse a experimentar, a reírse, a sorprenderse, a improvisar.
El juego —entendido como curiosidad, como ligereza, como permiso para sentir— es una de las herramientas más poderosas para construir una sexualidad más libre y más auténtica.
Más opciones, más preguntas
Vivimos una época en la que la tecnología ofrece juguetes que vibran a distancia, que se controlan desde el teléfono, que simulan texturas y reacciones humanas. Pero más allá del objeto, lo importante sigue siendo la pregunta:
¿Qué quiero sentir? ¿Qué necesito? ¿Qué me conecta conmigo mismo y con el otro?
El crecimiento personal no está en la cantidad de estímulos, sino en la calidad del encuentro con nosotros mismos.
Volver al juego: un acto de resistencia amorosa
En un mundo que nos empuja al consumo rápido, a la exposición constante, al placer instantáneo pero superficial, tomarnos el tiempo para explorar nuestro propio deseo es un acto de amor propio y también de resistencia.
Animarnos a jugar, a sentir, a cuidar, a conocernos, es una forma de construir vínculos más conscientes, más humanos, más verdaderos.
La sexualidad no se mide en cantidad de conquistas ni en rendimientos, sino en la capacidad de habitarnos de forma genuina.
Y para eso, siempre estamos a tiempo de volver a jugar.