Migrantes

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Por Rodrigo Fernando Soriano.

Que estalle lo que quiera: mi origen, aunque humilde, quiero conocerlo.

Sófocles, Edipo Rey.

Me aferro a esa idea para mirar un mundo que se ha llenado de puertas cerradas y palabras duras. Cada tanto escucho una frase que desde lo retórico luce cargada de emoción violenta: “Ándate a tu país”. Desde muy chico me enseñaron que Argentina era un país que receptaba las inmigraciones. Incluso más, la constitución en su preámbulo nos dice “y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Sin embargo, la ecuación o el sentimiento parece ser otro.

La noticia que detonó esta reflexión es que Nueva York eligió como alcalde a Zohran Mamdani, inmigrante, musulmán, joven. Mi sorpresa era que fue elegido un socialista en un país con claras influencias republicanas. Sin embargo, el comentario de la gente con la que charlé fue “los musulmanes van a dominar el mundo”, con gran preocupación. Claro, Mamdani trajo consigo un programa que vuelve a colocar a los cuerpos que viajan —y a sus derechos— en el centro de la escena. El relato es evidente y se muestra como un viraje simbólico de la capital cultural del mundo hacia una ciudad que se piensa a sí misma como lugar de llegada, otra vez. 

Se calcula que 281 millones de personas —el 3,6% de la población mundial— viven hoy fuera de su país de origen. No es una estadística fría, es una escena humana que desborda cualquier estudio demográfico. Es, también, una responsabilidad política. 

En Roma, hace pocas semanas, el Papa León XIV advirtió sobre la “globalización de la indiferencia”. Tomando palabras de su antecesor, Francisco en Lampedusa, dice que hemos resbalado hacia la “globalización de la impotencia”: quedarnos quietos, mudos, resignados, creyendo que nada puede hacerse ante el sufrimiento de inocentes. El llamado fue claro: reconciliación, escucha, políticas concretas con dignidad humana en el centro. No como eslogan, sino como plan de acción académico y social de largo aliento. Hoy, la agenda del vaticano está claramente volcada a las personas migrantes.

Esa “impotencia globalizada” es el atajo favorito de los discursos que convierten al migrante en amenaza. Y aquí conviene despejar fantasmas. En Europa circula, cada tanto, la profecía de que en 2051 los musulmanes “superarán” a los cristianos en países como Francia. Los datos serios no acompañan esa alarma: los escenarios demográficos más altos proyectaban, ya en 2017, que la población musulmana llegaría al 14% de Europa en 2050 —muy por debajo de cristianos y no afiliados—, con variaciones por país, sí, pero lejos de cualquier “sustitución” total. Conviene discutir en base a cifras, no a miedos. 

Ahora me pregunto: ¿La migración genera valor o sólo “compite” por recursos escasos? La evidencia más robusta que conozco en clave causal —no simple correlación— mira a Estados Unidos y ensambla un instrumento “shift-share”: qué tanto inmigrante llega a cada condado depende de shocks en los países de origen y de redes históricas de asentamiento. El resultado es contundente: por cada 10.000 migrantes adicionales, crecen las patentes de firmas locales y se expande el ingreso real de los nativos en los años siguientes. No es magia; es complementariedad, redes y transferencia de conocimiento. 

Dicho de otra manera: incluso cuando en el corto plazo hay tensiones en ciertos mercados de trabajo, en el mediano plazo los “melones” se acomodan porque el que llega también consume, emprende, enseña, investiga, funda cosas. La innovación no solo la firman inmigrantes “estrella”; con frecuencia se enciende en equipos mixtos, donde un recién llegado habilita que un local patente mejor. La movilidad, regulada con sensatez, no es caridad: es política inteligente de desarrollo. En los Estados Unidos casi todos los CEOs de las diez empresas más grandes de USA nacieron en otro país, el 98.18% de las Startups de este año fueron fundadas por migrantes. 

El problema es cuando hablamos del “nivel” socio cultural de los migrantes. En Europa molesta eso. Acá en Argentina, a pesar de vanagloriarnos como un país “sin racismo”, también nos molesta que los migrantes sean musulmanes, es decir con una piel un poco marrón. Es así, no lo neguemos. 

