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El mundo que no miramos

Publicado el

Por Fabricio Falcucci.

Ética y lectura de una ceguera contemporánea.

Aún creemos entender el mundo porque lo nombramos. Dibujamos los mapas, fijamos las coordenadas del saber, impusimos la medida del tiempo y definimos qué debía considerarse progreso. Pero mientras repetíamos nuestras viejas certezas, una parte esencial de la humanidad permanecía fuera de foco. Aquello que alguna vez se imaginó distante y exótico se convirtió en el corazón del siglo XXI, un espacio que produce el conocimiento, tecnología y materia con que se construye el futuro. Durante siglos las narrativas dominantes situaron el centro de la vida intelectual y política en París, Londres, Berlín o Nueva York. Sin embargo, esta época ha trastocado esa cartografía. La historia se mueve hacia el Este donde florecen culturas, tecnologías, filosofías y ciudades que ya no orbitan alrededor de los antiguos poderes.

Esa ceguera no es nueva. Es el resultado de una herencia colonial que moldeó la educación, la ciencia y la imaginación. Edward Said, en Orientalismo, explicó que aquello que llamamos “Oriente” no era una realidad geográfica sino una construcción cultural que reflejaba los prejuicios y ansiedades de Europa. En ese espejo deformado, el Este aparecía como lo extraño, lo sensual o lo irracional, mientras el “nosotros” occidental se reservaba el monopolio de la razón y del progreso. No obstante, mientras persistíamos en esa caricatura, el ombligo del mundo se transformaba y las antiguas periferias comenzaron a definir el pulso de la modernidad.

Hoy más del sesenta por ciento de la población mundial vive en Asia y nueve de las diez megaciudades más grandes del planeta se encuentran allí, según ONU-Hábitat. En ellas se están redefiniendo las formas de vida urbana y los límites de la técnica. Shanghai, Seúl, Singapur, Tokio o Shenzhen no solo son centros industriales, son laboratorios del futuro. En sus calles el desarrollo tecnológico alcanza niveles que rozan la ciencia ficción. En Dubái y Doha los sistemas de enfriamiento por aire acondicionado urbano permiten caminar bajo temperaturas extremas. En Tokio los robots autónomos limpian y reparan el metro en horarios nocturnos, mientras sensores inteligentes regulan la luminosidad y el tránsito peatonal. En Singapur los Supertrees del Gardens by the Bay almacenan energía solar y regulan la temperatura ambiente. En Shenzhen los drones-taxis y los autobuses eléctricos sin conductor se integran a una red de movilidad coordinada por inteligencia artificial.

En Seúl las calles se calientan en invierno mediante pavimentos radiantes y se enfrían en verano con micro túneles de agua reciclada. En Yakarta barrios completos están diseñados para flotar y adaptarse al ascenso del nivel del mar. En Hong Kong los edificios se comunican entre sí para ajustar el consumo energético colectivo. Este fenómeno descripto por Damian y Phan en Introduction to Smart Cities in Asia constituye “una revolución urbana sin precedentes donde la tradición espiritual y la tecnología digital laten al mismo ritmo”.

El cemento, símbolo de la modernidad industrial, ha sido resignificado dentro de esa transformación. Entre 2011 y 2013, China utilizó más cemento que Estados Unidos durante todo el siglo XX, pero esa cifra no expresa únicamente expansión física. Detrás de ella se oculta una revolución material: la creación de cementos autorreparables que sellan fisuras mediante bacterias, concretos fotocatalíticos que absorben dióxido de carbono y materiales flexibles que se adaptan a los movimientos sísmicos. La arquitectura, en ese contexto, es tanto una ciencia como una ética. Construir implica reconciliar el espacio humano con la naturaleza.

Saskia Sassen advirtió que “el futuro urbano se está escribiendo en Asia, aunque Occidente aún no sepa leerlo”. Ese futuro no consiste solo en rascacielos brillantes, sino en una nueva filosofía del habitar. En estas ciudades la tecnología no destruye el tejido social, sino que busca fortalecerlo. La inteligencia artificial se utiliza para planificar rutas de transporte que reduzcan el estrés urbano, para monitorear la calidad del aire en tiempo real y para distribuir alimentos en barrios populares mediante sistemas logísticos automatizados. En varios distritos de Tokio y Seúl los edificios públicos incorporan jardines verticales que funcionan como pulmones naturales, purificando el aire y regulando la humedad. La ciudad se convierte en un organismo vivo capaz de aprender, adaptarse y cuidar.

