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CAPITALISMO ROJO

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Por José Mariano & Catalina Lonac.

Toda época crea las palabras que necesita para sobrevivir.
Walter Benjamin.

Hay intuiciones que aparecen como un destello en mitad de una conversación que parecía rutinaria. Dos palabras que no deberían coexistir y que, sin embargo, al unirse producen un sentido nuevo. Así nació Capitalismo Rojo. No como un oxímoron ni como una provocación, sino como un concepto que llevaba años pidiendo ser nombrado. Un concepto que no existe en ningún manual, que no pertenece a la izquierda ni a la derecha, que no es ideología ni consigna, es una manera de mirar el único capitalismo que podría sobrevivir al siglo XXI sin destruirnos en el intento.

Mark Fisher escribió que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esa frase resume la atmósfera saturada en la que vivimos, un mundo donde el capitalismo dejó de ser un sistema económico y se volvió el aire mismo. Pero lo que Fisher no dijo —y que hoy urge decir— es que la salida no pasa por abolirlo, sino por devolverle el pulso. Por hacerlo capaz de pensarse sin la soberbia autodestructiva que lo caracteriza. Allí aparece el capitalismo rojo, no como ruptura, sino como equilibrio. No como superación, sino como tensión sostenida. Lo que Ortega y Gasset llamaría el fin de nuestra “hemiplejia moral”, esa incapacidad para pensar dos cosas a la vez. A veces, la verdadera madurez política está en sostener la fricción, no en resolverla.

Rojo por la sangre que el capitalismo perdió, cuerpo, comunidad, responsabilidad, lazo social. Rojo porque la economía se volvió un desierto de algoritmos, un paisaje sin trabajadores visibles, sin país, sin memoria. Un sistema que deja de recordar para qué existe siempre termina volviéndose contra quienes lo sostienen.

Adam Smith, si caminara hoy por una avenida argentina, no reconocería nada. Él imaginó un capitalismo moral, donde el interés propio se equilibraba con el deber comunitario; donde la riqueza circulaba porque debía circular. Jamás concibió un capitalismo diseñado para retener, especular y convertir la avaricia en virtud. El capitalismo que heredamos es un capitalismo mutilado, sin país, sin responsabilidad social, sin reinversión. Y en Argentina esa mutilación adquiere su forma más grotesca: empresarios que aman la patria desde la sala VIP del aeropuerto, precios con un humor cambiante y salarios que no alcanzan a llegar a fin de mes.

Pero para pensar el capitalismo completo hay que nombrar su ángulo ciego: la corrupción privada. Ese desvío donde se hace por la vía mala lo que debe hacerse por la vía buena. La fuga de capitales es corrupción privada. La acumulación por izquierda también. La riqueza que no vuelve al país que la hizo posible es otra forma de ella. El dinero sin propósito, sin reinversión, sin legado, es una desviación moral. Y siempre termina pudriéndose.

Porque el capitalismo, cuando se aplica entero, no es caridad. No es limosna. Es justicia distributiva, es dar a cada uno lo suyo. No hace falta ser comunista para verlo; basta con reconocer que un capitalismo que solo enriquece al dueño mientras la sociedad se empobrece está fracasado aunque sus balances digan lo contrario. Un verdadero capitalista nunca se siente más que los demás porque entiende que forma parte de un engranaje donde todos son imprescindibles.

Por eso un capitalismo bien aplicado vive en un estado de crisis permanente. Pero no una crisis destructiva, sino una crisis de crecimiento, una tensión creativa donde la riqueza se reinvierte, se multiplica y vuelve. Donde todos ganan porque todos participan. Esa es la única crisis buena que existe, la que expande a una sociedad en lugar de quebrarla.

Lo contrario —lo que vivimos en Argentina— no es crisis, es balcanización del capital. Riqueza que se fragmenta, que se esconde, que no se reinvierte y termina beneficiando solo al que está enfermo de avaricia. Ahí nace la corrupción privada, dividendos guardados como botín individual en lugar de volver al país que los generó. Un país donde la riqueza no regresa es un país condenado a empobrecerse. No porque falte dinero, sino porque nadie lo deja vivir.

