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La imaginación como privilegio de clase

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Por Rodrigo Fernando Soriano.

Se nos enseñó desde siempre que los niños son los grandes maestros de la imaginación. Que sus juegos y delirios son el germen de toda creatividad. Andrew Shtulman, en Aprender a imaginar (Hestia, 2025), viene a sacudir esa idea romántica: no es en la infancia donde la imaginación alcanza su punto más alto, sino en la madurez, cuando los principios científicos, los patrones invisibles y las estructuras del conocimiento nos permiten conectar mundos distantes. Imaginar bien —dice Shtulman— no es fantasear sin límites, sino pensar mejor.

Y aquí la paradoja. Mientras la neurociencia revela que la verdadera imaginación se cultiva con educación, tiempo y recursos, el presente nos devuelve una realidad distinta: las élites globales mandan a sus hijos a escuelas donde aprenden a programar, a filosofar, a razonar con principios, mientras en las periferias del mundo la infancia se educa con pantallas que ofrecen entretenimiento inmediato y algoritmos que premian la atención breve. La imaginación madura se convierte, así, en un privilegio de clase.

Estudios científicos revelan que las clases pudientes dedican mucho más tiempo a la reflexión, que las clases pobres quienes pasan horas frente a un celular. El principio detrás del fenómeno abre nuestra comprensión: lo que parecía un capricho de la naturaleza es, en realidad, una estrategia evolutiva. Pero para llegar a esa conclusión hace falta una mente entrenada en causalidad, en abstracción, en pensamiento científico. Hace falta alguien que pueda ver más allá del detalle inmediato, alguien capaz de pensar con lentes de principio.

¿Quién está formando hoy esas mentes capaces de imaginar con principios? No los millones de jóvenes que pasan horas desplazándose en redes sociales, atrapados en la lógica de la inmediatez, sino las minorías privilegiadas que aprenden a leer el mundo como sistema. Mientras unos se quedan con la superficie -la imagen viral, el dato suelto, la emoción fugaz- otros ejercitan la mirada profunda que permite descubrir regularidades, conexiones invisibles y patrones estructurales.

La neurociencia nos recuerda que imaginar es aprender a ver. Pero no todos tienen acceso a esa forma de visión. La educación diferencial se convierte, entonces, en el nuevo darwinismo social: quienes son entrenados en principios podrán anticipar el futuro, crear mundos posibles, innovar. Los demás quedarán atrapados en la ilusión de la creatividad instantánea, convencidos de que imaginar es “jugar con filtros” o repetir contenidos virales, en superar “trends de tik tok”.

La imaginación madura es política. Porque no basta con proclamar que todos los niños tienen el mismo potencial creativo si, llegado el momento, el sistema decide quién afina su mirada y quién la atrofia. Lo que debería ser un derecho humano -pensar con principios, ejercitar la causalidad, ampliar los límites de lo posible- se vuelve, en nuestra época, un lujo que se compra con dinero y se hereda como capital cultural.

Quizás por eso convenga devolver la pregunta de Shtulman a nuestra realidad más concreta: ¿qué mundo imaginaremos cuando la mitad de la humanidad piense en memes y la otra mitad piense en patrones? ¿No estaremos, acaso, construyendo una nueva aristocracia del pensamiento, donde la verdadera imaginación sea una forma sofisticada de poder?

11 COMENTARIOS

  1. Por lo q deberíamos concluir en una sociedad de castas de élite , al servicio de las más perversas formas de dominación por quienes concentren ese poder , sobre los invisibilizados por la masividad y la carencia de recursos para resistir y la incapacidad de razonar Muy buena nota Dr

  2. Querido Rodrigo, comos siempre ninguno de tus escritos me falla, acompañan siempre el modo que tiene la sociedad y cuestionando temas que aún no están en agenda.

    Excelente nota.

  3. Muy buena reflexión Rodri. Que la imaginación pueda ser un privilegio de clase abre una grieta entre lo que creemos que todos podemos hacer y lo que en verdad se nos permite pensar. Me gustó ese contraste entre la creatividad instantánea de los memes y una imaginación profunda que necesita tiempo y principios.
    La gran pregunta es cómo democratizar esa mirada sin volverla un lujo para pocos. Gracias por poner en palabras algo que solemos intuir pero rara vez decimos así de claro.

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