por Eldy Suarez Flores.
No todos los hábitos son lo que parecen.
Algunos no son rutinas: son trampas disfrazadas. Regalos bien envueltos que entran sin resistencia, como el caballo de Troya. No imponen violencia. Se presentan como cuidados. Como premios. Como libertad.
Hoy, muchas de las cosas que hacemos “por nuestro bien” no nos cuidan. Nos agotan. Nos distraen. Nos individualizan. Y, sobre todo, nos hacen creer que el problema es personal, cuando en realidad es estructural.
La ilusión del autocuidado
Barbara Ehrenreich lo dijo con brutalidad en Sonríe o muere: la industria del bienestar funciona como una red de consuelo para que la gente soporte un sistema que no piensa cambiar. Se ofrece positividad, resiliencia, fitness y meditación… mientras se ocultan las causas del malestar. La consigna es clara: no te quejes, respira. No llores, agradecé. No descanses, rendí.
El mensaje implícito es que todo depende de vos. Si no estás bien, es porque no le pusiste onda. No hiciste suficiente yoga. No leíste el libro correcto. No seguiste la rutina milagrosa.
La culpa recae sobre el individuo. Pero el agotamiento es colectivo.
Eva Illouz lo analiza desde otro ángulo: el capitalismo afectivo. Vivimos en un tiempo donde las emociones son gestionadas como si fueran capital. Se invierte en autoestima, se optimiza el deseo, se terceriza la escucha. Las relaciones se vuelven contratos. La terapia, un producto. El yo, una marca.
No se trata de no cuidarse. Se trata de preguntarse: ¿quién define hoy qué es cuidarse? ¿Y al servicio de qué se construyen esas definiciones?
El cansancio como síntoma cultural
Mark Fisher, en Realismo capitalista, sostuvo que la depresión no es un desajuste individual, sino un síntoma lógico del mundo en que vivimos. Lo que se patologiza como «problema de salud mental» muchas veces es una respuesta racional al sinsentido del trabajo precarizado, la soledad digital y la hiperexigencia emocional.
Pero en lugar de cuestionar el sistema, se ajusta la química cerebral. Se trata al síntoma, no a la causa. El sistema no busca que mejores: busca que sigas funcionando.
Y cuando la ansiedad se vuelve norma, aparecen los “caballos de Troya”:
- la rutina saludable que esconde obsesión;
- la desconexión que termina en dependencia digital;
- la positividad forzada que tapa la angustia;
- la productividad vestida de pasión.
El cuerpo como superficie de control
Susan Bordo lo explica en Unbearable Weight: el cuerpo se volvió el campo de batalla donde se proyectan las tensiones sociales. Se controla, se mide, se disciplina. Pero no en nombre del bienestar colectivo, sino como forma de autogobierno. Lo que parece autocuidado muchas veces es autocensura: una vigilancia interna para ser aceptable, rendidor, atractivo, contenido.
Comer sano, entrenar, dormir bien… no está mal. Lo que está en discusión es la lógica que convierte esos gestos en obligación, en identidad, en valor de mercado.
El caballo ya está adentro
El caballo de Troya ya no lo empuja el enemigo.
Lo llevamos nosotros mismos, en el bolsillo, en la agenda, en el algoritmo.
Y eso no se resuelve con culpa ni con otra técnica de mindfulness.
Se resuelve con preguntas incómodas:
– ¿Esto que hago me cuida… o me somete?
– ¿Esto que repito me alivia… o me anestesia?
– ¿Esto que consumo me acerca a mí… o me aleja más?
La trampa del sistema actual no es que impone el sufrimiento.
Es que nos hace creer que elegimos ese sufrimiento.
Y mientras sigamos creyendo que todo es una decisión personal,
el caballo seguirá entrando por la puerta principal, a plena luz del día.