El impacto económico de la migración no es uniforme. No produce los mismos efectos la llegada de personas con alta formación que la de quienes portan oficios y saberes prácticos. La intuición más inmediata —que, a mayor nivel educativo del migrante, mayor será el crecimiento— no siempre se confirma. Podría pensarse, incluso, que quienes vienen con menor calificación impulsan más el desarrollo, al cubrir huecos esenciales del trabajo cotidiano: el albañil que permite al arquitecto concretar su diseño, la enfermera que sostiene el sistema de salud. A ver, pensemos, Messi es migrante.

Sin embargo, la evidencia empírica muestra que, en promedio, la innovación y el aumento salarial derivados de los flujos migratorios se explican sobre todo por quienes llegan con más años de educación. Son personas que traen consigo capital intelectual, experiencia acumulada y la capacidad de integrarse a redes productivas de alta complejidad. En otras palabras, conocimiento que viaja, se adapta y vuelve a florecer en tierra ajena.

Nos vendría bien, como país, discutir con menos prejuicio. Incluso, nuestro pasado nos condena: Somos hijos de migrantes que pertenecían a la clase social más baja de Europa. Por eso, mientras muchos miraban con desconfianza al vecino paraguayo o boliviano —viejas corrientes que han estructurado sectores enteros de nuestra economía—, apareció un fenómeno más reciente: el “turismo de nacimiento” de mujeres rusas que llegaron a alumbrar en Buenos Aires tras la guerra con Ucrania. Lo cuento no para oponer pobres contra menos pobres, sino para desnudar la incoherencia de nuestros filtros morales: solemos temer a quien se nos parece demasiado al propio fracaso. Sin embargo, en Argentina se ve que los inmigrantes son los que sostienen el mercado laboral en sectores que los propios nativos no quieren ocupar.

Los números son conocidos: más de la mitad de las personas nacidas en el exterior en Argentina provienen de países sudamericanos; Paraguay y Bolivia explican cerca del 50% de los DNIs extranjeros, y la población migrante total es el 4,2% del país. Ese dato real choca con el sentido común punitivo que cada tanto exige “mano dura” selectiva. Si vamos a discutir reglas, discutámoslas para todos y con evidencia. 

Normativamente, en 2021, el decreto 138/2021 revirtió el DNU 70/2017 y repuso estándares más acordes con la Ley 25.871 y con los compromisos internacionales de derechos humanos. Lo técnico importa: procesos sumarísimos sin debido control judicial, afectación del principio de inocencia y quiebres de unidad familiar no son “detalles burocráticos”; son la diferencia entre un Estado Constitucional y una maquinaria de expulsión. Cuando la política migratoria se disfraza de derecho administrativo para importar lógicas penales, la dignidad es la primera víctima. 

Kwame Anthony Appiah (doctor en filosofía de la Universidad de Cambrigde, y profesor en la Universidad de Princeton) en su obra “Cosmopolita: Ética en un mundo de extraños” ofrece una brújula ética útil para este tiempo: ser cosmopolita es reconocer nuestra falibilidad (podemos estar equivocados) y el pluralismo (hay más de una respuesta correcta en muchas áreas de la vida). No exige coincidencia total; exige la disciplina de la conversación y el deseo del bien para quienes viven distinto. Pauline Kleingeld y Eric Brown lo formulan sin adjetivos nobles: un cosmopolitismo cultural y moderadamente moral, capaz de tejer comunidad sin borrar identidades. Es la gimnasia cívica más urgente: aprender a discrepar sin deshumanizar. 

Por eso rechazo el latiguillo de “dejar el mundo igual para nuestros hijos”. No alcanza. No quiero legar una foto fija: quiero heredarles un mundo más plural, más interesante y más exigente, donde la amabilidad no sea un privilegio endogámico sino una práctica pública con desconocidos.

