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1984 o 2025

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por Enrico Colombres.

¿Y si un día te despertás y ya no sos libre? 

No con un tanque en la esquina, ni con un decreto en cadena nacional, sino con algo más sutil, más eficaz, más jodido. Una especie de jaula invisible con forma de aplicación, de protocolo, de seguridad, de discurso político, de excusa elegante para invadir tu privacidad mientras dormís, mientras hablás, mientras pensás.

Vivimos en una sociedad donde la idea de control ya no da miedo, da seguridad supuestamente, y eso es lo más peligroso. El poder aprendió que no hace falta reprimir cuando puede vigilar, no hace falta golpear cuando puede señalar, no hace falta matar cuando puede convertirte en sospechoso crónico. En una Argentina anestesiada por la apatía y el miedo, la ministra de Seguridad se convirtió en el ícono perfecto de esa vigilancia elegante, ese orden autoritario que no se grita, pero se ejecuta.

La ministra plantea un modelo donde la privacidad es vista como debilidad, donde lo íntimo se vuelve público, donde el ciudadano es primero observado, luego etiquetado y, más tarde, disciplinado. Todo en nombre del bien común, claro, porque si es por tu bien, entonces vale todo. Y ahí está el problema: cuando el Estado deja de tener límites, se convierte en el único delincuente con licencia.

Pero no hace falta ir a la filosofía ni a los libros viejos, alcanzaría con leer la Constitución Nacional y detenerse en el artículo 19, que dice que “las acciones privadas de los hombres que no ofendan al orden ni a la moral pública ni perjudiquen a terceros están exentas de la autoridad de los magistrados”. ¿Y entonces qué parte no entendieron? ¿Qué parte no entiende la ministra cuando plantea sistemas de control biométrico, redes de vigilancia masiva, intervenciones digitales sin orden judicial? ¿Qué parte no entendés vos cuando aplaudís porque sentís que eso te va a proteger?

No se trata de defender al delincuente, sino de defender tu humanidad, porque hoy es un software que identifica caras, mañana es un algoritmo que anticipa comportamientos y, pasado, es una base de datos que define si sos una amenaza o no. Y todo eso sin que hayas hecho nada, sin que nadie lo revise, sin que puedas defenderte. ¿Y si el Estado se equivoca? ¿Y si el sistema decide que sos culpable por estadística? ¿Quién te salva?

El fruto del árbol envenenado, así lo llama la doctrina jurídica cuando se obtiene una prueba violando derechos. Si la raíz está podrida, lo que nace de ella también, y, por lo tanto, no sirve como prueba. Pero, entre tanto, vas a estar en cana, privado de tu libertad. ¡Qué irónico! No importa si encontraron algo, si entraron sin orden, si espiaron sin permiso, si vulneraron tu privacidad, esa información es ilegal. Pero en este nuevo modelo de seguridad, eso ya no importa, porque todo vale si el objetivo es garantizar el orden, aunque en el camino destruyan tu libertad.

Entonces surge la pregunta real: hasta dónde puede llegar el Estado sin transformarse en una maquinaria que devora personas, hasta cuándo vas a permitir que lo público se trague lo privado, que lo correcto se vuelva sospechoso, que lo individual se disuelva en una masa monitoreada por quién sabe quién.

Mientras te dicen que es para cuidarte, vos vas cediendo tu autonomía con cada nueva cámara, con cada nueva aplicación, con cada nueva política de control. Aceptás que te rastreen, que te escuchen, que te midan. Aceptás convertirte en ficha de una base de datos más, en un sistema que no duerme, que no olvida, que no perdona.

Y lo más grave es que no hay militares ni dictadores, hay democracia y urnas y discursos en horario central, donde se habla de valores mientras se violan principios, donde se habla de seguridad mientras se pisotea el derecho a la intimidad, donde se habla de libertad mientras se fabrica obediencia.

¿Y vos qué hacés? Mientras te transforman en un número, mientras tus movimientos son leídos antes de que los hagas, mientras tus pensamientos ya son inferencias probabilísticas de una planilla, vos mirás para otro lado y pensás que no es con vos la cosa, que total no tenés nada que ocultar, pensás que si no hacés nada malo no hay por qué preocuparse, como si ser inocente alcanzara en un país donde ya no hace falta probar nada para ser marcado.

El límite ya no es la ley, es tu tolerancia. El límite será hasta dónde vas a permitir que te anulen en nombre del bien común. Ese límite es tu dignidad, porque cuando todo es observado, todo es sospechoso, y cuando todo es sospechoso, nadie es libre.

Y ahora aparece un espejo literario brutal, una profecía hecha realidad, escrita en 1949 por George Orwell, cuando imaginó un Estado que lo controlaba todo y lo justificaba todo. En 1984, el Ministerio del Pensamiento era el encargado de controlar lo que se podía decir, pensar, escribir, recordar o soñar. “El Ministerio del Amor se encargaba de mantener la ley y el orden, pero era el lugar más temido de todos, porque no se limitaba a castigar sino a reeducar”, decía Orwell en un pasaje escalofriante. Y uno no puede evitar pensar en la dictadura argentina, en ese Estado terrorista que secuestraba, torturaba y desaparecía en nombre del orden nacional, de la seguridad, del bien común. La diferencia es que hoy no usan pasamontañas ni centros clandestinos. Hoy usan cámaras, formularios, apps y la indiferencia generalizada como coartada moral.

La ministra cree que puede garantizar el orden convirtiendo a todos en potenciales enemigos, instalando una lógica de sospecha permanente, una paranoia de Estado. Pero el verdadero enemigo es la indiferencia, es la resignación, es esa voz que te dice que no vale la pena luchar por la privacidad, que eso es cosa del pasado y hoy el mundo está globalizado.

Y si no reaccionás ahora, si no entendés que la libertad no se pierde de golpe sino de a poco, si no frenás este modelo de vigilancia total que se disfraza de protección, entonces no sos ciudadano, sos rehén.

No me digas que te preocupa la inseguridad si no te preocupa que te controlen hasta el sueño. No me digas que defendés la democracia si aplaudís cuando el Estado te mete la mano en el bolsillo digital sin orden judicial. No me digas que sos libre si ni siquiera sabés quién está mirando ahora mismo tu teléfono celular sin que lo sepas.

La pregunta es clara: o sos persona libre o sos un número, un dato x. Ciudadano, si no, no sos ni libre ni funcional.

No hay excusas, no hay neutralidad, no hay más tiempo para hacerse el sota.

Y si esto te incomoda, si te molesta, si te hace ruido, mucho mejor, porque eso significa que todavía queda algo de humano no digitalizado en vos, algo que no fue reemplazado por una aplicación de control algorítmica, algo que vale la pena defender, algo que grita “basta” en un susurro adentro tuyo.

Usalo bien, porque si no lo hacés, entonces no te quejes cuando te acusen, cuando te investiguen, cuando te señalen sin pruebas, porque vos lo permitiste, y eso sí que es imperdonable para un ser humano que quiere vivir en libertad.

 

4 COMENTARIOS

  1. En línea también con el control de los trabajadores con cámaras y sistemas que evalúan su rendimiento… habría que analizar así de detalladamente las ganancias que tienen los empleadores, para los sueldos que pagan

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