por Carlos Cannevaro.
No existe en el hombre atributo más asombroso que la multitud de pensamientos inútiles que lo ocupan
Paul Valéry.
La sociedad avanza en un raro sentido: hoy la libertad radica en la yema de los dedos, como dice Byung-Chul Han (Infocracia, p. 20). Los dedos no son capaces de actuar en un sentido enfático, como las manos. Son apenas un órgano de elección consumista.
Este consumo, esta obsesión por dar like y postear —donde somos nuestros propios productores— no solo difunde un consumismo desmedido, difícil de dimensionar, sino que nos lleva a matar una de las facetas más creativas que tiene el ser humano: estar aburrido.
Desde tiempos inmemoriales existe el magnicidio de “matar el aburrimiento”; solo que antes, para ese sicariato, existían herramientas creativas.
Se tejía, se salía a andar en bici, se jugaba al fútbol, al poli ladro, hasta se cocinaba. Y eso sin entrar en facetas más artísticas, como leer, escribir, pensar. El aburrimiento excitaba el pensamiento.
La ironía que marca Chul Han muestra que hoy solo somos libres para dar like, y que hemos perdido la capacidad de sentirnos aburridos. Estar aburrido, sentirnos aburridos, es un pecado tan humano, para el cual no existe confesión liberatoria. Aburrirse es casi un privilegio de los elegidos.
Si sobra tiempo, hay que ocuparlo; no puede haber tiempo para pensar. Para eso, nada mejor que recurrir al dueño de nuestras cadenas: el celular.
Si nos reunimos en grupo y nos aburre la charla, empezamos a interactuar. No hace falta grandes eventos —Navidad, cumpleaños— para verlo. Basta con observar, en un restaurante, las salidas “mieleras” de las parejas circundantes.
Es suficiente no reconocer a quien tenemos enfrente como un sujeto distinto, con pensamientos propios, para ya usar nuestra libertad de la yema de los dedos.
El aburrimiento, tal como se lo concebía, está destinado a extinguirse. Cada vez dura menos. No se leen grandes extensiones, no se permanece muchos segundos frente a una imagen. Los videos de treinta segundos nos resumen toda una vida. TikTok, esa red social china, triunfa entre nuestros jóvenes porque derrota la lectura y la contemplación. No requiere prestar atención: es dinámica, agresiva y dura segundos. El resto, simplemente, es aburrido.
El bombardeo de imágenes, videos, breves relatos, hace que las yemas de los dedos derroten la creatividad de las manos.
Mi madre tenía limitaciones físicas, fruto de ser embestida por un auto mientras miraba la vidriera de un negocio. En otras épocas, salir a ver vidrieras era una salida recreativa: se miraba, se contemplaba.
Cuando de grande la veía hacer las tareas hogareñas, le reclamé que buscara ayuda, y ella sentenció:
“Si no ocupo las manos, ocupo la cabeza.”
El aburrimiento nos hace pensar. Las manos nos llevan a crear. Las yemas de los dedos anulan todo aburrimiento, anulan la posibilidad de crear.
Antes comprábamos lápices de colores, crayones, témperas. Hoy el iPad nos permite dibujar y pintar con la yema de los dedos.
El tiempo debe estar ocupado en el uso del celular. No hay tiempo libre, no existe pensar en qué destinar nuestro tiempo muerto. Todo ya está predigitalizado por el gobierno algorítmico.
Me pregunto: ¿cuántos cuadros nos habrían privado artistas encumbrados si no hubieran estado aburridos? ¿Cuántas piezas musicales no existirían? ¿Cuántos libros no se habrían escrito? ¿Cuánta filosofía yacería muerta?
Tuvimos hasta un presidente que, más allá de su fracaso en la gestión, fue estigmatizado bajo la frase: “Y dicen que soy aburrido.” Como si al serlo revelara cierta deshumanización.
Miles de padres hoy, ante el aburrimiento o el llanto de sus hijos, recurren al “chupete electrónico”. El celular, la tiranía de las yemas de los dedos, es la única libertad que hoy nos permiten los algoritmos para alcanzar el aniquilamiento del arte de estar aburrido.
Muy interesante. Pensarnos y repensarnos. Mucha riqueza en la nota para usar como disparador para el abordaje de esta «problemática».