Todas las religiones han causado daño a lo largo de la historia; también han sido matrices de consuelo, arte, ciencia y organización social. Tomar solo una parte para juzgar el todo es intelectualmente pobre y políticamente peligroso. En un clima que sobre-simplifica al islam —entre la convivencia real de millones y la violencia de minorías fanatizadas—, conviene recordar dos cosas: la diversidad interna del mundo musulmán, y que los “diagnósticos de reemplazo” prosperan cuando las instituciones renuncian a integrar con reglas claras y oportunidades reales. Datos y políticas, no mantras apocalípticos. 

La elección de Mamdani en Nueva York no es un cuento moral: es un recordatorio práctico de que las ciudades que apuestan por integrar —vivienda, transporte, trabajo, educación— terminan siendo más creativas y prósperas. No romantizo nada: integrar cuesta, y exige deberes de ambos lados. Del que llega, aprender la lengua común y respetar la ley. Del que recibe, abrir instituciones, no sólo puertas. Y del Estado, diseñar con datos: cupos dinámicos, reconocimiento de títulos, ventanillas únicas, y seguimiento estadístico serio del impacto en salarios, productividad y convivencia.

La academia y la sociedad civil ya tienen hoja de ruta: enseñar, investigar, servir y apoyar —cuatro pilares del encuentro de Roma— para transformar la empatía en política pública. La consigna es concreta: pasar del diagnóstico a los prototipos, y de los prototipos a los estándares. 

Vuelvo a Sófocles: nadie se rehace fuera de su polis. Quien migra busca, precisamente, una comunidad donde reconstruirse. Si nos dejamos ganar por la “globalización de la impotencia”, nos convertimos en espectadores tristes de un dolor que podríamos aliviar. Si nos animamos al cosmopolitismo falible y plural, la ciudad —cualquier ciudad— vuelve a ser ese taller de humanidad en el que las diferencias no se toleran: se cultivan.

Yo digo: Vive la différence (¡viva la diferencia!). No es suficiente ser bueno solo con tus amigos y tu familia. Para vivir juntos, todos debemos aprender a ser amables con los extraños.

 

4 COMENTARIOS

  1. Siempre está bueno recordarles a los que repiten con odio e ignorancia que este país no es lo mismo que Francia, España o Alemania. Llevamos con nosotros una forma distinta, concebida desde nuestra creación. Y yo, que disfruto de nuestra cultura, nuestro fútbol y nuestros próceres, también celebro nuestra concepción de abrazar y dar lugar a quien quiera estudiar, trabajar y vivir en suelo argentino.

    Excelente nota.

  2. Creo que en la nota se utilizan argumentos humanitarios, económicos y filosóficos para defender la postura, mientras critica las posiciones que describe como temerosas o prejuiciosas.
    Sin embargo, en la busqueda de refutar argumentos antiinmigración, en la construcción del artículo se utilizan varias técnicas retóricas y presenta algunas debilidades argumentativas:
    1) Generalización Apresurada y «Cherry-Picking» (Selección de Evidencia): El artículo hace afirmaciones estadísticas extremas y difíciles de verificar, como que «el 98.18% de las Startups de este año [en USA] fueron fundadas por migrantes» y «casi todos los CEOs de las diez empresas más grandes de USA nacieron en otro país». Estas cifras parecen ser una exageración retórica o una generalización basada en datos muy específicos (quizás de un sector como Silicon Valley) aplicados al todo. No representan la economía general y se usan para pintar una imagen desproporcionada del impacto innovador.
    2) Hombre de Paja (Straw Man): El autor tiende a caracterizar todos los argumentos opuestos a la migración masiva como basados únicamente en «miedo», «prejuicio», «fantasmas» o racismo (menciona la desconfianza a la «piel un poco marrón»). Si bien esos elementos existen, esta caracterización ignora las preocupaciones legítimas y racionales que pueden existir sobre el impacto fiscal, la presión sobre los servicios públicos (salud, educación) o la cohesión social, temas que en el artículo no se abordan en profundidad.
    3) Falsa Analogía: El artículo menciona: «A ver, pensemos, Messi es migrante». Si bien es técnicamente cierto, usar a un atleta de élite, multimillonario y un talento generacional único como ejemplo representativo de la migración general es una analogía débil. El impacto y la recepción de una figura como Messi no son comparables a los flujos migratorios generales.
    4) Apelación a la Emoción: El texto utiliza un lenguaje cargado emocionalmente (p. ej., «globalización de la indiferencia», «sufrimiento de inocentes», «taller de humanidad») para persuadir al lector desde un punto de vista moral, lo cual, si bien es válido en un artículo de opinión, no sustituye la evidencia económica rigurosa sobre la gestión de los costos a corto plazo.

