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El monstruo intelectual de Occidente

Publicado el

Por María José Mazzocato.

El choque de civilizaciones no fue teoría: fue el disfraz académico de un miedo demasiado viejo, el miedo a lo distinto.

En los noventa, mientras Francis Fukuyama vendía el “fin de la historia”, Samuel Huntington instalaba otra idea: que el futuro no sería de consensos ideológicos, sino de conflictos culturales. Que Occidente ya no se enfrentaría a comunistas, sino a “otras civilizaciones”. La Guerra Fría había terminado, pero el relato de un enemigo persistía. Fukuyama prometía un mundo que convergería en la democracia liberal y el capitalismo. Huntington, en cambio, aseguraba que lo que se venía era choque, confrontación, incompatibilidad. Dos profetas para un mismo imperio: uno ofreciendo triunfo, el otro justificando miedo.

El “choque de civilizaciones” fue la coartada académica para decir que la diferencia es amenaza. Bajo ese barniz, Huntington convirtió la diversidad del mundo en un problema a controlar. Los grandes conflictos actuales no son solo guerras, son espejos de nuestra incomodidad. Israel y Palestina nos incomodan porque no sabemos leerlos más allá de la lógica de aliados y enemigos. Ucrania nos incomoda porque desafía la narrativa de un mundo ordenado bajo Occidente. África nos incomoda porque preferimos reducir su complejidad a etiquetas de caos, porque no podemos hablar de ellos sin pensar en colonialismo. Medio Oriente nos incomoda porque su religiosidad contradice nuestra idea de secularización universal. América Latina nos incomoda porque nunca encaja del todo en los manuales.

La reacción es siempre igual: cuando algo no entra en el molde, lo declaramos irracional, autoritario o ingobernable. Lo distinto no se piensa: se clasifica como problema.

Huntington no estaba describiendo al mundo; en realidad estaba describiendo un miedo. El miedo de Occidente a dejar de ser el centro, a perder el rol de árbitro global. Su “choque de civilizaciones” fue, más que teoría, una confesión: la de no soportar que existan formas de vida que no nos imiten.

Ese miedo, vestido de argumento académico, se convirtió en profecía autocumplida. Si llamás a la diferencia “amenaza”, tarde o temprano vas a tratarla como tal. Y así ocurrió: tras el 11 de septiembre de 2001, la retórica del choque sirvió para legitimar invasiones, bombardeos y políticas de seguridad global. Huntington no predijo el futuro: lo escribió como libreto. Su esquema binario —Occidente contra Islam, democracia contra autoritarismo, orden contra caos— se convirtió en justificación práctica del intervencionismo.

No fue el único en desenmascarar ese juego. Edward Said lo había señalado en Orientalismo: Occidente fabrica a su “otro” como exótico, atrasado o amenazante para reafirmar su centralidad. Huntington fue la actualización académica de ese mecanismo. Donde Said hablaba de literatura colonial, Huntington habló de geopolítica. Pero el truco fue el mismo: convertir la diferencia en un espejo deformado.

Esa caricatura es funcional al poder. Porque si el mundo está dividido en civilizaciones que chocan, cada intervención, sanción o guerra se justifica como defensa. No se hizo ciencia: se disfrazó la política de teoría. Como escribió Derrida, el verdadero desafío no es soportar la diferencia como tolerancia mínima, sino asumirla como hospitalidad radical. Huntington, en cambio, cerró la puerta: donde hay diversidad, vio amenaza; donde había posibilidad de diálogo, imaginó trincheras.

En América Latina lo sufrimos doblemente. Nos miran con lentes ajenos y, encima, nosotros mismos aprendimos a usarlos. Las teorías anglosajonas dominan la formación en relaciones internacionales como si fueran universales. Terminamos aplicando esas categorías para analizar realidades que jamás encajan en ellas. El resultado es que reproducimos una visión que nunca nos tuvo en cuenta. Desde los manuales universitarios hasta los informes de consultoras globales, seguimos hablando un idioma que nos coloca como periferia de un centro ajeno.

El problema no es solo académico. En la política argentina, cada vez que se invoca la necesidad de “insertarnos en el mundo”, lo que se está diciendo es que debemos encajar en ese mapa dibujado por otros. Como si nuestra historia, nuestros conflictos, nuestras contradicciones fueran meras anomalías que hay que corregir para pertenecer. Y así, América Latina queda siempre atrapada en la incomodidad: demasiado occidental para ser otra civilización, demasiado distinta para ser plenamente Occidente.

Huntington no fue profeta: fue ventrílocuo del malestar occidental. Puso voz al temor de una civilización que no soporta perder protagonismo. Su “choque” no es diagnóstico: es un disfraz. Y ese disfraz sigue operando. Cada vez que escuchamos discursos sobre “defender nuestra civilización” o “proteger el orden internacional”, ahí está Huntington sosteniendo el guion.

El verdadero conflicto no está entre civilizaciones, sino entre una mirada eurocéntrica que convierte lo distinto en amenaza y un mundo que ya no cabe en esa camisa de fuerza.

La pregunta es incómoda: ¿seguiremos repitiendo la teoría de Huntington como si fuera una explicación neutral? ¿O tendremos el coraje de pensar desde otras categorías, reconociendo que la diferencia no es un choque, sino la condición misma de la vida en común?

Porque, al final, el “choque de civilizaciones” es la mentira más elegante de Occidente: el disfraz teórico de un miedo demasiado viejo. El miedo a lo distinto. El miedo a dejar de ser el centro. Y ese miedo, si no lo desmontamos, seguirá dictando guerras bajo la excusa de la ciencia.

No es solo un error académico: es un monstruo intelectual. Y los monstruos no se ignoran ni se maquillan; se enfrentan cara a cara, hasta que dejan de asustar.

5 COMENTARIOS

  1. María José, tu enfoque me resultó profundamente esclarecedor. Me sorprendió cómo lográs mostrar que el choque de civilizaciones opera más como un reflejo de los temores y ansiedades de Occidente que como una explicación objetiva de la realidad. Admiro la claridad con la que trasladás conceptos complejos a un plano humano, invitando a pensar la diversidad no como una amenaza, sino como una oportunidad de diálogo, apertura y aprendizaje. Hay algo en tu manera de escribir que combina precisión y sensibilidad, logrando que temas densos se perciban cercanos y relevantes, y eso me parece un mérito pocas veces alcanzado en la reflexión intelectual actual.

  2. Querida Licenciada.

    Sus notas de opinión me llenan de nuevas ideas. Su forma de ver al mundo a veces me choca pero entiendo su visión.

    Espero siempre poder seguirla leyendo.

    Recomiendo que la licenciada se escriba un libro.

    Saludos

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