por Enrico Colombres.
¿Cuándo fue la última vez que fuiste honesto? Pero honesto de verdad. No hablo de esa moralidad lavada con agua tibia que aplicás cuando hay alguien más, cuando hay consecuencias, cuando te pueden ver. Hablo de la honestidad cruda, sin testigos. Esa que duele. Esa que te incomoda. Esa que pone en riesgo tu imagen de vos mismo, tu conveniencia y hasta tu puesto de trabajo.
Estamos inmersos en una sociedad donde ser genuino se volvió un acto revolucionario. Donde ser coherente es sospechoso. Donde devolver algo ajeno te convierte en una rareza digna de titular de diario. ¿No te parece enfermizo? ¿No te quema un poco por dentro darte cuenta de que la honestidad, lo más básico de la convivencia humana, se volvió algo excepcional?
La avivada hoy pareciera como un modelo de éxito, pero es la trampa que nos pudre por dentro en Argentina, la deshonestidad no es una desviación: es la regla. La trampa, el atajo, la viveza criolla. El “hacerse el piola”. Esa herencia maldita que nos vendieron como una forma superior de inteligencia, cuando en realidad no es más que cobardía revestida de picardía.
Hoy, un tipo que encuentra una billetera y la devuelve es un héroe nacional. ¿Sabés qué tendría que pasar? Nada. Porque hizo lo correcto. Porque eso tendría que ser lo común. Pero no: eso se celebra como proeza. ¿Y sabés por qué? Porque ahora, y desde hace bastante tiempo, devolver lo ajeno es un acto de resistencia moral.
Mientras tanto, el que se cuela en la fila es “vivo”, el que evade impuestos es “inteligente”, el que miente en su currículum es “estratégico”. ¡Grave como vivir en la casa de un amigo y robarle……gravísimo! no hay necesidad que justifique el acto de abuso de confianza y falta de moralidad, sos una mierda, eso mismo le haces a tu mente y a vos mismo como persona cuando naturalizas estas acciones. Pero el honesto… ese es un “gil”. Un ingenuo. Un boludo.
El problema no es solo cultural. Es estructural. Esta lógica de avivada infecta la política, la economía, la educación, la justicia. Se filtra como una bacteria en cada rincón de la vida pública y privada. Y después nos preguntamos por qué las cosas no funcionan. Es la mentira íntima, es el arte ruin de engañarse a uno mismo.
Pero la trampa más grave no es la que hacés contra el otro. Es la que hacés contra vos mismo. ¡La que te comés sin darte cuenta y culturalmente el tucumano promedio pensara …allá la están comiendo! Una manera de pensar que justifica tu falta de personalidad, de convicción a ser real, genuino.
Te mentís cuando decís que no tenés tiempo para estudiar, pero te clavás tres horas en TikTok. Te mentís cuando creés que merecés un ascenso, pero ni te esforzás. Te mentís cuando copiás un trabajo y te convencés de que igual podrías haberlo hecho.
Esa es la trampa que más te pudre. Porque es silenciosa, diaria y te convierte en tu propio enemigo. Y lo sabés.
Los estoicos, tan ninguneados por la posmodernidad superficial, lo sabían muy bien: la virtud es el único camino al bienestar real. Ser honesto con uno mismo es la base de la libertad. Lo otro es servidumbre voluntaria. El plagio es mediocridad y la deshonestidad intelectual una epidemia
Ahora hablemos de algo aún más grave: la honestidad intelectual. ¿Cuándo fue que decidimos que robar ideas no era tan grave? ¿Cuándo se naturalizó copiar sin citar, presentar como propio lo ajeno, y actuar como si la creatividad fuera un commodity?
Lo ves en todos lados. Universitarios que usan ChatGPT para escribir trabajos que firman como propios. Funcionarios que leen discursos que no entienden. Influencers que repiten ideas robadas como si fueran revelaciones.
Y vos también. Sí, vos. ¿Cuántas veces copiaste algo sin dar crédito? ¿Cuántas veces robaste una frase, una idea, una estructura entera y la presentaste como si fuera tuya? Eso es deshonestidad. Eso es miseria ética. Eso es ser ladrón.
