Por José Mariano.
Me rebelo, luego somos.
Albert Camus.
Hay épocas que educan para la obediencia y otras que educan para la distracción. La nuestra hace ambas cosas a la vez. Nos quiere dóciles, pero también entretenidos; silenciosos, pero hiperconectados; lúcidos, pero sólo lo suficiente como para no desarmar nada. Se volvió común confundir adaptación con inteligencia. Y así, la resignación empezó a pasar por madurez y el cinismo por forma superior de realismo. Poco a poco, dejamos de exigirle al mundo lo que el mundo ya dejó de exigirnos a nosotros.
En El hombre rebelde, Albert Camus escribió que la rebelión comienza cuando un ser humano dice “no”. No es un grito ni un estallido, es un límite. Es la conciencia que despierta en el instante en que algo se vuelve intolerable. Hoy, ese límite está debilitado. La hemiplejia moral —esa costumbre de sentir solo la mitad de lo que deberíamos sentir— nos acostumbró a indignarnos sin consecuencias, a aceptar lo anómalo como paisaje, a repetir diagnósticos sin mover un solo gesto que perturbe la comodidad. Y la razón cínica hizo el resto, sabemos perfectamente cómo funciona el mundo, pero lo reproducimos igual. No porque creamos en él, sino porque no encontramos un lenguaje para salirnos.
La época no derrotó la rebeldía, logró agotarla en cierta forma. Vivimos, como dice Bifo Berardi, en un tiempo donde la sensibilidad está exhausta y donde el alma se volvió una infraestructura más dentro de la maquinaria del presente. No es que hayamos dejado de pensar, sino que pensamos a una velocidad que no permite detenerse; no es que hayamos dejado de sentir, sino que sentimos con una intensidad tan dispersa que nada termina de tocarnos del todo; no es que hayamos renunciado a elegir, sino que elegimos dentro de un catálogo que otros diseñaron para nosotros. La velocidad no nos vuelve ciegos, nos vuelve útiles. Una forma nueva de servidumbre hecha de reflejos, no de decisiones.
A esto se suma algo que Byung-Chul Han señaló con claridad, ya no somos explotados por otros, sino por nosotros mismos. La autoexplotación se volvió la gran obediencia invisible del siglo XXI. Un sacrificio íntimo, voluntario, presentado como libertad. En este escenario, la rebeldía no es un arrebato romántico, es la interrupción de ese automatismo. La decisión de no obedecer la orden constante de rendir más, producir más, callar más.
El presente opera como una máquina que neutraliza la rebelión antes de que aparezca. La política se volvió un consuelo, los medios administran la moral como un inventario y la tecnología regula nuestra atención con una precisión a veces insoportable. La indignación es un contenido; la injusticia, un dato; la verdad, un servicio tercerizado. En esta maquinaria, el rebelde es aquel que recupera la capacidad de ver sin ser administrado, de sentir sin ser coreografiado, de pensar sin delegar.
Rebelarse hoy no implica levantar barricadas. Implica algo más difícil y más íntimo, reconstruir una conciencia propia. Volver a trazar límites donde la época los borró. Sostener un “no” que no busca destruir, sino recordar que hay una medida humana que no puede ser negociada. La rebelión no es un ruido, se trata de una dirección. Una línea de fuga que no escapa del mundo, sino que abre un resquicio para que vuelva a entrar aire.
Necesitamos un hombre rebelde contemporáneo que no sea héroe ni mártir ni iluminado. Alguien que piensa aunque duela, que siente aunque incomode, que acepta perder si eso evita perderse a sí mismo. Alguien que no confunde flexibilidad con claudicación. Que no negocia con la mentira aunque la mentira prometa paz. Que entiende que sin límites no hay dignidad posible.
Quizás la verdadera rebeldía no es cambiar el mundo —aunque eso también haga falta— sino impedir que el mundo termine de convertirnos en aquello que juramos no ser. Una rebelión lenta, persistente, casi silenciosa, que vuelve a iluminar lo que la resignación dejó a oscuras. Porque hay cosas que el siglo puede mutilar, pero no abolir: la lucidez, la dignidad y ese pequeño punto interior que todavía se resiste a arrodillarse.
La rebelión que viene será esa, un acto de conciencia en un paisaje fatigado. Una interrupción en medio del ruido. Una línea de fuga que señala, aunque sea apenas, el camino de regreso a nosotros mismos.
Bienvenidos a la Edición 38.
Esto es Fuga.

Impresionante reflexión!!!!!
Excelente jose!!!! Por mas hombres rebeldes que sean guías de cambio para la sociedad
Muy bueno los conceptos José. Agregaria que es desobediencia, indisciplina y libertad.Alguien difícil de domar y se tiene que amoldar muchas veces por temor a perder algo
Rebelarse es el camino al cambio
En el terreno de la docencia q es el q más me preocupa, parece increíble q haya docentes maestros y profesores q quieran q los alumnos no intervengan con preguntas. Q no les guste la participación activa fluida una clase amena en la q sean escuchados, q respeten su opinión. Están desertando muchos alumnos por profesores q los humillan, q en los exámenes quieren q digan palabras de memoria aunque no las comprendan.Si es tan rico cuando muestran esa rebelión propia de los adolescentes ,q tienen tanto para dar y nosotros aprender de ellos. Insólito q en esta época sucedan estas cosas.Si no les gusta la docencia trabajen en otra cosa, harán menos daño.
Muy bueno Jose 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
La rebelión jamás morirá mientras haya personas capaces de pensar y sentir lo que quieren . Sin son valientes cambiarán su entorno y su entorno producirá el derrame . Siempre existirán los “adaptados” que verán a los rebeldes con cierto fastidio , otros los seguirán advirtiendo su propia falencia .