    Ahora bien, creo que un punto interesante de partida o perspectiva seria analizar la «Inmigración Laboral vs. la que dependencia de subsidios».
    Esta distinción es fundamental en el debate migratorio, ya que los impactos socioeconómicos de ambos escenarios son drásticamente diferentes.

    La Inmigración Orientada al Trabajo describe a individuos o familias que se trasladan a un nuevo país con el propósito principal de ocupar un puesto de trabajo, emprender o llenar vacantes en el mercado laboral o puestos no deseados. Es esta la que se infiere fue analizada.
    Su impacto económico y fiscal es, generalmente, positivo.
    Estos inmigrantes pagan impuestos directos (como el impuesto a la renta) e indirectos (como el IVA al consumir). Contribuyen a los sistemas de seguridad social y pensiones.
    Ocupan puestos que la población local a menudo no puede o no desea llenar (en sectores como la agricultura, construcción, cuidado de ancianos o, en el otro extremo, en alta tecnología).
    Alivian la escasez de mano de obra, lo que permite a las empresas expandirse. Como señala el artículo analizado (en uno de sus puntos más sólidos), también consumen, emprenden y generan innovación.
    La integración suele ser más rápida, ya que el lugar de trabajo actúa como un vehículo principal de asimilación cultural y aprendizaje del idioma. Aunque puede generar competencia y una ligera presión a la baja en los salarios de sectores poco calificados a corto plazo, el consenso económico es que el beneficio a largo plazo (mayor PIB, dinamismo) supera esos costos.

    Ahora bien, en la inmigración con dependencia de asistencia social la situación cambia.
    Estos grupos que, tras llegar al país receptor, no logran integrarse al mercado laboral y pasan a depender de manera significativa y prolongada de los servicios sociales del Estado (subsidios de desempleo, vivienda social, asistencia sanitaria pública, ayudas alimentarias).
    Es importante notar que la mayoría de los migrantes no llega con el objetivo de vivir de subsidios (la mayoría busca oportunidades), pero pueden terminar en esta situación debido a barreras legales, falta de reconocimiento de títulos, crisis económicas o políticas de bienestar demasiado accesibles sin contraprestación laboral.
    El impacto económico y fiscal es netamente negativo, al menos en el corto y mediano plazo.
    Estos grupos consumen más en servicios públicos y transferencias monetarias de lo que aportan en impuestos.
    Respecto del gasto público, se incrementa la presión sobre los presupuestos de salud, educación y servicios sociales, que son finitos.
    En lo relatovo al impacto Social, este es el escenario que genera mayor fricción social y polarización política. La población nativa, que financia esos servicios con sus impuestos, puede desarrollar un sentimiento de injusticia o «agravio comparativo». Esto puede ser explotado por discursos populistas y xenófobos, deteriorando la cohesión social y creando hostilidad hacia todos los inmigrantes, incluidos aquellos que sí trabajan y contribuyen.

    En resumen, la diferencia clave es la contribución fiscal neta. La inmigración laboral es un motor de prosperidad económica y demográfica para la sociedad receptora. En cambio, una alta tasa de dependencia de la asistencia social por parte de la población migrante genera una carga fiscal y tensiones sociales que pueden desestabilizar el «contrato social» del país.

  3. Siguiendo el comentario anterior, independientemente de la religión de los migrantes, que si tiene su incidencia en la medida que existan grupos radicalizados e i tolerantes con las restantes, lo cierto es que, reitero, lo importante es la estructura del mercado laboral y el sistema de bienestar, es decir los sistemas de incentivos económicos de los países receptores.