Por eso es tan hipócrita esperar inversión extranjera cuando los propios argentinos ocultan el capital que podría salvar al país en poco tiempo. El dinero no es patriótico, no tiene himno ni bandera. No es idiota. Va donde hay reglas claras, seguridad jurídica y un horizonte que no cambie cada seis meses. Pretender que los inversores de afuera hagan lo que no hacemos nosotros no es ingenuidad, es cinismo. Ningún país se salva con el capital de otros si su propio capital está bajo tierra.

La analogía con la democracia es inevitable. Tampoco está rota, fue aplicada a la mitad. Lo público y lo privado padecen la misma enfermedad. Por eso aquel Nobel de Economía dijo que existen cuatro tipos de países: desarrollados, no desarrollados, Japón y Argentina. Japón surgió de la carencia; Argentina se hundió en la abundancia.
Pero no por un gobierno ni por Perón —que solo reconoció un temblor que ya venía de décadas atrás—, sino porque los primeros estancieros y los primeros industriales organizaron sus empresas como feudos, sin reinversión, sin propósito, sin comunidad.
La justicia social no pudo nacer sobre un capitalismo moralmente roto. Y desde entonces, ningún modelo alcanzó para corregir ese origen viciado.

Lo que necesitamos hoy no es reemplazar el sistema, es pensarlo de nuevo. Recuperar su sentido auténtico. Volver a Adam Smith, pero aplicar su teoría completa. La riqueza debe circular, porque el capital que no circula enferma a todos. La mano invisible no es un espectro, es un pacto, una voluntad general de participar en una sociedad que se libera por el conocimiento, el trabajo y la responsabilidad compartida.

Quizás hablar de capitalismo rojo hoy parezca prematuro, pero toda discusión honesta debe comenzar por admitir lo que se quebró. El sistema funciona a medias porque fue comprendido a medias, aplicado a medias y exigido a medias. Recuperar su sentido no implica inventar algo nuevo, sino restaurar lo que fue amputado, la circulación, la responsabilidad, la pertenencia. Capitalismo rojo no es un proyecto ni un programa; es una invitación a pensar sin cinismo, a abandonar la comodidad de culpar al sistema mientras lo reproducimos. Es un concepto en germen, quizá, pero también una advertencia. Todavía no existe, pero empezar a nombrarlo es ya un modo de empezar a construirlo.

 

Bienvenidos a la Edición 37.
Esto es Fuga.

18 COMENTARIOS

  1. Excelente reflexión y que importante hacerla. Es difícil criticar el capitalismo sin que se tilde de “comunista”, sin que parezca mala palabra. Pero es necesario adelantarse a sus fallas estructurales, y sobre todo, mirar la miseria de los demás sin indiferencia. Pareciera que el capital tiene vida propia, un fin en sí mismo; acumularse y reproducirse.
    Pero detrás de todo capital -aunque se olvide- siguen existiendo personas: grandes ganadores y grandes perdedores del sistema.

    • Placer leer y aún poder cuestionar temas estructurales de gobierno y poder que se sienten vetustos y alejados de la sociedad que se forma espontánea ignorando esas estructuras qué no los representa.

  2. Muy buena editorial José y Catalina.» ‘La única crisis buena que existe es la q expande a una sociedad en lugar de quebrarla».En estos días estuve leyendo sobre este tema tan interesante, .Cuando está bien orientado el capitalismo no debe verse como un sistema en crisis, sino como un sistema de transformación constante.Si hay instituciones sólidas, educación e inversión y un Estado q acompañe sin impedir, esas crisis pueden convertirse en oportunidades para mejorar, modernizar y crecer como sociedad.

