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Irán e Israel ya están en guerra

Publicado el

por María José Mazzocato. 

Mientras Israel e Irán protagonizan la escalada más violenta de las últimas décadas, la comunidad internacional parece haberse quedado sin palabras, sin gestos y sin vergüenza. La noche se enciende en Medio Oriente con una claridad oscura. Es el resplandor de los misiles, de los cielos partidos, de la gente que corre sin saber si llegarán a destino. Las alarmas suenan más fuerte que las declaraciones. Tel Aviv, Teherán, Jerusalén, Isfahán: puntos de un mapa cada vez más quebrado, cada vez más radioactivo. En el centro de este escenario, dos potencias regionales juegan su partida más peligrosa: Israel e Irán. Una guerra abierta. Un conflicto internacional. Y una comunidad global que observa de reojo, como si no supiera, como si no pudiera, como si no le importara.

Hace ya semanas que la tensión dejó de ser diplomática y pasó a ser militar. El intercambio de fuego directo, la caída de drones, el asesinato de comandantes, los ataques a embajadas, las amenazas nucleares. Cada día es un capítulo más de una historia que se está escribiendo con sangre. Y sin embargo, nada se detiene. Porque lo que se detuvo fue otra cosa: el sistema internacional, esa ficción de consensos que alguna vez se llamó “comunidad”.

¿Qué hace la ONU mientras estallan centrales militares? ¿Qué dicen los presidentes de las potencias nucleares mientras se nombra la palabra más temida —armamento atómico— con liviandad en cada comunicado? ¿Qué hace Europa más allá de sus gestos simbólicos y sus notas de prensa que piden “calma”? ¿Y Estados Unidos, tan rápido en declarar guerras preventivas en nombre de la democracia, tan lento en este caso para frenar una que se le viene encima?

La respuesta está en el silencio. Un silencio que no es pasividad sino complicidad. La guerra entre Israel e Irán no es un accidente: es una secuencia lógica de años de acumulación, de alianzas cruzadas, de operaciones encubiertas, de intervención extranjera. La diferencia es que ahora todo eso está a cielo abierto. Y no hay actor global que se atreva a intervenir de frente. Porque no se trata sólo de frenar misiles: se trata de enfrentarse con intereses económicos, con pactos energéticos, con lobbies religiosos y militares.

Se trata, también, de asumir que el orden internacional está roto. Que la palabra “legalidad” no tiene ningún peso cuando se trata de quién puede y quién no puede tener bombas atómicas. Israel, con un arsenal nuclear no declarado pero ampliamente sabido, nunca firmó el Tratado de No Proliferación. Irán, perseguido por sus desarrollos atómicos, ha sido objeto de inspecciones, sanciones y amenazas constantes. Dos potencias con poder destructivo real. Dos Estados con historias de intervención externa. Y un mundo que sigue debatiendo comunicados mientras las ciudades tiemblan.

Lo que ocurre entre Israel e Irán no es un conflicto más. Es una guerra sin declaración formal, pero con consecuencias formales. Porque hay civiles muertos. Hay hospitales colapsados. Hay zonas enteras militarizadas. Hay periodistas censurados. Hay pueblos que se arman. Hay refugiados que huyen. Hay niños que se acuestan en sótanos. Hay misiles que caen en plazas. Y hay un silencio diplomático que convierte todo eso en “situaciones”, “tensiones”, “eventos aislados”. Como si el lenguaje pudiera borrar los cuerpos.

Pero no es sólo el lenguaje. Es la actitud. La comodidad de la distancia. La excusa de la complejidad. La estrategia de esperar que todo pase. Porque mientras más se prolongue este conflicto, más naturalizado se vuelve. Y más margen tienen los gobiernos implicados para radicalizar posiciones sin costo político global. Nadie interviene. Nadie media. Nadie pone límites. Y así, lo que empezó como una cadena de represalias se convierte en una maquinaria que ya no distingue blanco de enemigo.

La guerra no es futura. Es presente. Y está mutando.

Y sin embargo, el mundo asiste con pasividad. No hay cumbres de emergencia, ni corredores humanitarios, ni iniciativas de diálogo. Ni siquiera se le llama por su nombre: esto es una guerra abierta, y no decirlo es parte de la renuncia internacional a intervenir.

La guerra entre Irán e Israel no es un conflicto regional más. Es la evidencia brutal de que, en el mundo de 2025, no hay fuerza que obligue a los Estados a sentarse a hablar cuando no quieren hacerlo. Y en esa ausencia, no solo se juega el destino de Medio Oriente, sino el del propio orden internacional.

9 COMENTARIOS

  1. Muy buena nota, ojalá no escale mucho más este conflicto. No me gusta que Argentina se esté involucrando tan directamente con uno de los bandos (ni con el otro)

  2. Excelente y durísima nota. Da escalofríos leer estas realidades tan horribles. Espero llegue ese mensaje lo antes posible a quienes se le dirige y cada quien desde su cotidianidad pueda dar su aporte desde la difusión e información.

  3. Argentina no debería involucrarse en un conflicto armado .Con Malvinas en único país que colaboro fue Perú todos los demás hicieron oídos sordos y Chile nos traicionó sigo sosteniendo está periodista es muy clara y está muy bien informada y de paso nos mantiene al tanto del conflicto Felicitaciones

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