El problema no es la herramienta. La inteligencia artificial puede ser un instrumento formidable, si se la usa con honestidad, como apoyo, como prótesis del pensamiento. Pero cuando se la utiliza para evitar pensar, para que conteste por vos algo que no sabes, que desconoces y ni te ocupas en saber ni leer, como para evitar crear, para evitar trabajar… lo que se está haciendo es traicionar la esencia misma de lo humano.
Se está creando una cultura de zombis funcionales. Gente que no piensa, que no duda, que no se esfuerza. Gente vacía con títulos adquiridos a plazos fijos, con followers, de trabajos bien pagos. Y sin alma. Es la servidumbre feliz de los mediocres.
¿Te das cuenta de lo que estamos perdiendo? No es solo autenticidad. Es dignidad. Es carácter. Es identidad.
Cada vez que delegás una idea en una máquina, cada vez que evitás el esfuerzo intelectual, cada vez que preferís lo automático a lo genuino… estás eligiendo dejar de ser persona. Estás eligiendo ser un usuario más. Una función. Una pieza.
Y lo peor: lo hacés feliz. Con orgullo. Con entusiasmo. Te mostrás como si fueras un capo, un tipo resolutivo. Pero en realidad sos un esclavo funcional con Wi-Fi.
Esto no va a mejorar si no hay un freno. Pero no a las IAs: a vos. A nosotros. A esta manada cínica de humanos sin coraje. Deberíamos tener un juramento hipocrático para el uso de la inteligencia artificial. Un código mínimo de decencia y convivencia, un nuevo contrato social, es algo así como el ser, el deber ser y la elección entre dignidad o basura.
Aristóteles decía que el ser humano tiene una finalidad: alcanzar su plenitud a través de la virtud. Hans Kelsen distinguía entre el ser y el deber ser, y nos decía que lo que ocurre no justifica lo que debe pasar. Carlos Cossio, desde su teoría egologica, nos recordaba que todo lo que hacemos afecta al otro y la importancia de la conducta humana en libertad, ya que es el objeto de estudio del derecho en sí.
Y, sin embargo, seguimos creyendo que, si algo nos resulta beneficioso, entonces es correcto cualquier accionar. Como en el pensamiento científico es para el caso, la falacia de afirmación del consecuente. Que sería algo así como, si me fue bien, entonces está bien lo que hago. ¡Chamuyo deja de engañarte a vos mismo chango!
Robar y ganar no es éxito. Copiar y aprobar no es mérito. Morder la mano del otro y trepar no es talento. Es ruindad. Y no hay tecnología que pueda lavar eso. ¡Y peor si te salta la ficha! ¡Qué vergüenza!
No hay una salida fácil, pero hay una que es clara.
Elegí. Sí, elegí bien. Todos los días. Entre hacer lo correcto o hacer lo cómodo. Entre pensar o repetir. Entre construir o parasitar.
Porque cada vez que cedés ante la trampa, ante la mentira, ante el robo disfrazado de viveza… te degradás. Te reducís. Te convertís en una sombra.
Y no me vengas con que el mundo es así. El mundo es así porque lo hicimos mierda entre todos. Porque aceptamos que el mediocre gane, que el trucho dirija, que el ladrón gobierne, que el tramposo juegue.
La salida es dura, sí. Es incómoda. Es lenta. Es dolorosa. Pero es la única: recuperar el valor de la honestidad como columna vertebral de cualquier intento serio de vivir con dignidad.
Mírate al espejo.
Así que hacete cargo. ¿Sos honesto o sos una excusa más?
¿Construís o parasitás?
¿Citás o robás?
¿Pensás o copias?
No respondas rápido. No respondas con la lengua. Respondé con tu vida.
Porque si no sos honesto, no sos nada.
Sos un muñeco.
Una imitación de humano.
Una carcasa que solo sirve para consumir, reproducir y morir sin haber entendido nada.
Y si esto te jode, si te molesta, si te hace sentir incomodo o mal, entonces… mejor.
Eso significa que todavía hay algo vivo y consiente dentro tuyo.
Úsalo bien Cajeta!.