  3. Felicitaciones a Catalina Lonac y a José Mariano por transitar la complejidad y no dejarse atrapar por las dicotomías y los dualismos antagónicos.
    Hobbes, ese filósofo lucido, mal interpretado porque se le adjudicó ser un absolutista , despreciando su liberalismo.
    Precisamente , la única forma de defendernos de la guerra de todos contra todos era garantizar los derechos individuales.
    Los felicito por poder transitar las contradicciones, sin caer en dogmatismos. Excelente artículo. Bucea en las profundidades con claridad y cortesía con el lector.

  4. Excelente editorial!
    Hablar de capitalismo rojo o capitalismo consciente en estos momentos me recuerda a Enrique Shaw, empresario Argentino del siglo pasado, que fue totalmente disruptivo para su época al postular que la empresa se tenía que convertir en una comunidad de vida, donde todos los stakeholders debían sentir un alto nivel de satisfacción con el accionar de la empresa.
    Sus postulados siguen teniendo vigencia y es responsabilidad de todos que así sea por el bien de nuestro bendito país.
    Felicitaciones Catalina y José!

  5. Qué lectura necesaria. Me impresiona cómo este texto logra nombrar algo que todos intuimos pero nadie terminaba de decir, que el problema no es el capitalismo en sí, sino la forma en que lo vaciamos de sentido. La idea de “capitalismo rojo” no la leo como una consigna, sino como un llamado a una adultez política que nos cuesta muchísimo asumir, entender que sin responsabilidad, sin comunidad y sin reinversión no hay sistema que aguante, ni de derecha ni de izquierda.
    Me quedó resonando especialmente lo que plantean sobre la corrupción privada. Es un tema del que casi no se habla, como si fuera un tabú nacional. Y sin embargo, es el corazón de nuestra parálisis económica. Y eso lo vuelve incómodo, pero también honesto.
    Gracias por abrir esta discusión desde un lugar que no busca destruir ni idealizar, sino pensar. Si algo le falta a la Argentina es justamente eso, pensar sin cinismo.

  6. Leer esto fue como ponerle nombre a una incomodidad que vengo sintiendo hace años. Crecí escuchando que “el problema es el capitalismo”, pero nunca nadie explicaba por qué el nuestro funciona tan mal. Esta idea de capitalismo rojo me hizo entender algo simple y brutal al mismo tiempo, no se trata del sistema, sino de cómo lo despojamos de todo lo que lo hacía humano.
    Lo que dicen sobre la corrupción privada me pegó fuerte. Estamos tan acostumbrados a señalar al Estado que ni vemos la otra cara, la que opera en silencio, la que retiene, esconde y rompe el círculo básico de responsabilidad social. Y sí, es grotesco, queremos inversiones de afuera mientras enterramos las de adentro.
    Gracias por escribirlo así, sin consignas, sin fanatismos y sin miedo a la complejidad. Da un poco de esperanza pensar que todavía se puede discutir este tema con seriedad y sin caer en los lugares comunes de siempre.

  7. El texto propone algo que, desde hace décadas, venimos esperando en el debate público argentino, una crítica al capitalismo que no recaiga en los clichés habituales, y que al mismo tiempo recupere la dimensión moral que Adam Smith nunca separó de la económica. Llama la atención —para bien— que aquí no se confunda ética con sentimentalismo, sino que se la entienda como el principio estructurante de cualquier sistema que aspire a perdurar.
    El señalamiento sobre la corrupción privada es especialmente pertinente. En nuestras aulas solemos insistir en que el Estado no es la única fuente de desviación institucional; el sector privado, cuando abdica de su responsabilidad social y se repliega sobre la mera acumulación, erosiona tanto o más la arquitectura del derecho. Que este artículo lo explicite con claridad es un aporte valioso.
    También celebro la recuperación de Ortega y Gasset, pensar la tensión sin buscar una resolución simplista es, quizás, la madurez política que todavía nos debemos. Si la noción de “capitalismo rojo” logra abrir ese espacio de reflexión, entonces estamos frente a un concepto que merece ser trabajado con seriedad, no descartado por su atrevimiento inicial.
    Un texto necesario en tiempos donde abundan las consignas pero escasea el pensamiento.

