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ZOHRAN, la sensación socialista algorítmica

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Por María José Mazzocato.

Donald Trump, si me estás escuchando, que se que lo estas haciendo, solo te digo estás palabras: Subí tu volumen”.

Zoharan Mamdani. Discurso de celebración tras ser electo Alcalde de Nueva York 4/11/25.

Nueva York amaneció distinta. No porque el sol se filtra con otro brillo entre los rascacielos, sino porque el algoritmo lo decidió así. En las pantallas de millones de teléfonos, un rostro joven, de mirada obstinada y nombre con resonancia extranjera, ocupó el lugar de lo imposible. Zohran Mamdani, hoy, de tan solo 34 años, hijo de inmigrantes ugandeses, emigró a los Estados Unidos a los 7 años, se oficializó como ciudadano estadounidense el 2018, socialista declarado, rapero ocasional y ahora el alcalde más joven que tuvo la ciudad más capitalista del planeta, no una sensación,  un cambio en la historia de los norteamericanos.

El anuncio fue una notificación antes que una noticia. Una corriente de datos vibró en TikTok, en Reels, en las historias efímeras de Instagram. La victoria no se gritó en Times Square, sino que se deslizó en silencio, con los dedos, hacia arriba. Su campaña había nacido ahí, en ese territorio de pantallas donde el discurso se disuelve y se reconfigura en segundos. 

Mientras Donald Trump insistía con un retorno al orden perdido, Mamdani apostaba a la desobediencia organizada de los scrolls. Buscando conectar, entendió que la batalla cultural del siglo XXI no se libra ya en los debates televisados ni en las páginas editoriales, sino en los márgenes del algoritmo, donde la política se vuelve gesto, coreografía, sonido remixado.

Su estrategia consistió en hackear la emoción colectiva, en convertir la indignación en ritmo, el cansancio en consigna, la identidad en performance. En sus videos, Mamdani hablaba de renta justa, de transporte público gratuito, de la dignidad inmigrante, pero lo hacía bailando, rimando, interpelando a una generación que ya no distingue entre política y contenido. Cada publicación era una semilla algorítmica, repetible, adaptable, viral, incluso sin van a ver sus videos a Tik Tok, van a poder observar como la gente lo saluda, antes de ganar con un “hola alcalde” o “ el alcalde de Tik Tok, ya la fórmula algorítmica hizo efecto. 

En un país dividido entre la nostalgia trumpista y el desencanto progresista, su figura emergió como un glitch. No prometía volver a un pasado glorioso ni prolongar la tibieza liberal del presente. Mamdani proponía algo más simple y más radical, devolverle sentido a la palabra “nosotros”.

Y ese “nosotros” en Nueva York es una constelación de acentos, lenguas y cocinas. Es el inmigrante bengalí que maneja un taxi en Queens, la enfermera dominicana en el Bronx, el cocinero guatemalteco en Brooklyn. Son los que construyen la ciudad y, sin embargo, rara vez aparecen en las narrativas que la representan. Mamdani, con su español entrecortado y su biografía desbordante de exilios, encarnó ese relato que nunca había tenido voz, literalmente el picante que necesitaban los neoyorkinos.

Los medios tradicionales no supieron qué hacer con él. Lo llamaron “el alcalde TikTok”, “el candidato de los memes”, “el socialista viral”. Pero detrás del sarcasmo había miedo, ese miedo a un lenguaje que ya no controlan, a una retórica que no obedece a los códigos del discurso político clásico. En su victoria se condensa una mutación más amplia. la política se volvió estética, emoción, algoritmo. Lo que antes eran debates, hoy son narrativas superpuestas que compiten por atención.

El caso Mamdani revela hasta qué punto la política contemporánea se ha vuelto un campo de guerra semiótica. Lo algorítmico no es neutral: organiza, jerarquiza, invisibiliza. Pero también puede subvertirse. Y ahí, precisamente, reside la novedad de su triunfo. Su equipo comprendió que la única forma de resistir al algoritmo es hablar su idioma para desbordarlo. Si Trump había aprendido a manipular la furia digital en Twitter, Mamdani aprendió a tejer comunidad en TikTok. Uno gritó, pero no escuchó; el otro escuchó, constructo y conquisto.

Esa escucha digital es la clave. Mamdani no impuso un discurso,  lo ensambló con los fragmentos que encontraba, a través de su discurso wokista. Cada usuario, cada inmigrante, cada joven precarizado aportó una parte de su relato. La campaña fue un laboratorio de narrativas colectivas. Y, de algún modo, Nueva York votó por verse reflejada.

Hay algo profundamente filosófico en este proceso. La política, desde siempre, es una disputa por el sentido: quién nombra, quién define, quién habita la verdad. Pero hoy esa disputa ocurre dentro de un sistema algorítmico que decide qué merece ser visto y qué debe quedar en sombra. Mamdani desafió esa jerarquía desde dentro, con ironía y ternura, como si citara a Foucault y a Kendrick Lamar en el mismo scroll.

Su triunfo también interpela a otras geografías. En Tucumán, en Buenos Aires, en Quito o en Lima, se repite una escena similar,  jóvenes que ya no esperan salvadores, sino micrófonos. La política tradicional, encerrada en sus rituales, sigue sin entender que la autoridad ya no se construye desde arriba, sino desde la interacción. Lo que Mamdani encarna no es solo un cambio de ideología, sino una mutación en el modo de hacer política. La empatía como estrategia, el algoritmo como campo de batalla, la comunidad como fin.

Quizás, en el fondo, lo que Nueva York eligió fue una narrativa, de una ciudad que vuelve a reconocerse en su diversidad, una urbe construida por quienes llegaron sin nada y lo edificaron todo. Mamdani no solo habló de inmigración; habló desde la inmigración. Su voz es la de un hijo del desarraigo que convierte la marginalidad en potencia política.

Y tal vez ahí esté el núcleo de su mensaje. Frente al ruido populista de Trump, que promete grandeza individual, Mamdani propone la humildad del vínculo. Frente a la política del miedo, la política del cuidado. Frente a los muros, la red de contención, en un mundo olvidado y cruel.

Nueva York despierta en un nuevo ciclo. No será más tranquila ni menos desigual, pero quizá más consciente. Porque cuando el algoritmo te devuelve un reflejo inesperado – uno donde la diferencia se celebra y no se castiga -, algo cambia. 

Hoy Nueva York decidió decir basta al silencio, y eligió a su carne de cañón, un joven que no promete paz, sino voz, y una fuerte y clara.

Pero la pregunta verdadera será ¿es Zohran capaz de siempre mantener el mismo personaje? ¿O su algoritmo ya cambió? 

 

4 COMENTARIOS

  1. Que acertada y precisa en sus comentarios la licenciada Majo Mazzocato.eso nos demuestra siempre los conocimientos y datos precisos con los tema que aborda mil felicitaciones somos con mí.familia sus fans número 1

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