Esa metamorfosis está acompañada por una visión filosófica distinta. Daisetsu Suzuki afirmó que “el hombre occidental busca controlar la naturaleza, mientras el oriental procura vivir en ella”. En esa frase se resume una diferencia civilizatoria profunda. El pensamiento nacido en Europa desde Bacon hasta Descartes entendió el conocimiento como poder y la razón como instrumento de dominación. El asiático, en cambio, concibe la sabiduría como armonía y el saber como arte de la coexistencia. Conceptos como tao, karma, nirvana o wu wei describen formas de equilibrio antes que certezas absolutas.

Esa filosofía impregna también la medicina. Según la Organización Mundial de la Salud, el ochenta por ciento de la población mundial utiliza prácticas tradicionales como parte de su atención sanitaria. En China la acupuntura y la fitoterapia fueron integradas a los hospitales universitarios desde los años cincuenta y hoy conviven con la biomedicina moderna. En India el Ayurveda propone sanar restableciendo la armonía entre los elementos del cuerpo y el entorno. Mientras el paradigma Occidental separa mente y cuerpo, la medicina asiática los entiende como una única energía en movimiento. Curar no significa eliminar el síntoma sino comprender su mensaje.

La literatura completa ese mosaico. Autores como Haruki Murakami, Han Kang, Kenzaburō Ōe, Mo Yan o Orhan Pamuk han elaborado una estética que rehúye la linealidad y celebra el vacío, el silencio y la contemplación. En ellos el tiempo no se mide por relojes sino por estados del alma. El filósofo Poolla Tirupati Raju escribió que “en el pensamiento oriental, la belleza y la bondad son formas del conocimiento”, una afirmación que podría aplicarse a esa narrativa donde lo ético y lo estético se confunden. La literatura asiática no busca el conflicto, sino la resonancia; no la certeza, sino la pausa que permite pensar el sentido.

Comprender ese universo implica desaprender los reflejos mentales con los que durante siglos organizamos el mundo. Supone reconocer que el conocimiento no tiene un único centro, que la razón no es propiedad de una geografía y que la historia ya no se articula en torno al eje atlántico. El siglo XXI no puede ser leído con las categorías del siglo XX. Capitalismo y comunismo, Estado y mercado, individuo y comunidad son dicotomías que la experiencia asiática ha vuelto porosas. En China la planificación estatal convive con la innovación privada; en Corea del Sur, la disciplina colectiva coexiste con la creatividad tecnológica; en Japón, la tradición estética del wabi-sabi inspira el diseño industrial y la arquitectura minimalista.

El resultado es un modelo híbrido, imprevisible, que no busca imitar sino superar las viejas formas. La inteligencia urbana se combina con la ética de la moderación, la eficiencia energética con la búsqueda del bienestar colectivo. Las avenidas climatizadas, los sistemas de transporte sin conductor, los edificios bioclimáticos y los algoritmos que aprenden del comportamiento humano no son simples avances técnicos, son expresiones de una nueva idea de humanidad.

El mayor obstáculo para comprender ese proceso sigue siendo el prejuicio ideológico con el que todavía observamos el mundo. Persistimos en pensar la realidad bajo las categorías rígidas de la Guerra Fría divididos entre progreso y atraso, libertad y control, capitalismo y comunismo. Esas dicotomías que sirvieron para ordenar un siglo de confrontaciones ya no explican el presente. Pretender concebir el nuevo mapa con esas nociones es como intentar orientarse en una ciudad inteligente con el plano de un imperio desaparecido. La historia ya no se organiza en bloques ideológicos ni en fronteras culturales, sino en redes, sistemas y formas de cooperación transnacional que aún no logramos conceptualizar.

