por Rodrigo Fernando Soriano.
No será una columna política. No pretende serlo. Sino una advertencia para todo aquel que haga uso de su derecho al sufragio ya que su elección se basa en un principio básico: libertad. Claro, no hay estrategia política sin cálculo. Y en la era de los algoritmos, el cálculo se volvió más preciso que nunca, aunque también más vil. Las campañas electorales han dejado de apelar exclusivamente a la racionalidad del votante, para volverse entrenamientos de percepción diseñados por inteligencia artificial. En este nuevo escenario, el mensaje no busca convencer: busca activar. No intenta argumentar: intenta viralizar. Me explico:
Un concepto que se coló en nuestra vida diaria sin pedir permiso es el de “algoritmo”. Lo usamos como si lo entendiéramos, pero la mayoría de las veces no sabemos exactamente de qué hablamos. No existe una definición acabada, pero sí algunas aproximaciones que nos iluminan. Donald Knuth, considerado el padre del algoritmo, los describe como procedimientos finitos, bien definidos y efectivos que, partiendo de ciertos datos iniciales, producen un resultado deseado. Thomas H. Cormen, en cambio, los define como un conjunto de instrucciones que siempre conducen a un resultado. A mí me gusta pensarlos como recetas de cocina: cada tantos gramos de harina, se necesita un porcentaje específico de agua para lograr el pan deseado. El problema es que hoy ese pan es nuestra atención, y peor aún, nuestra decisión.
Los algoritmos nos manipulan la realidad. Ya lo he dicho en entregas anteriores de este semanario FUGA: son intermediarios de voluntad. Nos muestran lo que ellos quieren que veamos. Si partimos de la premisa que la tecnología no es sólo una herramienta del presente, sino una fuerza que define qué tipo de futuro podemos imaginar, entonces la pregunta no es sólo qué hacen los algoritmos con nosotros, sino qué hacen con nuestra capacidad de proyectar alternativas. Qué ideas nos dejan fuera del campo visual. Qué otras formas de vida censuran antes de que siquiera las soñemos.
Joan Cwaik —con quien comparto visión— lo dice sin rodeos: los algoritmos no son simplemente líneas de código con datos. Son verdaderos arquitectos de nuestra cosmovisión, quizá incluso los auténticos dueños del siglo XXI. Si una idea no es compatible con la lógica algorítmica, queda afuera. Si un discurso no se presta a la interacción (engagment), muere antes de nacer.
Y en este mundo donde lo que no se ve no existe, Javier Milei (analizado a éste como un fenómeno político) entendió la jugada con precisión milimétrica. Su irrupción en la política argentina no puede analizarse al margen de la lógica de las redes. Milei no fue sólo un candidato: fue un producto hecho a medida para el ecosistema de la viralidad. Cada grito, cada insulto, cada exabrupto funcionaba como una chispa en la pólvora de los algoritmos. Lo que en otro tiempo hubiera sido un límite del debate político, hoy es un trampolín hacia la tendencia.
Viralidad y política se abrazaron con fuerza. Pero no es un fenómeno nuevo. En India, en 2018, WhatsApp tuvo que restringir el reenvío de mensajes luego de que una fake news viral desencadenara un linchamiento con un saldo de 20 muertes. La viralidad puede matar, literalmente. Pero sigue siendo premiada por las plataformas. Porque cada clic deja una huella, cada segundo de reproducción alimenta el sistema. Cada gesto digital es una confesión, y nuestro hábito en línea se convierte en materia prima de futuras manipulaciones.
Cuando Jeremy Bentham imaginó el panóptico, pensaba en una torre de vigilancia capaz de ver sin ser vista. Hoy, ese control ya no es físico ni visible. Se volvió sutil, atmosférico. Lo que está en juego no es sólo lo que hacemos, sino lo que pensamos que queremos hacer. Nos sentimos libres, pero nuestras elecciones están condicionadas por estímulos que no controlamos. Creemos controlar lo que está a nuestro alcance, pero en realidad alcanzamos porque se nos dispone lo alcanzable en nuestras manos.
Las plataformas saben cuánto tiempo miramos un video, en qué parte dejamos de leer una noticia, qué palabras detonan nuestra atención. Lamentablemente —aunque también objetivamente—, lo que más retiene nuestra mirada es el odio. Los videos de odio son los más compartidos. No porque queramos odiar, sino porque los algoritmos aprendieron que eso nos activa. Entonces los políticos deben regular su discurso, no según la Constitución ni los valores republicanos, sino según los parámetros del algoritmo.
Un video institucional no se viraliza. Un insulto, sí. Una propuesta reflexiva no genera reacciones. Una amenaza, sí. El éxito de una campaña política se mide hoy en su capacidad de convertirse en contenido. No importa si el contenido es veraz o justo, sino si es viralizable. Y en esa lógica, el discurso de odio no es un exceso, sino una estrategia.
