por Gabriela Agustina Suarez.
El comercio no es un juego de suma cero: ambos lados pueden ganar, si saben negociar.
David Ricardo.
En el escenario actual del comercio internacional, Argentina enfrenta una disyuntiva central: cómo transformar sus ventajas comparativas —como el litio o la producción agroindustrial— en ventajas competitivas reales, capaces de generar divisas y asegurar una inserción estable en las cadenas globales de valor.
La firma de acuerdos comerciales estratégicos y la atracción de inversión extranjera directa son herramientas decisivas para romper con las restricciones externas que históricamente han limitado el crecimiento.
El reciente anuncio de una inversión de más de 200 millones de dólares para un proyecto de litio en Catamarca no es un hecho aislado. Forma parte de una carrera regional en la que Chile, Bolivia y Argentina compiten por liderar el mercado de la electromovilidad. Lo que está en juego no es solo exportar un mineral, sino ocupar un lugar central en la transición energética global.
En este tablero, las negociaciones comerciales bilaterales y multilaterales se vuelven estratégicas. Los tratados de libre comercio permiten reducir aranceles, eliminar barreras no arancelarias y dar previsibilidad. Argentina, tradicionalmente inclinada al proteccionismo, debe revisar su estrategia externa para no quedarse al margen. México, con el T-MEC, y Chile, con más de 30 acuerdos, muestran que una diplomacia económica activa puede convertirse en crecimiento sostenido.
La apertura de nuevos mercados no es exclusiva del litio. El reciente acuerdo para exportar carne a China confirma que, en un mundo donde los alimentos, la energía y los minerales estratégicos son bienes codiciados, Argentina tiene cartas fuertes para jugar. Pero necesita condiciones: infraestructura logística, estabilidad macroeconómica, incentivos claros y una política exterior profesional que abra puertas.
Desde la mirada de una estudiante de Comercio Exterior, estas no son noticias sueltas, sino señales de hacia dónde podemos ir. Las oportunidades existen, pero no son eternas. El litio no puede convertirse en otro caso de exportación sin valor agregado, y los cortes premium no pueden ser una rareza en nuestra balanza comercial: deben ser política de Estado.
Diversificar mercados y productos es vital. No podemos depender solo de Brasil y China. Asia, África y Europa del Este requieren una estrategia agresiva de inserción. El Mercosur, con sus propias limitaciones, sigue siendo una plataforma valiosa, pero necesita flexibilizarse de forma inteligente para habilitar acuerdos bilaterales cuando lo multilateral se traba.
En paralelo, el comercio internacional exige cumplir estándares de calidad, trazabilidad y sostenibilidad. El comprador alemán o canadiense no lo plantea como un capricho ambientalista: son reglas de juego ineludibles para competir en los mercados más exigentes.
La política de incentivos también debe alinearse con estos objetivos: reglas claras, reintegros eficientes, una agencia de promoción profesionalizada. Sin previsibilidad jurídica y financiera, la inversión —y con ella el desarrollo exportador— se diluyen.
Litio, carne, biotecnología, conocimiento: todos son sectores con potencial, pero frágiles sin acuerdos que aseguren acceso a mercados estables y sin un marco normativo que premie la producción.
Si Argentina quiere jugar un rol relevante en la economía global del siglo XXI, debe abandonar la improvisación. Exportar más y mejor no es un lema: es una estrategia de supervivencia económica. Y el tiempo para decidir si queremos competir en las grandes ligas no es infinito.
👏👏👏👏👏
Excelente nota querida Gabriela. Tu forma de escritura es sublime.
A seguir…