  8. Me sorprendió cuánto me hizo pensar esta columna. Nunca había escuchado la idea de “capitalismo rojo” y siento que explica mejor que nada lo que vivimos, no es el sistema en sí, es cómo lo usamos mal. Lo de la corrupción privada y la falta de responsabilidad social pega fuerte porque es verdad y casi nunca se dice. Gracias por ponerlo en palabras tan claras.

  9. Lo que más me llamó la atención de la columna es cómo muestra que el problema no es “capitalismo vs. comunismo”, esa discusión vieja en la que siempre nos encajonan. Me gustó que lo rojo no venga del comunismo como ideología, sino de algo más básico y más humano, la idea de comunidad, de responsabilidad y de que la riqueza debe circular. Es interesante ver que incluso quienes critican al capitalismo no siempre entienden que lo que falta no es comunismo, sino un capitalismo que recupere ese sentido social que perdió.

  10. El texto es provocador, sí, pero me queda la sensación de que “capitalismo rojo” es más una metáfora atractiva que una propuesta real. Se señala la corrupción privada, la falta de reinversión, la balcanización del capital… pero esas son fallas que existen precisamente porque el capitalismo funciona según intereses particulares, no comunitarios. Pedirle al sistema que recupere la “responsabilidad social” suena bien, pero ¿no es eso lo que siempre se prometió y nunca ocurrió? Me gusta la intención, pero me cuesta ver cómo un capitalismo moral podría sostenerse sin transformarse en otra cosa.

  11. El texto no propone un “capitalismo moral” como un ideal ingenuo, sino como una lectura histórica. Adam Smith nunca imaginó un sistema basado en la retención ni en la fuga de capitales; pensaba en un equilibrio entre interés propio y compromiso social. Lo que plantea la columna es que el capitalismo real —no el teórico— se vació de esa dimensión y por eso se volvió autodestructivo.
    No se trata de pedirle al capitalismo que sea “bueno”, sino de mostrar que cuando deja de circular, cuando la riqueza no vuelve al entramado que la genera, el sistema deja de ser capitalismo y pasa a ser otra cosa, feudalismo financiero, acumulación improductiva, avaricia institucionalizada. Por eso hablar de “capitalismo rojo” no es una metáfora linda, sino una advertencia, o recuperamos la comunidad o el sistema se devora a sí mismo.
    No es cambiar de modelo, es restaurar la parte que lo hacía sostenible. Y ahí está la discusión que vale la pena.

  12. En tiempos de crisis, de reduccionismos conceptuales, de prácticas manqueas,de plantear conceptos comp opuestos irrefutables, de tomarlo todo en la logica dicitómica del futbol, hechos y conceptos que nos interpelan y nos msndan a pensar mss allá de la repetión sumisa y fácil de slogans es altamente valorable. Me gusta este desafí i alrededor del concepto capitalismo al que el adjetivo lo completa y explica . Ocurre con este termimo que hay que reinventar una nueva manera de nombrarlo. Cuando asume Menen al gobierno con chapa populista y sus medidas económicas absolutamente entreguistas ya no se podían nombrar como sistema capitalista sino que le hacía falta renombrado y surgió eso de » capitalismo salvaje » .Algo similar pasa actualmente con de as categorías de derecha vs. Izquierda . Ya se desdibujan y son insuficientes para explicar la realidad. Está claro que que este gobierno es de derecha pero no es suficiente no.nombrarlo así y apareció el amable » nueva derecha: .A esta altura de los acontecimientos hsy quienes hablan de dictadura en sentido que nombraba a sus gobierno Pinochet. Empezar a bucear en el alcance y sentido de las palabras para profundizar en el entedimiento de lo que nos pasa , es una práctica absolutamente necesaria. Lis felicito por el aporte.

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