por Maria José Mazzocato.
En una provincia donde el poder no solo se ejerce desde los escritorios estatales sino también desde los micrófonos, las cámaras y los titulares, la pregunta por el rol de los medios de comunicación es urgente. Tucumán no escapa a una lógica nacional —incluso global— donde la información se vende, se alquila, se manipula o, directamente, se esconde. Y aunque el fenómeno no es nuevo, sus formas hoy resultan más sutiles, más profesionales… y más peligrosas.
La trampa de la objetividad
Durante décadas, la prensa se amparó en la palabra «objetividad» como escudo protector. Se la usó para neutralizar posicionamientos, para lavarse las manos ante injusticias, para mirar para otro lado sin asumir responsabilidades. Pero hoy sabemos que no existe tal cosa como la neutralidad total. Todo medio elige. Decide qué mostrar y qué ocultar. Dónde poner el foco y dónde distraerlo.
En Tucumán, esa elección no siempre responde a un criterio editorial sincero o a una línea ideológica sostenida con argumentos. En muchos casos, responde al ingreso mensual por pauta oficial. La línea editorial se amolda a la billetera del momento. Y el resultado es una prensa domesticada, que mastica consignas del poder sin cuestionarlas y que repite titulares como si fueran dogmas.
Pauta mata periodismo
El mecanismo es simple, pero efectivo: si un medio necesita sobrevivir, y sus ingresos dependen en un 70% (o más) de la pauta oficial, entonces el Estado (municipal, provincial o nacional) no solo financia, sino que condiciona. No hace falta un llamado telefónico explícito. El periodista sabe qué puede decir y qué no. El editor sabe qué nota es “mejor dejar pasar”. El dueño del medio sabe que la publicidad institucional no es un apoyo, sino una forma de control.
La pauta no debería ser una herramienta de censura indirecta. Su función tendría que ser garantizar pluralidad, fortalecer voces pequeñas, apoyar medios independientes, promover información pública de calidad. Pero en la práctica, se distribuye a dedo, como premio a la obediencia o castigo a la disidencia.
Los medios como extensión del poder político
En Tucumán, las alianzas entre política y periodismo se tejen a la vista de todos. Hay medios que actúan como extensiones del aparato estatal, replicando discursos oficiales sin el más mínimo análisis. Otros, alineados con fuerzas opositoras, responden con igual ferocidad y poca autocrítica. En ambos casos, el periodismo pierde su razón de ser: interpelar, incomodar, confrontar.
La información se convierte en propaganda o en munición política, y la ciudadanía —otra vez— queda atrapada en una guerra de relatos que no informa, sino que confunde.
La ilusión de la pluralidad
Puede parecer que hay múltiples medios, múltiples voces. Pero si uno raspa la superficie, encuentra que los discursos se repiten, que las agendas son similares, que las noticias circulan con idéntico enfoque. ¿Por qué? Porque las fuentes son las mismas. Porque los anunciantes son los mismos.
En este contexto, el periodismo crítico se convierte en una rareza. Los medios que no responden a esos esquemas de dependencia suelen estar aislados, precarizados, sin recursos para investigar ni sostenerse.
Los cuerpos que hacen medios
Detrás de cada medio hay personas. Y esas personas —periodistas, editores, fotógrafos, diseñadores, productores— también sufren las consecuencias de este sistema. Trabajan bajo presión, con sueldos bajos, contratos precarios o directamente sin contrato. Deben elegir entre decir lo que piensan o conservar el empleo.
Los medios tucumanos están compuestos por trabajadores que sostienen con su cuerpo, su tiempo y su salud mentalredacciones al borde del colapso. Pero en la cúspide de esas estructuras, las decisiones no las toman los que escriben, sino los que negocian.
Ideologías y silencios
En Tucumán no faltan los discursos ideológicos. Hay medios que se visten de imparcialidad mientras sostienen modelos ultraconservadores, negacionistas, patriarcales o autoritarios. Otros levantan banderas progresistas, pero evitan tocar ciertos intereses locales o empresariales.
Y sobre todo, el problema es el silencio. Lo que no se dice. Lo que se elige callar. Porque en Tucumán, el poder no teme tanto a la crítica como al silencio incómodo que señala lo que nadie quiere ver.
¿Qué hacemos con esto?
La salida no es fácil, pero tampoco imposible. Es necesario discutir un sistema más justo y transparente de distribución de pauta. Es urgente profesionalizar el periodismo sin precarizarlo.
También es fundamental que los ciudadanos dejemos de consumir noticias como quien consume entretenimiento.Que preguntemos quién financia lo que leemos. Que apoyemos a los medios que hacen un esfuerzo por pensar diferente.
FUGA como acto de resistencia
Esta revista nació, entre otras cosas, para incomodar. Para decir lo que otros callan. Para poner el foco donde otros desvían la mirada. No porque seamos mejores, sino porque decidimos no negociar con lo que creemos esencial: la palabra como herramienta de transformación.
En un ecosistema mediático saturado de slogans y operaciones, creemos que el periodismo todavía puede ser otra cosa:una práctica de sentido, una forma de justicia, una grieta en la hegemonía del discurso oficial.
Y si nuestra mirada nos deja afuera, que no nos falte nunca una vereda donde seguir hablando. Porque el periodismo no tiene por qué sentarse en la mesa del poder: puede ser farol, puede ser calle. Puede ser FUGA.