Como advertía Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Pero en esta época, deberíamos agregar: los límites de nuestro lenguaje están siendo dibujados por una lógica que no elegimos, sino que nos elige. Y esa lógica tiene nombre, aunque no sepamos definirlo bien: algoritmo.
Gracias por leer la nota! Me encantaría que me digas que te pasó, que pensaste, si estas de acuerdo 🤗🤗
Es preocupante el nivel de violencia que hay en la sociedad y no es casualidad que las redes lo fomenten. Ahora, existe posibilidad de cambiar el algoritmo para que cada vez muestre cosas diferentes?
Gracias Noelia! Es muy difícil porque el algoritmo devora. Es implacable. Lo que pretende mostrarse, seguramente te será mostrado. Aunque hay maneras como ser desintoxicarse de redes, restringir lo que nos gusta, darle likes a lo que si. Gracias!
Muy bueno 👏🏻👏🏻. Algo tan cierto y poco ensañado. En otras épocas nos manipulaban por ejemplo con la religión. En esta el algoritmo… Cada uno de nosotros tendrá que saber distinguir para tomar elecciones correctas. En este punto la educación, juega un papel súper importante. Excelente nota.
Gracias por tu comentario Alejandro! Es cierto, la educación es un eje central en este tema.
Excelente nota como siempre , Rodrigo . Desnuda una situación “real” aterradora . Nos permite ilustrarnos sobre la gran manipulación humana a la q estamos sometidos . Cómo se sale de esto ? Gracias
Gracias Ro! Siempre tan amable. Es una salida difícil. Ojalá se activen mecanismo para facilitarnos moldear el algoritmo según nuestras necesidades
A mí modo de entender, la IA es la muestra más acabada del pensamiento de dominación que nació con Watson, Skinner y Pavlov. El Algoritmo manipula nuestra percepción de la realidad, no la realidad, busca esclavizar nuestro Libre Albedrío, disciplinando y direccionando las futuras decisiones. Cómo bien lo explicabas, este algoritmo, profundiza la cultura del odio, identifica el descontento y el rencor, direccionandolo hacia un fin determinado, como fué la elección del actual Presidente.
Excelente nota Rodrigo, cómo siempre.
Muchas gracias Jorge! Es interesante lo que planteas. Por supuesto, lo seguimos charlando en persona
Excelente análisis.
Creo que lo más cruel de quien programa el algoritmo (porque el algoritmo no es bueno ni malo por si mismo), es que hoy, en el plano político, se funda en el odio, en la bronca, en fin, apunta a la pasión.
Es notable ver como empleando el mismo, por ejemplo, muchos senadores y diputados, en los debates parlamemtarios, dicen frases fuertes, muchas veces sin contenido real y despegadas totalmente del tema que se está tratando, con el único fin de que un colaborador lo grabe y luego ese fragmento sea subido a las redes y alimente al algoritmo.
Lo más grave, es que funciona porque, hay que decirlo, también estamos frente a una sociedad más fácil de manipular.
La búsqueda del clip. Exactamente eso!!
Excelente Rodrigo!!!
Gracias Mario!
Imprescindible tu sostenido aporte semana tras semanas en tus columnas Rodri, es sumamente necesario hablar sobre estos temas y vos lo haces con una gran claridad.
Muchas gracias José! La revista FUGA esta para eso. Exponer aunque incomode
Gran nota estimado amigo! Saludos.
Gracias Majo!
«Nos sentimos libres, pero nuestras elecciones están condicionadas por estímulos que no controlamos. Creemos controlar lo que está a nuestro alcance, pero en realidad alcanzamos porque se nos dispone lo alcanzable en nuestras manos.»
Conocerán la Verdad y la Verdad los hará libres…!! (dijo Jesús, discutiendo con los religiosos de su época).
No creo que se pueda «condicionar al punto de controlar» a una persona reflexiva en condiciones de libertad. Se puede «tratar de influir o direccionar su atención», hace muchos años se vive eso y con las redes se exacerba. Pero aunque suene gracioso o viral, cualquier persona reflexiva ve que nuestro presidente es un reverendo maleducado, con muchos problemas personales sin resolver, y sin el menor sentido de compasión por el mas necesitado. No importa cuanto se viralice un insulto o una agresión cambiando un apellido. Sigue siendo un irrespetuoso maleducado, y es triste verlo en alguien que llegó a ser Presidente de un pais.
Espero que hayamos aprendido algo como sociedad y que aparezcan opciones mas sanas para el futuro.
Muy buena la nota..!! Gracias por llevarnos a reflexionar…!!
Muchas gracias!
Excelente la nota. Agregaria una preocupacion que me atraviesa diariamente…los cambios siempre vienen de la mano de quien piensa distinto…si todos vamos siendo dirigidos inconscientemente hacia una direccion que únicamente refuerza mi pensamiento ….qué aprendizaje puedo incorporar, qué cambio se puede producir?