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¿El ocaso de Naciones Unidas?

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Por María José Mazzocato.

En el sistema internacional, la moral es un lujo que las potencias pueden permitirse; la periferia, en cambio, debe actuar con realismo si quiere sobrevivir.

Carlos Escudé.

El miércoles 24 de septiembre de 2025 quedará registrado como un punto de inflexión simbólico, si no histórico, en la política internacional contemporánea. La Asamblea General de las Naciones Unidasese foro que alguna vez condensó la esperanza de un orden global basado en la cooperación, la representación y el diálogo entre Estados soberanos — se mostró más deshilachada que nunca. Los discursos de Donald Trump y Javier Milei, a su manera, confirmaron, que lo que está en crisis no son las naciones, sino el sistema que pretendía representarlas.

Lo que se vivió en esa jornada no fue una simple sucesión de discursos protocolares ni un despliegue de retórica populista. Fue, sobre todo, un diagnóstico. Desde polos ideológicos distintos pero con un mismo gesto de desconfianza, tanto Trump como Milei señalaron la decadencia de las Naciones Unidas y la urgencia de revisar un entramado institucional que ya no responde a las lógicas del siglo XXI. Lo hicieron sin matices y con un lenguaje que incomodó a más de un representante diplomático, pero que resonó con fuerza en la opinión pública global.

En rigor, no se trata de un fenómeno nuevo. Desde hace años, el sistema multilateral atraviesa un proceso de erosión profunda. El Consejo de Seguridad sigue paralizado por el poder de veto de sus miembros permanentes; las resoluciones de la Asamblea General se multiplican sin efectos reales; y la burocracia de la ONU, inflada y autorreferencial, parece más preocupada por su supervivencia institucional que por ofrecer respuestas concretas a los desafíos globales. La paradoja es mu evidente, la organización nacida “por y para las naciones” hoy se percibe como una estructura distante, incapaz de representar sus intereses y, lo que es peor, desconectada de sus ciudadanos.

El dato más significativo es que hasta Estados Unidos, arquitecto central de este orden, expresa su malestar. Trump lo dijo sin rodeos: el sistema multilateral “ya no sirve a los pueblos libres” y se ha transformado en un “club de burócratas que decide sin rendir cuentas”. Las palabras pueden sonar incendiarias, pero reflejan una realidad,que incluso las grandes potencias sienten que las instituciones diseñadas en 1945 no están a la altura de las disputas del presente.

En ese contexto aparece la figura de Javier Milei, y con ella un nuevo interrogante ¿puede Argentina, desde su periferia geopolítica, reposicionarse en medio del colapso del multilateralismo tradicional? Milei parece creer que sí. Su discurso en la Asamblea fue, ante todo, un acto de desafío. Denunció el inmovilismo del sistema internacional, criticó a la ONU por su inacción ante crisis humanitarias y guerras prolongadas, hablo de Malvinas y del gendarme secuestrado en Venezuela Nahuel Gall, y se presentó como un líder dispuesto a “decir lo que nadie quiere decir”. Su estilo disruptivo no es solo retórico, es también una parte de una estrategia deliberada para reconfigurar el lugar de Argentina en el mundo.

Para entender esta estrategia conviene recuperar el marco conceptual del realismo periférico, desarrollado por el politólogo argentino Carlos Escudé. En sus textos, Escudé sostuvo que los Estados periféricos deben actuar con pragmatismo en un sistema internacional jerárquico. Las potencias definen las reglas del juego, y las naciones menores — lejos de enfrentarlas en gestos inútiles — deben reconocer esa asimetría y buscar márgenes de maniobra inteligentes dentro de ella. La clave no es desafiar el orden global desde la irrelevancia, sino aprovechar sus grietas para ganar visibilidad e influencia.

Milei parece moverse en esa lógica, aunque con matices. Su alineamiento explícito con Estados Unidos e Israel, su acercamiento discursivo a figuras como Trump y su rechazo frontal a organismos multilaterales pueden leerse como un intento de reubicar a Argentina en un nuevo mapa de alianzas. Pero no se trata de un alineamiento automático ni de una sumisión sin matices, el presidente Milei quiere que Argentina deje de ser un actor pasivo y comience a ser una incógnita en el tablero global, una nación cuya posición no puede darse por sentada.

Esta estrategia, sin embargo, plantea interrogantes profundos. ¿Puede una política exterior basada en la provocación y el rechazo a las instituciones tradicionales traducirse en poder real? ¿O corre el riesgo de aislar a la Argentina en un mundo que, pese a sus contradicciones, sigue necesitando mecanismos de coordinación global? La respuesta depende, en gran medida, de cómo evolucione el propio sistema multilateral.

Lo cierto es que la ONU atraviesa una crisis de legitimidad que trasciende ideologías. La falta de representatividad del Consejo de Seguridad — donde África y América Latina siguen sin asientos permanentes — es apenas el síntoma más visible de un mal mayor: la desconexión entre una estructura pensada para el mundo bipolar de posguerra y un escenario multipolar, fragmentado y acelerado. El multilateralismo, tal como lo conocimos, está en entredicho. Y no son solo los “outsiders” quienes lo cuestionan; lo hacen también actores centrales del sistema.

En este punto, el discurso de Milei puede leerse menos como un capricho ideológico y más como un termómetro. Su crítica a la ONU, más allá de los modos, sintoniza con un malestar global cada vez más extendido. Su alianza con figuras como Trump no es un gesto de subordinación, sino un intento de insertarse en un debate más amplio sobre la necesidad de rediseñar el orden internacional. Y su decisión de colocar a Argentina en el centro de ese debate — aunque sea desde el lugar incómodo de la disrupción — responde a una convicción, donde en un mundo en transición, la irrelevancia es el peor de los destinos posibles.

La escena del 24 de septiembre no fue, entonces, un episodio aislado, sino el espejo de un proceso histórico. La ONU, que nació como símbolo de cooperación, se enfrenta a su crisis más profunda. Las potencias ya no confían en ella. Las naciones periféricas buscan nuevas estrategias. Y los liderazgos disruptivos, lejos de ser anécdotas, se convierten en actores centrales de esta transformación.

Milei, con su retórica inflamable y su apuesta por reposicionar a Argentina como incógnita, no hace más que subrayar una verdad que incómoda, aquella verdad del que el orden internacional ya no tiene quién lo represente. Y mientras la ONU se consume en su propia irrelevancia, el tablero global se reconfigura constantemente, sin siquiera pedirle permiso.

 

5 COMENTARIOS

  1. Siempre siguiendo a la licenciada, obviamente no defrauda con sus notas, me parece muy interesante hablar de este tema, aunque no entiendo la simetría con la ONU, aun asi muy bien explicada la politica exterior de Milei.

    Besos.

  2. Las notas de la licenciada, siempre muy informativas, completas y bien desarrolladas, aunque nunca me encuentro de acuerdo con sus palabras, hoy me siento amena su columna de opinión, sin confundir mi postura, javier milei es lo peor que le paso a la argentina.

  3. Que sera de nosotros? Que tanto nos afectará? Habrá una salida? Tenemos que tener miedo con los planteo que se llevan acabo en la ONU? Milei nos favorece o no y hasta donde?

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