por Ian Turowski.
«La moda nos engaña, parece congelada, un siglo con la misma canción
no dice nada»
Isabel – Ratones Paranoicos (1993)
En otro tiempo, lo aparente era apenas una superficie, un velo frágil que perecía ante lo verdadero. Hoy, en cambio, la apariencia ya no oculta, sino que define, es la protagonista que acaparo los flashes, pantallas y temas de conversación. Se ha convertido en sustancia. Ya no es lo que parece, sino lo que es. La cultura ha desplazado su eje desde el fondo hacia la forma, desde el ser hacia el parecer. Y en ese desplazamiento, el ser ha quedado atrapado en una versión desdibujada, despersonalizada y reducida de sí mismo.
En una época donde la existencia se mide por visibilidad, y el valor de una acción no radica en su profundidad, sino en su exposición. La vida ha sido envuelta en papel de regalo, frágil, vacío, perfectamente ornamentado. La masa ya no se rebela ni se pregunta; juega a ser estrella, simula vivir entre lujos y alimenta ficciones diarias vacías. El problema no es mostrar, sino haber confundido el mostrar con el vivir. El simulacro ha ocupado el lugar de la experiencia.
La espontaneidad, ese impulso vital que surgía sin cálculo ni objetivo, ha sido sofocada por la repetición de gestos y poses ya sabidas. Todo parece una copia sin origen. La intimidad —último refugio de lo genuino— pende de un hilo. No porque alguien la robe, sino porque ya casi nadie la desea. En lugar de interioridad, elegimos superficie. la mascara ha tomando posesión de la dinámica social, estéril, de frutos que maduran secos.
Culturalmente hemos retrocedido. El talento, que implicaba disciplina, búsqueda y tiempo, ha sido sustituido por la inmediatez del efecto. La capacidad fue reemplazada por la pantomima, el esfuerzo por la búsqueda de aprobación, la destreza por la pose ficticia. Y lo más inquietante es que esta transformación no se impone a la fuerza, sino que es aceptada con una sonrisa multiplicadora de estupidez. la complaciente obsecuencia nos muestra, como seres de bien. Calificados y diestros dentro de una estructura social increíblemente chupamedias. Como si no se tratara de una pérdida, sino de un avance. Como si despojarnos de nuestro proceso individual ante el otro fuera parte del progreso.
Podría decirse, sin ironía, que los terraplanistas tienen razón, al menos desde esta perspectiva. El mundo, efectivamente, se ha vuelto plano, chato. Ya no hay profundidad, ni misterio, ni margen para lo oculto o lo inacabado. no hay accidentes geográficos que sortear.
Todo debe estar disponible, visible, resuelto. Vivimos en la superficie de las cosas, en una cultura que ha dejado de girar en torno a preguntas esenciales para orbitar, exclusivamente, alrededor de sus propias formas inertes.
En este paisaje, la tragedia no es la apariencia en sí, sino su triunfo absoluto. No es que hayamos dejado de ser, es que ahora el ser es apariencia. Y cuando la maquina de humo se apague quedara la nada misma, no el vacío que genera angustia y motiva al acto trasformador, si no la nada… la ausencia de esencia y sustancia.
VER PARA CREER…
Querido Ian excelente apreciación, muy concreto y revelador! gran punto de vista! un abrazo.
Tu texto es un espejo incómodo Ian. Y por eso es necesario. Vivimos rodeados de gestos huecos, de poses heredadas, de biografías inventadas al ritmo del algoritmo. Pero vos clavás el bisturí donde duele, la tragedia no es la máscara, sino que ya nadie desea quitársela. Gracias por nombrar lo que muchos sienten y pocos dicen. Este texto no es una advertencia, es una radiografía.
La verdad excelente nota muy buena muy llamativa muy bueno felicidades Ian
Ian muy interesante tu artículo, invita a una reflexión.La apariencia cobró un alto protagonismo .Hoy vivimos como.en una gran vidriera donde nada queda oculto..y donde se confunde con la vida misma.Asi la espontaneidad y el momentismo es aceptado sin resistencia alguna de modo complaciente.Sin medir las consecuencias de caer ,sin cuestionamientos en la nada absoluta.