Por Rocío Barbieri.
Vivimos en una época en la que la simulación ha sustituido a lo real.
Jean Baudrillard.
Imaginá que un día te despertás y descubrís que nada de lo que creés poseer es realmente tuyo. ¿Te parecería un escenario de película estilo Matrix? Bueno, veamos.
Los libros digitales que leés en Kindle, las cuentas que creaste en redes sociales como Instagram y TikTok, los programas que usás en el trabajo como Microsoft o Adobe, la información, fotos y videos que guardás en “la nube” de Google o iCloud, los videojuegos que compraste en PlayStation… Todo aquello que creemos poseer en el entorno digital no es absolutamente “nuestro”. En la mayoría de los casos, solo tenemos un derecho de acceso temporal, bajo determinadas condiciones que no controlamos ni negociamos.
Este paradigma no es un mero detalle teórico, sino que implica un verdadero cambio en la forma en que entendemos la propiedad. Durante siglos, el concepto jurídico clásico de propiedad se fundó en la idea de los derechos reales: un derecho absoluto, exclusivo, perpetuo, que otorga a su propietario la facultad de usar, gozar y disponer de la cosa, pudiendo excluir a cualquier tercero. Junto a ello, los derechos sobre las cosas se encontraban representados por la posesión física del bien. Pero esto, sin dudas, ya no es tan simple.
En las últimas décadas, los veloces cambios tecnológicos y culturales han transformado esta visión clásica. Hoy, gran parte de lo que consumimos no lo poseemos en sentido estricto, sino que solo lo utilizamos bajo licencias o servicios temporales. Ya no compramos discos, sino que pagamos por escuchar música en streaming. No adquirimos películas, sino que accedemos a catálogos digitales. ¿Le prestaste atención alguna vez al cartel de “pronto se va” que aparece en algunas películas de Netflix? Ese simple aviso refleja que el usuario no tiene posibilidad alguna de conservar el contenido cuando la plataforma decide retirarlo.
Este nuevo modelo es el reflejo de nuestra relación con los bienes en el entorno digital. Como usuarios, nuestros derechos se vuelven condicionados y revocables, sujetos a términos y condiciones impuestos por entidades que ya no son los Estados, sino compañías que crean sus propias reglas y regulan ese derecho de acceso. Ellas tienen la potestad de modificar las reglas, limitar funcionalidades o retirar servicios.
La transformación del concepto de propiedad es el espejo de todo el ecosistema digital: un mundo donde el usuario tiene cada vez menos control real sobre lo que consume o almacena, mientras quienes diseñan y administran estas plataformas concentran un gran poder. Quizás la pregunta ya no sea qué poseemos, sino qué podemos realmente controlar en un mundo en el que casi todo depende de estructuras externas. Tal vez la verdadera propiedad hoy no pase por acumular bienes, sino por comprender las reglas del juego y elegir cómo queremos participar en él.
hola muy buen artoculo que kme hace pensar y repensar cuestiones en la a veces no me doy cuenta de que ya estoy inmerso