Quizás el desafío más profundo no sea dominar ese mundo, sino comprenderlo sin filtros heredados. Mientras seguimos discutiendo el pasado, Asia diseña los planos del futuro. El Este ya no es, como dijimos “una frontera exótica”, sino el nuevo centro de gravedad. Allí, entre la materia y el espíritu, entre la ingeniería y la filosofía, entre la tradición y el algoritmo, se está modelando un modo distinto de habitar el planeta.

El mundo que no miramos se despliega frente a nosotros, en sus avenidas inteligentes, sus templos silenciosos y su idea de equilibrio. Acercarse sin prejuicios no es un gesto cultural, sino una necesidad del presente. Comprender no implica renunciar a lo propio, sino asumir que la verdadera modernidad comienza cuando dejamos de pensarnos como adversarios y empezamos a reconocernos como parte de un mismo horizonte humano.

 

6 COMENTARIOS

  1. Excelente, profesor Falcucci,Me gustó mucho el enfoque del texto. Hace tiempo que vengo leyendo historia occidental (sobre todo de Estados Unidos) y siempre termino encontrándome con los mismos autores, las mismas perspectivas y la misma idea de centro. Con lo que usted compartió, se abre la posibilidad de pensar que el verdadero pulso del futuro podría estar en Asia, no solo en lo tecnológico, sino también en lo filosófico,Quizás esto nos ayude a ampliar la mirada, tanto en el estudio como en lo cotidiano, y recordar que Occidente no es todo el mundo.

  2. Es cierto que muchas veces ignoramos o no prestamos atención a las realidades que nos rodean, especialmente las más difíciles o incómodas. Es crucial mirar más allá de lo superficial y ser conscientes de los problemas y las historias que a veces preferimos no ver. Todos formamos parte de este mundo y deberíamos aprender a buscar una mejor forma de vida, aprovechando las nuevas tecnologías y capacidades de nuestros vecinos. En lugar de pelear contra el avance, deberíamos aprender a superarnos y adaptarnos.

  3. Buenas, noches ! Que maravilloso artículo 👏🏻👏🏻👏🏻 Profe ….
    Lo que me deja este texto es la sensación de que, muchas veces, seguimos mirando el mundo con los mismos lentes de siempre, sin darnos cuenta de que la realidad cambió frente a nuestros ojos. Nos enseñaron que el progreso venía de ciertos lugares y bajo ciertas ideas, pero hoy el futuro se está construyendo en otras geografías, con otras filosofías y otros modos de vivir.
    Me parece valioso el llamado del autor( Fabricio Falcucci) a dejar atrás los prejuicios y a abrir la cabeza. No se trata de copiar a Asia, ni de idealizarla, sino de comprender que existen otras formas de progreso que combinan tecnología con humanidad, innovación con armonía, y crecimiento con respeto por la naturaleza.
    Siento que este cambio de mirada es una oportunidad ,nos invita a salir de la soberbia cultural y a entender que podemos aprender del otro sin perder lo propio. Quizás la verdadera modernidad no es dominar el mundo, sino animarnos a ver más allá de lo conocido, reconociendo que formamos parte de un mismo destino humano.
    Mientras seguimos discutiendo ideas del pasado, en Asia se están creando las ciudades, tecnologías y filosofías que están definiendo el futuro.
    Este artículo me dejó algo claro nuestros prejuicios nos ciegan. Mirar al Este no es moda, es comprender que allí se combina.
    Abrir la mirada no es perder lo propio, es crecer.
    El futuro ya está pasando… solo tenemos que animarnos a verlo.

  4. Profe: Su artículo El mundo que no miramos me tocó mucho más de lo que esperaba. Mientras lo leía, sentí que Ud. me estaba mostrando un mundo que yo misma tenía naturalizado desde una mirada muy occidental, casi automática. Me sorprendió darme cuenta de lo poco que vemos de Asia, no por falta de información, sino por costumbre. La forma en que describe esas ciudades, esa mezcla entre tecnología y una filosofía distinta, me hizo pensar en cuántas veces uno repite ideas heredadas sin darse cuenta. Su texto me ayudó a abrir la cabeza y a entender que, si quiero comprender el siglo XXI de verdad, tengo que animarme a mirar sin los filtros con los que crecí. Le agradezco sinceramente esta lectura, porque me movió y me dejó pensando mucho más allá de lo académico.

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