    1) El Modelo de EE.UU.: Mercado Flexible y Bienestar Limitado
    El caso de la migración mexicana y latina a Estados Unidos se ajusta en gran medida al modelo de inmigración laboral que discutimos.
    a. Mercado Laboral Flexible: EE. UU. tiene un mercado laboral (comparativamente) menos regulado. Es más fácil contratar y despedir, y existe una gran demanda de mano de obra en sectores de servicios, agricultura y construcción.
    b. Incentivo al Trabajo: El sistema de bienestar de EE. UU. es (comparativamente) menos generoso y mucho más difícil de acceder para los no ciudadanos. Los incentivos para encontrar un trabajo, cualquier trabajo, son extremadamente altos, porque la alternativa (vivir del subsidio) es muy difícil o inviable.
    Resultado: Esto genera tasas de participación laboral muy altas entre la población migrante (incluidos los indocumentados). Aunque los salarios pueden ser bajos, el migrante se integra rápidamente al sistema económico como un contribuyente (pagando impuestos sobre las ventas, e impuestos sobre la renta si está documentado).
    En este modelo, la dependencia del subsidio es baja porque el sistema empuja al trabajo.

    2. El Modelo Europeo: Mercado Rígido y Bienestar Robusto
    El caso de Francia, España, Alemania o Suecia con migrantes de Oriente Medio, Norte de África y Asia (muchos de ellos musulmanes) es estructuralmente diferente.
    a. Mercado Laboral Rígido: Los mercados laborales europeos tienden a ser muy regulados, con salarios mínimos altos, fuertes sindicatos y protecciones contra el despido. Si bien esto protege a los que tienen trabajo, crea una barrera de entrada muy alta para los que no lo tienen, especialmente para los migrantes con bajas cualificaciones o sin el idioma.
    b. «La Trampa del Bienestar»: A diferencia de EE. UU., estos países tienen estados de bienestar muy robustos (subsidios de desempleo generosos, vivienda pública, ayudas familiares) que son más accesibles.

    Resultado: Esto crea una «trampa» estructural. Un migrante puede encontrar que la diferencia entre el subsidio que recibe del Estado y el salario neto de un trabajo poco cualificado (si es que logra conseguirlo) es muy pequeña. Esto desincentiva la aceptación de trabajos precarios y puede fomentar una dependencia a largo plazo del sistema de bienestar.

    En este modelo, las tasas de desempleo entre la población migrante suelen ser mucho más altas que entre la población nativa, no necesariamente por falta de voluntad, sino porque el sistema económico dificulta su entrada al mercado laboral.

    3. El Factor Cultural y Social
    Si bien la economía es el motor principal, los factores culturales y sociales actúan como aceleradores o frenos de la integración.

    En EE. UU.: La migración latina, aunque enfrenta discriminación, comparte una base religiosa (el catolicismo) y valores occidentales. La cercanía cultural (y la prevalencia del español) facilita la creación de redes y una asimilación más rápida en las comunidades.

    En Europa: La distancia cultural, lingüística y religiosa entre, por ejemplo, un migrante sirio y la sociedad secular francesa (laïcité) o la sociedad sueca, es significativamente mayor. Esto puede generar fricción, discriminación y auto-segregación (creación de «guetos» o banlieues), lo que agrava el problema de la falta de integración económica.
    Conclusión

    La tensión social que se observa en muchos países europeos no se debe intrínsecamente a la religión de los migrantes, sino a un modelo socioeconómico fallido para integrarlos.

    EE. UU. (con migrantes latinos) representa mayormente el Modelo A (Trabajo): Alta participación laboral, baja dependencia del subsidio, rápida integración económica (aunque con salarios bajos).

    Europa (con migrantes de MENA) representa en muchos casos el Modelo B (Subsidio): Baja participación laboral, alta dependencia del subsidio, y la consecuente fricción social y fiscal que discutimos en la respuesta anterior.

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