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Mito y tragedia de la esperanza argentina

Publicado el

por Ian Turowski. 

La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.

Friedrich Nietzsche.

En la historia reciente de nuestro país, podemos observar cómo la Argentina atraviesa cíclicamente estadios de crisis profundas cada 15 o 20 años. Los argentinos sufrimos inestabilidad en todos los ámbitos de la vida. Si tomamos como punto de partida la vuelta de Perón en 1973, podemos ver cómo cada proceso de ebullición política, económica y social necesitó de un mesías salvador que prometiera orden y devolviera “la esperanza”.

Tras la muerte de Perón, llegó el golpe militar. El enfrentamiento armado entre grupos revolucionarios y las Fuerzas Armadas coronó el baño de sangre con una guerra absurda. Ese período nefasto desembocó en 1983 en el regreso de la democracia. Volvimos a ilusionarnos con el país y creímos nuevamente. Pero no pasó mucho tiempo hasta que el gobierno estalló y el eterno fantasma de la inflación y la crisis social volvió a azotarnos. Menem llegó prometiendo que no nos iba a defraudar y, sí, volvimos a esperanzarnos. La convertibilidad nos llevó al cielo a bordo de una nube rosa llamada “uno a uno”.

En 2001 explotó por el aire nuevamente, y la esperanza esta vez se fue en helicóptero, dejándonos hundidos en la crisis más pronunciada de las últimas tres décadas. La fragilidad institucional de ese momento fue realmente impactante: presidentes desfilaban por el sillón de Rivadavia cada cinco minutos, abandonando el barco. Luego llegaron los Kirchner y Macri. Salvando las distancias, fueron más de lo mismo. El último mandato kirchnerista, del cual Cristina y Alberto hoy pretenden desentenderse, nos dejó al borde del estallido social, con los índices económicos, de pobreza e indigencia más alarmantes en años.

¿Y qué ocurrió? Apareció Milei, ganó la presidencia y, otra vez, en la calle se volvió a escuchar: “El presidente nos devolvió la esperanza”. Con este gobierno, una vez más, nos volvimos a esperanzar con el país.

Esto demuestra que, en la Argentina, la esperanza funciona como una moda. No como algo que se pone de moda, sino cómo las modas viejas que, con el tiempo, vuelven a ser tendencia. Pareciera que necesitamos ser vapuleados por la clase política durante dos décadas para, recién entonces, decir basta y buscar a alguien en quién depositar nuestra angustia y sufrimiento. Pero es una esperanza vacía, un opio que consumimos como anestesia popular. Porque no está sostenida en valores ni en proyectos de país. Es una esperanza que se diluye con el tiempo, se transforma en desencanto, luego en bronca, y finalmente en hastío y repudio.

¿Por qué nos pasa esto? Porque no tenemos una identidad constituida en ideales y valores. Nuestra identidad está formada por elementos folclóricos como el mate, el asado o el dulce de leche, y por figuras mitificadas como Gardel, el Diego o Messi, elevadas como estandartes de la argentinidad ante el mundo. No nos reconocemos como argentinos a través de valores y conceptos abstractos que den marco a la dinámica de un país en el tiempo.

Mientras nuestra construcción de identidad siga siendo esa, estamos condenados a seguir consumiendo esperanzas vacías.

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